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EL POSIBLE ORIGEN DEL HOMBRE DEL SACO – por Antonio de Cayetano

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EL POSIBLE ORIGEN DEL HOMBRE DEL SACO – por Antonio de Cayetano.

Quizá que una de las emociones más grandes que experimentamos los humanos sea el miedo, pues en menor o mayor medida vivimos con él. Tenemos miedo a la enfermedad, a sufrir un accidente, a los terremotos, a los robos, a la inseguridad, al fracaso, a quedarnos sin trabajo, a perder lo que tenemos, a que le suceda algo a nuestros hijos o nietos, a una nueva relación, incluso miedo a nuestra propia pareja o expareja, en definitiva a todo lo que nos rodea, ya que el miedo está siempre presente en nuestras vidas. Por eso el recurso del miedo es efectivo, lo saben muy bien los anunciantes que se valen de él para vendernos una alarma, un seguro, un plan de pensiones o cualquier otra cosa donde el factor miedo nos pueda influenciar. También los políticos recurren a él a la hora de pedirnos el voto, advirtiendo lo que podría suceder si votamos al partido contrario.

Siempre nos han manipulado con el miedo, empezando por nuestros propios padres, que incluso antes de que fuésemos conscientes de lo que nos decían, nos arrullaban con el canto de aquellas repetitivas nanas de ritmo suave y relajante, pero donde el miedo ya estaba presente. “Duérmete niño duérmete ya / que viene el Coco y te comerá” o la otra versión de “Duérmete niño que viene el Coco / y se lleva a los niños que duermen poco” eran las más empleadas para adormecernos, aunque también estaba aquella que decía “Duérmete niño en la cuna / mira que viene la loba / y en las noches que hace luna / se come al niño que llora”. Desde que nacimos hemos ido pasando por diferentes etapas de miedo, ya que hay un miedo para cada edad, al principio nos daba miedo la oscuridad o los ruidos, luego la gente extraña o sentirnos solos, más tarde cuando nos dejaban en la guardería o en el colegio sentíamos miedo al abandono, luego a los castigos y así sucesivamente ha ido evolucionando al ritmo que hemos ido creciendo.

La verdad es que el miedo ha sido siempre útil a la hora de educarnos y mostrarnos los peligros, diría que incluso necesario, infundiéndonos temor a las consecuencias de nuestros torpes o malos actos, pero también se ha abusado del factor miedo con frecuencia, pues muchas han sido las madres que han recurrido a la figura del Coco para infundir temor a los niños, obligándoles a tener miedo de algo que no existía. Cuentan que también lo del Coco, era una táctica que usaban ciertas madres en el siglo XVIII para poder estar a solas con sus amantes, amenazando a sus hijos con la llegada del Coco si estos no querían apartarse de ellas. Una tremenda barbaridad fruto de la ignorancia de aquella época, que hacía que los niños sufriesen por algo que podría venir, cuando no había peligro alguno y este ser solo estaba en su imaginación.

Luego más mayorcitos nos atemorizaban con el tío Saín o el hombre del saco, dos figuras terribles según las historias que nos contaban, pues se llevaban a los niños traviesos y los echaban a un pozo o les sacaban la sangre. Hay quien cuenta que el tío Saín fue un personaje real, que vivía en algún lugar de la sierra de Almenara, que era un hombre frio, mal vestido, que vivía solo sin trato con los demás, y que se dejaba ver de vez en cuando por las pedanías lorquinas de Aguaderas y Marchena con su zurrón al hombro, siendo su presencia utilizada por los mayores para asustar a los niños. Pero también se habla de él en Murcia, en el Campo de Cartagena y en otras zonas de la región, por lo que no dejará de ser, una leyenda urbana más con sus cientos de versiones, leyenda que las madres siempre han aprovechado para amedrentar a los hijos, para que no hablasen con desconocidos ni que se fiasen de nadie, “ya que cualquiera podría ser el tío Saín o el hombre del saco”, cosa que si que infundía temor en mi época, pues era frecuente de ver a hombres desarreglados, con barba de varios días y con un viejo saco al hombro, ya que este recipiente era usado con asiduidad como medio de transporte para cualquier mercancía.

Actualmente también se suele ver por determinadas zonas de Lorca un “hombre del saco” (aunque hace un tiempo que no lo veo), se trata de un pobre hombre originario del barrio de San Cristóbal, que viste con la misma ropa en cualquier estación del año y que camina con un saco al hombro, saco donde lleva sus pertenencias y lo poco que le van dando o recogiendo en la calle. Un individuo que solía cobijarse bajo un olivo de la pedanía de Campillo, en la confluencia del carril del Caldera con la carretera de Águilas, pero una persona a la que no hay que temerle, sino todo lo contrario, ofrecerle la ayuda que pueda necesitar, como creo que se le hace desde un supermercado situado frente aquel lugar. Tampoco hoy estos personajes llaman la atención de los niños, afortunadamente ya no se les asusta con aquellas historias de tísicos o sacamantecas, cosa que si ocurría en mi niñez, por lo que solo con pasar al anochecer junto a una plantación de maíz ya nos daba escalofríos, pensando que de aquel lugar podría salir algún tísico de esos para raptarnos y llevarnos en su saco.

