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Pozos de Nieve, la fábrica de hielo para Lorca se situaban en Sierra Espuña.

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Pozos de Nieve, la fábrica de hielo para Lorca se situaban en Sierra Espuña.

Los Pozos de nieve mejor conservados que tenemos en la Región de Murcia, se encuentran situados en la vertiente meridional del Morrón de Espuña a 1300 metros de altitud.

Datan de la segunda mitad del siglo XVI y en su época constituyeron la importante industria del hielo en toda la región.

A finales del siglo XVI comenzaron a construirse en Sierra Espuña (municipio de Totana, Región de Murcia, España) los primeros pozos para almacenar nieve y ser distribuida en forma de hielo en hospitales, ciudades y villas del Reino de Murcia. En el espacio de unos ciento veinte años llegaron a construirse casi la totalidad de estas «neveras» que hoy conocemos -veinticinco-, que podían almacenar hasta 25.000 toneladas métricas de hielo.

Los «pozos de la nieve», como se les conoce popularmente, fueron construidos con diversos fines: terapéuticos, para conservar alimentos y medicinas, enfriar bebidas, elaborar helados… Su consumo llegó a ser tan popular que se convirtió en un artículo de primera necesidad y objeto de fiscalidad por parte de la hacienda real. Era el mismo Rey, el que daba el consentimiento para la construcción de los pozos de nieve y era la última instancia para dirimir las controversias que a menudo surgían.

Su verdadero auge se produjo durante los siglos XVII y XVIII. En 1688 ya había construidos en Sierra Espuña 18 pozos que pertenecían a diferentes concejos y particulares: 7 a la ciudad de Murcia, 3 a Cartagena, 2 para Orihuela y otros tantos para Lorca, el Cabildo de la Catedral tenía uno y otro la iglesia de Moratalla, 2 pozos regentaba un vecino de Totana y otro pozo era propiedad de un vecino de Alhama.

En la segunda mitad del siglo XVIII se construyeron 5 pozos de nieve más que completaron la cantidad de 23. Desaparecieron allá por los años 30 del siglo XX, ya que no pudieron competir con el progreso del frío industrial.

Estos pozos eran grandes cavidades en el suelo (10 a 15 metros de profundidad) en forma cilíndrica (12 a 14 metros de diámetro), en el cual podía albergar una capacidad aproximada de un millón de kilos de hielo. En su interior se recubrían con un grueso muro de piedra y se enlucian con mortero de cal. El fondo se recubría con materiales permeables y se le dotaba de una leve inclinación para favorecer la evacuación del agua procedente del deshielo.

Tiene mucho de estampa romántica este sorprendente y umbroso paisaje serrano salpicado de restos de construcciones, de hechuras ciclópeas y de formas extrañas; algunas, trágicamente retorcidas; caprichosas, las más; todas ellas abandonadas a la impiedad de los elementos que baten la sierra.

Como casi todas las ruinas, estos pozos de nieve despiertan un sentimiento nostálgico en quien los contempla, y apenas si se descubre su identidad y su función, al aparecer algunos diseminados entre la maleza que a veces llega a ocultarlos.

Hace más de 70 años que cesó la actividad en estos pozos y alrededor de siglo y medio que comenzó su declive ante la «llegada» del frío industrial.

«Los pozos de nieve de Sierra Espuña» desvela los múltiples aspectos en torno a esta actividad en un trabajo de investigación escrito en clave de crónica.

El trabajo en los Pozos de nieve, de los más duros de la época.

En el área de los pozos -«rasos»- trabajaron centenares de hombres procedentes de los pueblos cercanos a la sierra (Totana, Aledo, Alhama, Mula, Pliego) en condiciones extremadamente duras. Los encierros de nieve y el transporte del hielo hasta los centros de consumo constituyeron dos fases de una actividad que tuvo visos de auténtica epopeya por sendas y caminos en los que las mermas de la carga alcanzaban más de la tercera parte.

Con la primera nevada, los operarios subían al monte y se empezaba a llenar el pozo. Cada pozo tenía un coto señalado para la recolección del hielo. La nieve se esparcía y apisonaba con mazos y palas. Las condiciones de trabajo eran extremadamente duras y estos operarios recibían el doble del salario que cualquier otro peón agrícola de la zona.

Con la llegada del calor se procedía a la extracción y transporte de las barras de hielo, que eran liadas en sacos o mantas y se transportaban de noche para evitar en la mayor medida su deshielo. Según los cálculos de la época, las perdidas por deshielo solían oscilar entre el 8% hasta Totana y el 35% hasta la ciudad de Murcia.

 

En septiembre terminaban las labores de transporte y distribución, quedando en espera de bien entrado el otoño para comenzar de nuevo el ciclo.

