Inicio Mi Rinconcico Andrés Martínez Rodríguez POR LOS CABEZOS DE LORCA de Andrés Martínez Rodriguez.

POR LOS CABEZOS DE LORCA de Andrés Martínez Rodriguez.

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POR LOS CABEZOS DE LORCA de Andrés Martínez Rodriguez.

Andaba por el camino de siempre de vuelta a casa, oía el rumor del agua que circulaba por la acequia, veía el polvo que levantaban las caballerías que me acababan de adelantar y al fondo el añorado perfil de la alcazaba que se perfilaba en el característico cielo azul anaranjado de los atardeceres de Lurca. Conforme me aproximaba, veía más nítidamente las blancas murallas que envolvían el amplio cerro y la ciudad dispuesta en la pronunciada ladera.

Perfil de Lorca. Al fondo los cabezos de San Pedro y San Roque

Al cabo de un rato, me encontraba con el amplio cauce del río y con el viejo puente de madera sobre el cauce. Tras pasarlo, me tropiezo con mi amigo el alfarero que conduce su carro lleno de troncos de madera para la próxima horneada; me pregunta como ha ido el viaje a Mursiya y charlando sobre nuestras cosas llegamos a la puerta de su obrador, donde nos despedimos. Ya estaba muy cerca del cementerio que se distribuía a los lados del camino del morabito y distinguía las blancas sepulturas muy ordenadas, cuando me invade el penetrante olor del alpechín de la cercana almazara.

En el centro la calle de Doña Ana Romero y detrás el cabezo de las Palas.

Aligero el paso para dejar atrás el hedor de este liquido oscuro y distingo, detrás de los panteones, la torre donde se abre la puerta de la ciudad. En ese momento, bajo el ornamentado arco de herradura pasa un pastor con su ganado y detrás varios de los labradores de la ribera que se recogen después de una dilatada jornada. Antes de entrar a la medina, me vuelvo al oír el bullicio que hacen los zagales que bajan del cabezo para ir a sus casas y recuerdo cuando de niño me gustaba subir a ese cabezo y a los otros que se distribuían rodeando la población.

Cabezo de la Velica detrás de la muralla.

Cruzo la puerta que evidentemente estaba muy transitada al atardecer y entro en la ciudad dirigiéndome a los baños, quiero quitarme la tierra del camino y asearme antes de dirigirme a mi casa. Sumergido en el agua caliente me pongo a recordar el colorido de las rocas que configuraban los cabezos y peñas que salpicaban la ciudad y su entorno, unos eran rojizos, otros del color de la caliza, y en varios destacaban las torres de color blanco que servían de atalayas defensivas. A algunos de estos cerros teníamos prohibida la subida, no podíamos acercarnos al alto cabezo de la Velica, donde estaba la campana que tocaba a rebato, tampoco al amurallado cabezo de Albaricos y nunca a las peñas donde estaba la alhóndiga del grano.

Casa sobre la ladera del cabezo de Altamira.

El sopor producido por los vapores me hace amodorrarme y entrar en un placido sueño, del que me despierto súbito, al escuchar la ronca voz del alfaquí que había entrado en la sala caliente con algunos de sus discípulos. Presto atención a la conversación, hablan de poesía y de la nostalgia de estar lejos de su amada tierra, entonces siento la necesidad de abrazar a mi querida familia. Me seco y arropo deprisa, y me dirijo con la noche caída por las empinadas calles a mi casa al pie de la alcazaba. El aire tibio que se acaba de levantar me trae el olor de un perfume muy familiar, levanto la cabeza y veo su bella silueta en la placeta. Es mi mujer que ha presentido mi llegada entre las sombras danzarinas y ha salido a mi encuentro retirándose el pañuelo de la cabeza para dejar suelto el rizado cabello que se ondula con el viento. Sabe que eso me gusta, nos unimos con un beso y me invade el reconfortante sentimiento de estar en casa.

Calle empinada junto al cabezo de Altamira.

Adendo: Los cabezos, peñas y cerros que conforman la topografía de Lorca presentan diferente estado de conservación, unos fueron desmochados y aplanados (Peñas de San Indalecio y el cabezo donde se ubica la iglesia de Santiago), otros muy desgastados (cabezo de la Velica, muy alterado por una antigua cantera) y el resto están camuflados entre la actual trama urbana (cerro de Altamira donde se encuentra el ermita de San Roque o el cabezo de las Palas, muy cerca de San Francisco).

Es recomendable pasear por el casco histórico y los barrios altos para buscar los cabezos y peñas, sentirás las empinadas cuestas de su entorno.