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EL GALLAO DEL TÍO PEDRO Y EL HUERTO DE LA PURGARA por Andrés Martínez Rodríguez

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EL GALLAO DEL TÍO PEDRO Y EL HUERTO DE LA PURGARA por Andrés Martínez Rodríguez.

Estábamos a finales de abril y había amanecido lloviendo. Los niños de la casa estaban contentos porque la tata había bajado del armario de una de las falsas las botas “katiuskas”, que brillaban alineadas en el alfeizar de la ventana de la sala de estar. Estaban haciendo cola en la puerta del cuarto de baño para que su madre los terminara de peinar y les diera el último vistazo antes de salir para el colegio. Repeinados y con un buen chorro de colonia pasan para recoger las botas y animadamente se las ponen antes de salir. En la entrada de la casa toman los paraguas del gran paragüero, a Javier, el más pequeño no le llega la mano para cogerlo del fondo y tiene que ser su hermano Luis quien lo recoja. Salen a la calle y subidos a la acera y en fila india delante de la tata se dirigen al colegio. En la esquina de la droguería “Costa Azul”, se despiden las dos hermanas mayores que van a un colegio de niñas cercano al Ayuntamiento.

El agua corría por la calle limpia y ligera y caía de los canalones con fuerza salpicando las paredes y a los viandantes. La lluvia apretó y tuvieron que refugiarse en el gran portón del Casino. Estando allí, vieron pasar de prisa a un hombre mayor que iba calado y con un gran gallao en la mano, la tata sale a la puerta y alzando la voz dice, ¡Tío Pedro!, ¿donde va usted con la que está cayendo?, el hombre se vuelve sorprendido y responde, ”buenos días Olalla, voy a casa de tus señores que tengo que hablar con Don José”, y sin dar tiempo a que la tata le contestara, se da media vuelta y sigue calle arriba aligerando el paso apoyándose en su gallao.

Toda la mañana sigue lloviendo, ha parado a la hora de salir del colegio. Javier y Luis, salen corriendo calle arriba, con la intención de meterse en los charcos que se solían formar en la puerta de la iglesia. La tata que los espera bajo la marquesina de unos almacenes, les sigue apresurada y se detiene a la vez que los niños, haciendo la vista gorda cuando los ve meterse en los charcos.
Cuando están cerca de la mercería de Lola Montiel, Luis sale corriendo hasta el portón de su casa, sube las escaleras deprisa y se dirige directamente a la cocina porque tiene mucho apetito. Al entrar se queda sorprendido al encontrar a un viejo sentado junto a la hornilla. Al principio le cuesta reconocer al Tío Pedro, ya que va sin el sombrero y sin la chaqueta de pana, pero cuando mira a su lado y ve el gallao, no tiene dudas, es el viejo mojado que vio por la mañana. El niño se acerca y mirándolo a la cara le dice, “buenas tardes, me deja coger su bastón para enseñárselo a mis hermanos”. El viejo con mucha amabilidad, le sonríe y le dice pausadamente que puede hacerlo. Cuando ya se iba, Luis vuelve la cabeza y le pregunta “me enseñaría a hacer un bastón como este”. Pues claro zagalico, seguro que eres tan buen aprendiz como tu padre. A partir de ese momento, el viejo y el niño charlan hasta que a Luis lo llaman para comer. Lo hace muy rápido para volver a seguir conversando con el Tío Pedro, pero se lleva una gran desilusión, cuando vuelve a la cocina este se había marchado.

Por la tarde, después de hacer los deberes, se dirige al despacho del abuelo, quería preguntarle por el Tío Pedro. Cuando abre la puerta, se encuentra al abuelo sentado en su gran sillón delante de las largas cortinas verdes y con algunos libros abiertos sobre una pequeña mesa. Al ver al niño le dice, “pasa Luis, quiero que veas estos dibujos de plantas, esta mañana he estado con el Tío Pedro hablando de los nuevos cultivos que se van a plantar en el huerto de la Purgara”. El niño se acerca y se sienta sobre una de las piernas del abuelo y después de un rato en silencio mirando los dibujos, le pregunta, “desde cuando conoces al Tío Pedro”. El abuelo le contesta tiernamente, “desde siempre, ahora él es el encargado del huerto de la Purgara, y antes lo fueron su padre y su abuelo. Son muy buena gente y muy honrados, esta mañana con toda el agua que caía, ha salido andando bien temprano del huerto, para traerme el dinero de los animales que vendió ayer en el mercado». El niño, después de contarle al abuelo que la había visto muy mojado en la calle y que había estado hablando con él antes de la comida, le pregunta, “abuelo me podría ir contigo cuando bajes al huerto”. “Pues claro criatura, durante la cena le pregunto a tus padres si te dejan venir a pasar este fin de semana en el caserón del huerto y así puedes ver al Tío Pedro, te enseñará todas las faenas que se hacen en el huerta”. Y así fue, ese fin de semana estuvo en el huerto con el abuelo, el Tío Pedro y su familia. Lo pasó muy bien y allí comenzó la querencia del pequeño Luis hacia la huerta y sus gentes.

Con el paso de los años heredó esas tierras y allí pasó largas temporadas, se le veía a menudo paseando con su perro y el gallao que le regaló el Tío Pedro.