Inicio Mi Rinconcico Andrés Martínez Rodríguez LA TABERNERA DE ELIOCROCA Y EL UNGÜENTARIO AZUL – Andrés Martínez Rodríguez

LA TABERNERA DE ELIOCROCA Y EL UNGÜENTARIO AZUL – Andrés Martínez Rodríguez

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LA TABERNERA DE ELIOCROCA Y EL UNGÜENTARIO AZUL.
Había subido a Eliocroca para comprar unas ampollas de perfume de lavanda para regalárselas a su madre por los idus de marzo. Después de adquirirlas en el negocio del perfumero Marcial y haber charlado con él de las aromáticas plantas de lavanda que recolectaba en la hacienda de Félix, se dirigió a la taberna cercana a la vía Augusta, para degustar una copa de vino antes de encaminarse a su casa enclavada en la cercana vega del Guadalentín.
Sentado en una de las mesas y con la espalda apoyada en la pared de la taberna, vio salir a una hermosa joven con dos tazas de vino, cruzaron la mirada y ella algo turbada se acercó al lugar donde se encontraba Marco, sin darse cuenta tropezó con la bolsa que el joven había dejado en el suelo, derramando el vino sobre el blanco manto de Marco. Ante el estruendo formado, sale el tabernero y sin mediar palabra, se dirige a la muchacha que aún se encuentra en el suelo, propinándole una bofetada. Marco indignado se levanta, cogiendo el brazo del grueso tabernero e impidiéndole que siga pegando a la joven. Mientras el hombre se retira refunfuñando, Marco ayuda a la joven a levantarse y esta, cuando se incorpora acerca su boca al oído del joven y le dice “gracias” en griego, lo cual sorprende a Marco.
La muchacha se retira cuando en el ambiente se empieza a oler profundamente a lavanda, entonces Marco recuerda la bolsa que sigue en el suelo, la abre y encuentra las ampollas rotas y todo empapado de perfume. Mientras saca los fragmentos de vidrio del marsupium, ve de nuevo salir a la muchacha con la cara descompuesta y lagrimas en los ojos. Se vuelven a mirar y sin pensarlo dos veces, Marco se dirige al tabernero que acaba de salir y le indica que quiere hablar con él en la calle.
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Tras un rato, Marco vuelve a entrar y le dice a la joven que recoja sus cosas que se va con él. Durante el camino de vuelta le pregunta donde ha aprendido a hablar en griego, ella con la cabeza baja no le contesta.
Cuando llegan a la villa y entran al atrio, Marco llama a una de las siervas que se encuentran en el patio y le encarga que se ocupe de la muchacha, a la que entrega la única ampolla que había quedado indemne en el suceso de la taberna y cuyo intenso azul resalta entre las agrietadas manos de la joven. Antes de desaparecer detrás de cortina, la joven se vuelve y muy bajito comenta, “soy de una rica familia del Ponto griego, me trajeron presa cuando era muy niña junto a mi padre para trabajar en la casa del dueño de las minas de Coto Fortuna. Mi padre ha llevado las cuentas del emporio minero durante varios años. Hace poco cayó en desgracia y el amo lo encarceló y a mi me vendió”.
Esa noche, mientras estaba asomado a una de los galerías mirando el atardecer sobre los montes lejanos, le llega un intenso olor a lavanda y observa como la joven sale de la casa y acercándose a un almendro florecido que se encuentra junto al camino, saca una pequeña escultura de debajo del manto y la dispone sobre el suelo. La tenue luz de la vela que pone junto a la figurita ilumina el bello rostro de la joven y en ese momento Marco siente que está profundamente enamorado. Ella se vuelve al sentirse observada, rápidamente recoge la figura y vuelve a entrar en la casa, dejando la vela encendida.
No hay texto alternativo automático disponible.Casi dos mil años después, una fresca mañana de finales de septiembre, los estudiantes que estaban excavando en una villa romana situada en las inmediaciones de la acequia de Cazalla, encontraron una lápida de mármol volcada junto a una urna cineraria y una preciosa ampolla de vidrio azul. Estaban entusiasmados con el hallazgo y esperaban impacientes a que llegara el director de la excavación para darle la noticia y para que autorizara a dar la vuelta a la lápida. Tras la limpieza llevada a cabo in situ por la restauradora, se pudo leer en la inscripción Claudia Calpurnia Philostrata. Todos se ponen a realizar apreciaciones sobre el texto, es entonces cuando el profesor explica que el cognomen Philostatus es griego y que la lápida funeraria debe pertenecer a una liberta que murió a los cincuenta años como indica la inscripción y cuyas cenizas fueron sepultadas junto a un bello ungüentario de vidrio azul.
Ella pudo ser la anónima muchacha de nuestro relato, que vivió y murió en esta rica villa agrícola, que consiguió la libertad y el amor que todo lo vence, como escribió el poeta Virgilio en sus Bucólicas.