Pero ese miedo estaba de algún modo justificado, no solo por las historias que nos contaban los mayores de aquellos malvados hombres, con el fin de que nos portásemos bien y no nos alejásemos de casa, sino por un episodio relacionado con ello que se vivió en la barriada. Fue un anochecer de un día de verano, cuando cundió el pánico entre el vecindario, tras afirmar un mozalbete que alguien le iba siguiendo mientras se encontraba en un huerto cercano cogiendo hierba, sosteniendo que el mismo seguía escondido en aquel lugar. Fue tal la alarma creada, que incluso se requirió la presencia de la policía, no encontrando rastro alguno del supuesto tísico. O fue fruto de la imaginación del joven por el propio miedo, al encontrarse solo y entre dos luces en medio del arbolado, o de alguna broma que le gastaron sus conocidos aprovechando la sicosis que había en aquel tiempo, donde iban de boca en boca las historias de aquellos tísicos, que degollaban a los niños para beber su sangre o incluso venderla a gente adinerada. Tísicos de los que se decía iban equipados con unos maletines negros con todo su instrumental y que viajaban en coches del mismo color, donde llevaban los bidones de su preciado líquido.

Tísico era la persona que padecía tisis, la enfermedad que hoy conocemos como tuberculosis y desgraciadamente las leyendas que nos contaban de estos sujetos tenían su parte de verdad, ya que en la vecina provincia de Almería había sucedido un escalofriante hecho, un espantoso infanticidio que tuvo lugar tal día como hoy hace 107 años. Esta historia sobrecogedora comenzó en el mes de junio de 1910 en el término municipal de Gádor, población situada a 15 km. de la capital almeriense, lugar donde residía Francisco Ortega, el moruno, un agricultor de 55 años enfermo de tisis y que en su afán de curarse, acudió a una curandera del mismo pueblo llamada Agustina Rodríguez, pero pese a intentarlo, esta no le pudo solucionar sus males, por lo que acordaron ponerse en contacto con otro colega, este un viejo barbero de 75 años que también se hacía pasar por curandero, una mala persona llamada Francisco Leona. Y este sí que se comprometió a darle la “solución adecuada”, consistiendo el remedio en beber la sangre caliente de un niño robusto y untarse el pecho con sus mantecas, con las entrañas de la criatura.

El moruno no lo vio claro, preguntando si para eso habría que matar al niño, a lo que Agustina le dijo que si, alegando el enfermo que “Entonces, no. Me castigaría Dios”, pero tras indicarle el curandero “Tú verás…” el Moruno que estaba obsesionado con su salud se lo pensó mejor y dijo “Mi salud antes que Dios ¡Qué coño!”, aceptando sin más el horroroso remedio que le daban, un remedio aberrante que ajustaron por un precio de 3000 pesetas, cerrando el trato con la entrega de 750 como adelanto. Ya solo quedaba hacerse con la presa para poner en práctica el plan curativo, de ello se encargaría el propio “curandero” Francisco Leona y un hijo de Agustina llamado Julio Hernández, apodado el tonto por tener mermadas sus facultades mentales y al que para conformarlo se le daría algo de dinero. Así en la tarde del martes 28 de junio ambos cogieron un saco y se fueron de “caza”, merodeando por varios cortijos en busca de su víctima, parece que lo intentaron con una niña de 10 años, pero esta se les resistió gritando y dando patadas. Quien no tuvo tanta suerte fue Bernardo González Parra, un niño rubio de siete años de edad y que residía en el cercano pueblo de Rioja, el cual se había alejado de una balsa en la que se estaba bañando con unos amigos y en la que también se hallaba su madre lavando ropa.

Según el sumario y la reconstrucción de los hechos, cuando el niño se encontraba cogiendo higos en un lugar próximo a la balsa, se le acercó el Tonto y lo entretuvo, ocasión que aprovechó el barbero para taparle la boca con un pañuelo impregnado en cloroformo y meterlo en el saco. Una vez a buen recaudo, el tonto se lo cargó en la espalda y lo llevaron hasta el cortijo San Patricio, un cortijo apartado y donde llevarían a cabo el sacrificio de la criatura. Conforme a lo convenido allí esperaban Agustina la curandera, con su nuera Elena Amate y su otro hijo llamado José, que fue quien se encargó de dar aviso al moruno de que la cosa ya estaba hecha. Al niño se le pasó el efecto de cloroformo por lo que no paraba de moverse y gritar llamando a su madre, motivo por el que era continuamente golpeado sin piedad por Agustina. Fue cerca del anochecer cuando llegó el tísico a la casa y cuando se llevó a cabo la siniestra operación, juntando dos mesas y colocando a la criatura sobre ellas. Así una vez sujeto el niño, Agustina le levantó un brazo con el fin de facilitar que el barbero le clavase la punta de su navaja en la axila, lugar por donde fue brotando la sangre, sangre que iba cayendo en una olla y de la que el moruno iba bebiendo, no sin antes añadirle algo de azúcar para que pasase mejor, a la vez que iba repitiendo una y otra vez “Mi vida antes que Dios”.

