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LAS TABERNAS DE LORCA SIGLO XII-XIV

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LAS TABERNAS DE LORCA SIGLO XII-XIV.

IV

Los corchetes tenían por misión evitar la presencia de camas en las tabernas, para impedir que se convirtiera en una mancebía.
Estaba prohibido el baile y el cante, los dados y las apuestas.      El consumo femenino de alcohol era elevado, pero menos que el masculina.
Era notorio la presencia de mujeres alholicas, o de féminas cuyo comportamiento variaba o se desviaba cuando bebían.

Las hembras que frecuentaban estos tugurios de gente malencarada, nariz pintada de roja por la abundancia de capilares, paso inseguro, o demasiado lejos de la sobriedad eran principalmente prostitutas que hacían la carrera, bien por cuenta ajena, o protegida por el tabernero, por lo que taberna a veces era extensible a lupanar.

Las autoridades hacían la vista gorda, y en ocasiones participaba en el negocio. Las mujeres honradas no podían ni pisar la calle donde se ubicaba la covachuela, y para las necesidades o
Las enfermedades venéreas abundaban, la sífilis, la gonorrea, y la blenorragia. Había puestos de boticarios cerca de estos lugares de perdición en las calles al aire libre.

En fin, la botica, la taberna, el vino con fines medicinales, la fiesta, el himeneo, las comidas de mar, rio, caza, y granja, los municipales llevándose la sisa o la mordida, las relaciones entre hombres y mujeres, formaban un mundo aparte de las señoras de familias bien avenidas, que tomaban jícaras de chocolate, después de la misa mayor de San Patricio, en el salón almibarado de algún palacete, clérigo de por medio.

Salvando el tiempo, el espacio y el aire perdulario, Lorca conserva el recuerdo de vinateros de toda la vida, expresión esta venia al caso como aforismo. Las bodegas Contreras, el Raseras, el Mochuelo /bebe del que quieras pero a palo seco, el bodegón Apolonia, la Tía Juana, el Huevos, el jardinero, o el bodegón Asturias.

III

La nobleza bebía vinos afamados de las tierras altas de Lorca, de La Paca, Zarzilla de Ramos, Avilés, Doña Inés, Bullas, Cehegín, Calasparra y Moratalla. Se consumían vinos claros y afrutados, el vino de Reineta, la modalidad Rubial, la Gasca, Valencí, Moscatel Real y Menudo, Ojo de Liebre, Goral, Ojo de Buey, y tinto Monastrell, mas los espesos y azucarados caldos de Aledo.

Los carreteros venían de Cartagena, Totana, Alhama, Caravaca. En la ciudad del Lignum Crucis, se consumía en un ventorrillo en la carretera de Lorca, el famoso vino de “El Tio Pintao”, y en la Ciudad del Sol, en la calle de Santa Rita.

Los viñedos pertenecían a los hidalgos de la ciudad, los Riquelme en Coy, Gerardo Musso en La Paca, y en la Zarcilla, Don Diego Bravo, y Alfonso Osorio.

Otros antros ofrecían vinos jóvenes procedentes de la última cosecha de la comarca, o de las localidades próximas.
Eran vinos de baja calidad, ya que envejecían rápidamente perdiendo gran parte de su sabor , olor, y color originales.
Esto explica la diferencia de los precios, y la estimación entre vinos viejos y nuevos. El tabernero mezclaba el nuevo vino con el añejo, y le añadía mosto y otras sustancias y aromas que camuflaban el sabor.

El vino podía ser blanco o tinto. El vinatero solo podía tener una tinaja abierta de cada variedad, y selladas las que estuvieran cerradas y abrirse solamente ante la presencia de un funcionario municipal.

Se servían guisos de carne y pescado de acorde con la estacionalidad de los productos, preparadas las especies , tal como estaba prescrito en las Ordenanzas Municipales, aunque en ocasiones podían encontrarse piezas de carne , caza o pescado muy apreciadas, para animar a la clientela a consumir, o bien por demanda de los afines al tugurio, aunque para ello tuvieran que burlar la Ley, adquiriendo mediante sobornos, regalos, o invitaciones, carne de cordero, de ave, lomo de cerdo, perdices, o salmonetes, Albures, Gallos, Lenguados, Agujas, alguna Merluza, Lisas, Rodavaballos, Acedías, Truchas del Guadalentín, y cangrejos de rio.

Entre el condumio podemos citar el estofado de carne, con caldo, nabos, y berzas. Empanada de Congrio ( ilegal), longaniza y huevos, y guisos de pollo.

II

Las ordenanzas municipales vigilaban primero la venta del vino local, y daba las fianzas para las nuevas aperturas de las nuevas tabernas, y establecía la comisión para vender el vino ajeno.
Así fortalecía la información del parroquiano, garantizando la visibilidad de las ordenanzas , la cédula del precio y los instrumentos de medida en el local, práctica que servía para dar fe de que el tabernero conocía la ley, otra cosa es que la cumpliera, y no alegar ignorancia en caso de fraude.

Los funcionarios debían evitar engaños calidad-cantidad-precio. Los vinateros debían medir los caldos a la vista del cliente, no poseer mangas, cascas o talegas para colar el vino, pues indicaría que tiene posos, solo debían mercadear un tipo de vino blanco o tinto, no vender vinagre, y no dar vino revuelto, aguado o adobado, comprar conejos, perdices, cabra, oveja, los cuartos traseros de todas las carnes, los menudos y los huevos.
Sin embargo era lícito comer vaca, macho cabrío, cerdo, y los pescados más baratos del mercado.

