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Lección de Ureña en Madrid en la Plaza de las Ventas

Grande Paco Ureña. Ha brindado su Primer toro, en recuerdo de los terremotos del 11 de Mayo. Y ha dado el pésame, a modo de homenaje , por los fallecidos, de aquella desgracia. Ante toda España, para que nadie se olvide.

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Fuente: laopiniondemurcia.es

El lorquino corta una oreja en Las Ventas en una faena bajo la lluvia para enmarcar y que merece más premio.

La plaza de Las Ventas, es decir, la variable masa que compone su público durante San Isidro tiene a veces reacciones difíciles de entender, tal y como sucedió ayer ante la más que meritoria faena del lorquino Paco Ureña al tercer toro de la tarde. Porque, justo cuando más arreciaba la lluvia que está castigando el arranque del abono, el diestro murciano comenzó a fajarse con sobrada entrega ante un ejemplar de El Torero que ya desde su salida mostró su áspera mansedumbre.

Grande Paco Ureña. Y no por torear como los Ángeles , no por ser un Torezazo de los pies a la cabeza, no por qué ahora lo esté viendo todo el mundo. Es » Grande «, por su manera de ser, por ser una Gran Persona y un excepcional ser humano. Ha brindado su Primer toro, en recuerdo de los terremotos del 11 de Mayo. Y ha dado el pésame, a modo de homenaje , por los fallecidos, de aquella desgracia. Ante toda España, para que nadie se olvide. Gracias Amigo !!!

Pero, sin inmutarse bajo el aguacero, Ureña se plantó férreamente sobre el barro para no sólo sujetar sino también aguantar sin ninguna duda unas embestidas cada vez más ceñidas y a la defensiva, con el animal protestando siempre al esfuerzo que le planteaba la muleta.

El mal estilo del toro, al que su matador robó varios derechazos extraordinarios sin que el público reaccionara en la misma medida, se apreció más y mejor por el pitón izquierdo, por donde cada arrancada fue una amenaza a la femoral. Pese a todo, Ureña no dio ni un paso atrás, al contrario: se lo ganó pase a pase al desabrido animal para finalmente cuajarle una tanda de cuatro muletazos de verticalidad manoletista que fueron la guinda y la señal inequívoca de su victoria.

Lo que menos se podía esperar fue que, tras un solo pinchazo y la estocada definitiva, no asomaran apenas pañuelos bajo los paraguas que dominaban el paisaje para pedir esa oreja que Ureña se había merecido con creces. Sí que se la dieron, en cambio, del sexto, un ejemplar de aparatosa cornamenta, que sí que sacó nobleza y resultó más que manejable en el extenso barrizal que ya era el ruedo.

Esta otra faena del torero de Lorca tuvo altibajos motivados por sus propias ansias de triunfo, reflejadas en cierto aceleramiento de mitad de obra en adelante, aunque para el público pesó más la emoción del conjunto y la disposición absoluta del que finalmente fue el triunfador, a medias, de la corrida. Y eso que hubo otro toro de los de El Torero que ofreció opciones de triunfo, como fue el que abrió plaza, que en el último tercio repitió incansable y con clara nobleza, aunque falto de un punto de mayor celo. Manuel Escribano le dio muchos pases, ligados, sumados, pero sin poso ni reposo.