Cuando el curandero consideró que ya había bebido lo suficiente, envió al enfermo a su casa y vendó las heridas de Bernardo que aún continuaba vivo, lo metieron de nuevo en el saco y amparándose en la oscuridad de la noche salieron con él de nuevo a cuestas, llegando al Barranco del Pilar donde el tonto intentó matarlo golpeándole con una piedra, siendo el barbero-curandero quien al final lo remató. Seguidamente con su afilada navaja le abrió el vientre y extrajo las vísceras, las cuales envolvió en un pañuelo y se las llevó al moruno, colocándose este las mantecas en el pecho para su cura tal como le había indicado el curandero, sintiéndose ya el muy inocente mucho mejor. Entretanto los padres de Bernardo, Francisco González y María Parra junto a varios vecinos buscaban al niño por todos los parajes de la zona, denunciando su desaparición ante la Guardia Civil a las cuatro de la madrugada del día siguiente. Fue doce horas más tarde, cuando el tonto se presentó ante la benemérita anunciando que había encontrado el cadáver de un niño cuando iba tras una perdiz, indicándoles a los agentes el lugar donde estaba el muerto, que no era otro el que habían ocultado bajo unas piedras él y el barbero la noche anterior.

Según el sumario, a Julio el tonto se le habían prometido 50 pesetas, dinero que este quería destinar para la compra de una escopeta, pero tras los hechos, Francisco el barbero le dijo que ese dinero se lo tendría que dar su madre de la parte que a ella le correspondía, por lo que enfurecido Julio, quiso vengarse de su madre y de Francisco poniendo a la justicia bajo su pista y contando al final lo sucedido. El barbero tenía sus coartadas, pero todas apoyadas en falsos testimonios, ya que los caciques del pueblo estaban de su parte, pues era tío del alcalde y también pariente del juez municipal, pero al final las evidencias y las investigaciones de la Guardia Civil lo hicieron confesar. Deteniendo las autoridades a todos los que habían intervenido en tan horrible crimen, los cuales tuvo que proteger la Guardia Civil de ser linchados con un gran dispositivo a pie y a caballo, ya que los vecinos de los pueblos por donde pasaban camino de la cárcel de Almería estaban indignados por lo que habían hecho y querían tomarse la justicia por su mano.

Tras la celebración del juicio, se condenó a la pena de garrote vil a Francisco Ortega, el tísico, a la curandera Agustina Rodríguez, a su hijo Julio Hernández y al barbero Francisco Leona, aunque a julio se le indultó por los informes psiquiátricos que avalaban su deficiencia mental y Francisco Leona murió antes de que se cumpliese la sentencia. Se cuenta que el barbero murió envenenado en la cárcel, dicen que para evitar que este hablara y contase otros sucesos similares en la zona, lugar donde había rumores de que otras personas desaparecidas habían muerto como consecuencia de estas prácticas salvajes. La sentencia de los otros dos condenados se llevó a cabo el día 10 de septiembre de 1913, ejecutando a los reos a las seis de la mañana.

Y esta es la historia de este horrible crimen, crimen que conmovió a la España de entonces y del que se hizo eco toda la prensa nacional y parte de la extranjera, desplazándose hasta el lugar de los hechos numerosos corresponsales de periódicos europeos. Quizá que este espantoso suceso sea el origen de la expresión del hombre del saco y de aquellas historias de tísicos que nos acompañaron durante buena parte del pasado siglo. Hoy afortunadamente, ya no hay la ignorancia que si que hubo en aquella época, cuando se decía que la sangre era fuente de vida, donde la incultura hacia que se profanaran tumbas y donde incluso se traían momias de Egipto para pulverizarlas y hacer ungüentos con ellas. Pero mientras aquí los sacamantecas son ya un recuerdo del pasado, en algunos países hispanos como Perú, se habla en la actualidad de ellos, de los mantequeros como le llaman allí, unas personas despiadadas que van por zonas rurales raptando a jóvenes, a los que se les da muerte y se extrae su grasa, grasa corporal que luego se vende a multinacionales para hacer productos para el cutis.

Parece inverosímil, una leyenda urbana más, pero algunos responsables de estas muertes y desapariciones, han confesado los hechos cuando han sido detenidos por la policía, dando toda clase de detalles de cómo desarrollaban su “trabajo”. También en los registros efectuados se han hallado recipientes que contenían la grasa preparada para su venta, grasa que se pagaba a razón de 10.000 euros litro por empresarios europeos, empresarios que por medio de sus asociaciones han desmentido su implicación y de que esta sea utilizada para fines cosméticos. Sea cierto o no, lo que sí está claro, es que la ignorancia y la maldad siguen estando presentes en parte de la sociedad actual.