En Lorca no podía venderse ningún tipo de ave, piernas de cordero, ternero o vaca, y en el caso del cerdo, los lomos, solomillos, jamones y lengua.
Entre los pescados: truchas del Guadalentín, anguilas, y pescadas.

Los Justicias y su brazo secular los corchetes delimitaban el espacio comercial de la taberna, así estos tugurios no debían suplantar la labor de los mesones, acogiendo a huéspedes, o dándoles de comer más de tres día seguidos. Les estaba prohibido las labores propias de las mancebías acogiendo a prostitutas. También servir carne de caza.

Los guardias o “guindillas” especificaban el número de beodos en entraban en las covachuelas.
Había ciertas aprensiones con la presencia de moriscos, esclavos, solteros y casados que tuvieran familia en la localidad de residencia.
Para los infractores existía el pago de multas, la retirada del producto, la rotura de las vasijas, y azotes según el delito.

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A pesar de la mala fama de las cien tabernas de la ciudad, la realidad es que era un espacio de compra-venta, y que cumplía un servicio público, pues estos lugares se convertían en centros de integración, expansión y convivencia, un espacio que reproducía una sociedad completa.

En los pueblos pequeños solo había una taberna. Estos antros se concentraban en calles concretas (el callejón de los borrachos).
Pertenecía al Concejo de la localidad, a la oligarquía urbana y a la Iglesia en ocasiones, donde iban a parar en calidad de bienes propios, mercedes, o a través de la apropiación de las rentas musulmanas, la hüguela en la que se incluyen las tabernas y las tiendas.

En un ángulo se encontraba el mostrador de venta de vinos por menor, los instrumentos de medida, un cuartillo, medio cuartillo, de madera, e incluso coladores, las tinajas del vino, y en un lugar destacado, la cédula del precio de cada uno de estos caldos.
Cerca se ubicaban las mesas y bancos donde la clientela se sentaba para beber, comer y jugar a los naipes y otros juegos de azar.
En una covachuela estaba instalada la cocina, la bodega, y camas. Los utensilios se desparramaban por aquí y allá: anafres de hierro, trébedes, sartenes, asadores, calderetas y calderos, paletas de hierro, cucharas horadadas, almireces, cántaras, orzas, tinajas, cetras, jarras y platos, y otros utensilios para la preparación del buen yantar.

Las tabernas abrían sus puertas desde el amanecer hasta caída la noche. Los domingos y días de fiesta se abrían después de la Misa Mayor, a no ser que excepcionalmente apareciera un caminante forastero que estuviese de paso o a punto de partir.
Era común y habitual que el vino perteneciera a las bodegas de un rico propietario. El tabernero del Concejo pujaba por la subasta del negocio al precio más alto. La puja se organizaba el día previsto por el Cabildo, y delimitaba el número de tabernas, periodo de inicio y final de los servicios, tipos y precios del vino y despachos, y beneficios extraordinarios a conceder.

Una vez llegado a un acuerdo verbal, el remate, se procedía a redactar y firmar el contrato ante notario, en el que quedaban estipuladas las bases legales y las clausulas del documento notarial ante el Concejo.
Abundaban los que vendían vino de otros a cambio de un estipendio establecido, eran los taberneros corsarios, aunque siempre tendían a engañar al patrón revendiendo la mercancía, y conseguir emolumentos de ambas transacciones.

El peso político de los vinateros impuso sus criterios sobre los vendedores, obligándoles a ser mediadores mediante ganancias pactadas entre 10/15% del total de las ventas.
Muchas veces los vinateros huían con el producto, o no pagaban en su momento, lo que dio origen a la exigencia de una fianza que debía entregarse al escribano del Concejo cada vez que se abría una taberna.

Cuando el vino de la tierra se había acabado, el de Bullas, Coy, Doña Inés, él de Aledo, se compraba directamente de la alhóndiga, donde se almacenaban vinos forasteros, y después de 3 días destinados a la venta a los vecinos, los vinateros podían adquirirlos a las horas y precios marcados por el Concejo.
Los arrieros que iban a las alhóndigas, llevaban escondidas catas de vino para que los taberneros las apartaran ilegalmente.

Todas las tabernas y vinateros estaban sujetas a las ordenanzas emanadas por el Concejo, y sometidas a la vigilancia de los funcionarios.
De esta época proviene nuestras tabernas, con sus nombres y apodos particulares, aquí las primeras chanzas, juegos, lances, y peleas, porque desde la taberna más prestigiosa, hasta el tugurio más infecto estaba repleto de truhanes de la peor calaña.

Un relato del escritor lorquino D. Jose Luis Alonso Viñegla, fallecido en 2013. Desde aquí nuestro homenaje…

LINK AL RINCON LITERARIO DE ELIOCROCA

 

 

El escritor e historiador José Luis Alonso Viñegla falleció ayer 15-3-13, a los 58 años de edad como consecuencia de una grave enfermedad. El lorquino fue candidato a la Alcaldía de Lorca por el partido Centro Democrático Liberal Movimiento Lorquinista en las últimas elecciones.

Alonso Viñegla fue cronista oficial de la ciudad de Santiago de Calatrava (Jaén) y era miembro de la asociación de Cronistas Oficiales de España. Afincado en Jaén, donde escribió sus últimas novelas, ‘La crónica prohibida del Condestable’ y ‘Las aventuras de Malaquías Melquíades’ y el poemario ‘Inquietudes’. También destacó como estudioso de las órdenes militares. Sus textos han sido traducidos al portugués en el diario ‘O Journal’ y parte de su obra en la Internacional Poetry Association de la universidad norteamericana de Colorado.