Donde más hielo se consumía era en la ciudad de Murcia. En 1794 se vendieron en ella 450 mil kilos de hielo.

La venta del hielo estaba seriamente reglamentada hasta en sus más mínimos detalles. Durante los periodos señalados en los contratos de arrendamiento y abasto se establecían horarios de venta, penalizándose la falta de hielo en momentos determinados del día. Para ello, junto al habitual transporte en carruajes, el hielo a veces era llevado «a costilla» o por el sistema de «diligencia». En muchos documentos de la época se reconoce por las autoridades -primeros responsables de los abastos a la población- que la nieve era un artículo tan importante como el pan.

Desde muy diversas perspectivas: la construcción de los pozos y sus especiales rasgos arquitectónicos; las grandes concentraciones humanas en la sierra; las duras condiciones de trabajo en «rasos» y pozos: la compleja organización de los encierros: el transporte del hielo a las ciudades y villas; los pleitos de Totana (bajo cuya jurisdicción se encontraba la totalidad de los pozos) con los propietarios de éstos (Murcia, Cartagena, Lorca, Orihuela, la villa de Mula y el Cabildo Eclesiástico) son aspectos tratados en profundidad en la presente obra, primera de esta magnitud sobre este «parque industrial», presente todavía en la umbría de Sierra Espuña, pero seriamente amenazado de desaparición de no actuar de inmediato sobre este singular patrimonio arqueológico.

COMO FUNCIONABAN LAS ULTIMAS FABRICAS DE HIELO DEL SIGLO XX EN LORCA Y AGUILAS.

Tanto en Aguilas como en Lorca había fábricas de hielo que satisfacian las necesidades de barcos y agricultores, fabricando bloques de hielo de 25 kilos que se troceaban para vender en otros formatos.

En Lorca funcionaban dos fábricas de hielo, una se ubicaba en la calle Padre Azor, en los bajos de una antigua lonja en el edificio del Granero Decimal y que cerró a finales de los ochenta para después de ser rehabilitado el edificio al completo convertirse en los actuales Pub Silos y Pub Abadía.

Nos cuenta nuestro amigo Leandro Navarro que nos ha dado varios detalles de este artículo, la anécdota que «cada vez que yo entraba en la fábrica de la plaza de abastos, me daban mareos, ocasionados por el amoníaco que empleaban para enfriar el agua».

La otra estaba en la cuesta de los Caños del Oro, justo donde después hubo una fábrica de embutidos de Don Juan Millán (padre del actual abogado José Manuel Millan).

El hielo de la fábrica de los Caños lo repartían en un carro, que era una plataforma. Las barras iban recubiertas con sacos de arpillera con objeto de que no perdieran el frío. El repartidor que se llamaba Antonio, las cogía con las manos, y de ese modo las llevaba a los bares, e incluso a las casas particulares para refrigerar las viandas de las neveras.

Volviendo a la fábrica de Aguilas, hay testimonios que indican que el trabajo allí era muy duro y malo para la salud. En esa época no había ropa y calzado apropiado. Había que entrar a la cámara a meter y sacar las barras de hielo cuantas veces era necesario, y la forma de hacerlo era a mano puesto que no había máquinas que trabajaran a una temperatura de -10 0 C en las cámaras y cuando salían había a veces con una diferencia de 50 0C de temperatura entre la fábrica y las cámaras. Lo peor era trabajar con “gas amoniaco” , gas formado por la combinación de un átomo de nitrógeno y tres de hidrógeno; es incoloro, más ligero que el aire, tiene un olor desagradable que irrita los ojos y las vías respiratorias; tiene un sabor cáustico. Se da la circunstancia que algunos empleados de la fábrica de Aguilas murieron ciegos.

Todo líquido para evaporarse necesita absorber calor. El amoníaco líquido al evaporarse con gran rapidez produce un intenso frío que se aprovecha en la industria para enfriar una salmuera, la cual, a su vez, enfría agua hasta que ésta se congela, y se obtiene hielo. Se usa una salmuera en vez de agua, porque ésta se congelaría. El agua del interior de los moldes era agua dulce.

En 1997 los agricultores de Lorca y la Hoya plantaban brócoli, y para poder exportarlos a Europa a diferentes países y en especial a Inglaterra necesitaban ponerle hielo (como se le pone al pescado para mantenerlo; esto hace que sea otro resurgir y de nuevo hay unos años muy buenos en los que suben las ventas de estas fábricas.

En 2002 se trabajaba mucho ya que el brócoli iba a más y en la fábrica aguileña compraron una máquina nueva también con gas Amoniaco. Era una máquina moderna que fabricaba más cantidad de hielo y funcionaba con agua de circuito cerrado y movida por aspas de hélices de barco.

La fábrica aguileña cerró sus puertas en 2014.

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