Inicio Mi Rinconcico José Fernández Rufete Reverte EL RETRATO DE COLOMBINE. (Parte III) – José Fernández Rufete Reverte

EL RETRATO DE COLOMBINE. (Parte III) – José Fernández Rufete Reverte

EL RETRATO DE COLOMBINE. (Parte III)

La luz del nuevo día asomando poco a poco en la habitación, hizo que abriera los ojos relativamente temprano. Eran las ocho y media de la mañana, y sin levantarme aún de la cama, experimentaba una sensación de silencio y quietud, acompañada de una inusual paz interior. La primera noche fuera del psiquiátrico no podía haber sido más placentera. Con la mirada fija en la ventana de la habitación, uno tras otro, comenzaban a pasar por mi memoria todo tipo de episodios relacionados con mi pasado. Recordaba el día que tuve que abandonar mi doctorado en biología marina, como consecuencia de la grave crisis depresiva que me llevó finalmente al hospital. Hasta entonces, investigaba la influencia de las praderas sumergidas de Posidonia oceánica, (una planta fanerógama marina) en los organismos vivos presentes en su área de distribución . Tenía claro que llegaría el día de recuperar mis estudios de doctorado, pero también era absolutamente consciente de que ahora, necesitaba al menos un año sabático que me ayudara a reordenar mi maltrecho psiquis, así como mi estado físico, mermado notablemente por el largo período de inacción en el centro hospitalario. Con cierta nostalgia, y no menos enfado, también me acordaba de mi novia Bibiana, que «tuvo a bien» abandonarme poco después de mi ingreso en el psiquiátrico. Llevábamos dos años de relación cuando me dejó, y ya no he vuelto a saber de ella desde entonces. Estaba seguro de que, ésta nueva etapa que comenzaba ayer para mí, terminaría por diluir la añoranza y los recuerdos de aquella relación tóxica que mantuvimos, en particular los últimos dos meses.
De repente, recordé también la antigua fotografía que había encontrado en el ropero el día anterior. Estaba sobre la mesilla de noche que había junto a la cama, y alargué la mano para observarla de nuevo. Me sobrecogió una vez más la mirada reflejada en la fotografía de aquella mujer, del mismo modo que se acrecentaba en mí la duda entorno a, quién podía ser en realidad una persona que, a tenor de la fecha referenciada, debió morir muchos años atrás.
Una hora después, ya estaba en el comedor de la posada, dando cuenta de un zumo de naranja y una tostada de pan casero con aceite de oliva; uno de mis manjares favoritos.Tras reponer energías, llegó el momento de continuar mi viaje. Quería asegurarme de no perder de nuevo el autobús, de modo que pagué la cuenta del alojamiento y salí a la calle en dirección al lugar donde tenía la parada.
Lo que más me impresionó del viaje que me llevó desde Níjar hasta el poblado de Las Negras, fue el paisaje; sin duda. La vegetación de las laderas montañosas, propias de un ecosistema semi árido, casi desértico, o la escasa presión urbanística, relegada en la mayoría de los casos a construcciones antiguas, hacían imaginar lo hostil que debía resultar la vida, décadas atrás, para los pobladores de aquellos humildes asentamientos rurales.
El corazón se agrandaba dentro de mi pecho ante tanta belleza, del mismo modo que mis ojos, buscaban con asombro detenerse en cada detalle del paisaje, aunque sin conseguirlo, dada la inmensa variedad de postales que dibujaba la naturaleza ante mí. A lo lejos, orientado al sur, se perfilaba la línea azul del horizonte, que dejaba asomar entre las lomas desnudas el Mare Nostrum. Todo ese flujo incesante de sensaciones, me generaban cierta intriga y nerviosismo. A medida que nos acercábamos al poblado, percibía cómo los latidos del corazón se incrementaban en número e intensidad.
El autobús fue atravesando la calle principal de pequeño núcleo costero, hasta que se detuvo finalmente en la puerta de un bar de pescadores, que se encontraba a escasos veinticinco metros de la playa. Bajé del autobús, descargué la maleta y la mochila que llevaba conmigo, y a continuación, saqué la cartera del bolsillo trasero del pantalón, donde además de dinero y documentación, llevaba una reseña escrita con una dirección, que me indicaba a dónde debía dirigirme. No me supuso mucho esfuerzo dar con la casa en la que debía informarme sobre cuál sería mi alojamiento definitivo.

CONTINUARÁ (O no)

¡Buenas noches a todos y todas!
Texto: Pepe Rufete.
Imagen: Poblado y playa de Las Negras
Fotografía: M. Cogolludo