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DE RUTA ENTRE LA BRUMA Y EL FRIO POR LA SIERRA DE LA CULEBRINA

A la hora indicada un nutrido grupo de senderistas de La Carrasca, salimos con la oscuridad de la mañana de este frio domingo de enero hacia la Culebrina

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DE RUTA ENTRE LA BRUMA Y EL FRIO POR LA SIERRA DE LA CULEBRINA

Durante el trayecto los coches avanzan en larga hilera y pasan por La Parroquia en dirección al Collado de Carasoles. El suelo blanco de la pista está mojado lo que evita que se levante el característico y molesto polvo que se suele pegar a los vehículos y que blanquea los pinos de los márgenes del camino.

Aparcamos junto al albergue de Casa Iglesias con una temperatura de 4 grados, donde nos espera Francisco Javier González, que una vez está reunido el grupo de 25 senderistas, nos informa que había considerado junto a Javier García de Alcaraz, coordinadores de la jornada de hoy, modificar parte del itinerario, ya que el trayecto hacia la Hoya del Navajo de las Yeguas estaría con el suelo helado y el trayecto podría ser resbaladizo.

Salimos ascendiendo por la pista precedidos de Leo y Uma que van y vienen jadeando incansables. El bosque está hermoso y mojado, los pinos se muestran verdes y muy limpios con los troncos húmedos señal de que la lluvia ha sido copiosa. Mientras subimos hacia el mirador de la Culebrina, también llamado de los Forestales, se aprecia abajo Casa Iglesias y más alejadas las estribaciones que caen a la Rambla Seca y a Valdeinfierno. Este fue el entorno por donde transitó el pintor del abrigo del Mojao, donde se inspiró para pintar las figuras en rojo de cérvidos, cápridos y el arquero en movimiento, todos intencionadamente destrozados a los pocos meses de su descubrimiento hace ya más de 30 años. Detrás de la colmatada presa se divisa el Selvarejo, cuyo cerro precede a una de las varias canteras de caliza marmórea que afean esta hermosa zona boscosa, limítrofe con el almeriense Parque Natural de Sierra de María y los Vélez. El contraste con el lado andaluz es evidente.

A partir del mirador comenzamos a descender por la pista junto a un barranco, que precede al encajado Cañón del Luchena. En las estribaciones se aprecian algunos buitres volando y la mayoría parados que nos vigilan mientras andamos. Más abajo se puede apreciar al final del Cañón el lugar donde están las ruinas de castillo de Luchena, que sirvió de refugio a los habitantes de las alquerías que cultivaban en la márgenes del río, allá por los siglos XII y XIII.

Cuando llevamos andados 6.5 km dejamos la pista para tomar la empinada senda que va serpenteando 2 km por la margen derecha del Barranco de los Machos. Penetramos en el bosque poblado de musgo, altos romeros, tomillos, coscoja, espartos y altos pinos, algunos ya caídos y con los troncos podridos. En el tramo medio de la subida nos encontramos una cabra muerta recientemente, posiblemente de sarna cuyas señales en el cuello son evidentes. Hay que ir con la mirada atenta al húmedo terreno que se encuentra mojado y a veces resbaladizo. La bruna nos acompaña toda el ascenso dejando a penas ver las oquedades del Balcón de Lorca que queda en las inmediaciones y creando en el frio ambiente algo de misterio, bruma cuyas partículas cuando llegamos a la parte alta se convierten en diminutas gotas de agua que nos hacen tomar muy rápido el almuerzo y que saquemos los chubasqueros y demás prendas impermeables.

Seguimos el trayecto descendiendo por la pista hasta tomar una antigua senda de mampostería en piedra seca inédita para muchos de nosotros de unos 2 km. El trayecto en zigzag es muy hermoso, pasamos bajo pinos que has dejado sobre el suelo una alfombra de pinocha de color marrón que pisamos y al mezclarse con la tierra mojada forma un barro que se nos pega en las botas que aumentan de peso. La senda nos deja en la pista que nos lleva de nuevo a Casa Iglesias donde finaliza el trayecto de 13 km, recorridos en 4 horas salvando un desnivel de unos 630 m y acompañados de una temperatura de entre 3 y 5 grados.

Ha sido una agradable, fría y lluviosa jornada muy bien organizada, disfrutando de camaradería y de un bosque hermoso que con la bruma tomaba esa cualidad romántica y enigmática de los bosques del norte, que nuestra Lorca de contrastes también tiene.