Inicio Mi Rinconcico Andrés Martínez Rodríguez CUANDO LOS IBEROS POBLARON LA RAMBLA DEL ESTRECHO (LORCA)

CUANDO LOS IBEROS POBLARON LA RAMBLA DEL ESTRECHO (LORCA)

Había salido del alto oppidum de Lorca cuando el sol empezaba a dar sus primeros destellos y había atravesado los albares montes despoblados de Serrata, se dirigía por el cauce de la rambla de la Alquería hacia su pequeño poblado que se encontraba en el coto de los Tiemblos. 

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CUANDO LOS IBEROS POBLARON LA RAMBLA DEL ESTRECHO (LORCA)

Llevaba parte del camino andado, cuando vio como una bandada de cucalas volaba bajo aproximándose a su cabeza, el cercano aleteo de las brillantes alas negras le hizo tener un mal presentimiento. Aceleró el paso hasta llegar a la senda que conducía al pequeño poblado del Coto de los Tiemblos, pronto distinguió las columnas de humo de las casas y escuchó los familiares ladridos de un perro. Más adelante se encontró con el pastor Atita que se acerca hacia él cariacontecido. Viéndolo así le pregunta: “¿por qué traes ese entristecido rostro Atita?”. Este levantando la mirada le dice: “Estimado Abido esta mañana tu hijo ha encontrado muerto sobre el suelo de la casa a tu padre”. Siente como le da un vuelco el corazón y haciendo un gesto de agradecimiento al pastor con la mano, sale corriendo hacia el poblado. Al llegar a su casa observa a varios de sus vecinos junto a la puerta, estos al verlo hacen un pasillo para que pasara.. Cuando descorre la cortina color púrpura, contempla a su padre tendido en el suelo sobre una gran estera y a su hermana y a su mujer llorando sentadas junto al cadáver. Se queda contemplando el rostro de su padre hasta que el destello del umbo del escudo que han dispuesto a los pies del difunto le saca de su ensimismamiento. Se acerca hacia su padre e inclinándose sobre su él lo abraza largamente; siente una suave mano sobre el hombro y al levantar la cabeza ve el rostro de su mujer que acercándosele al oído le musita, “no se donde se encuentra nuestro hijo, salió del poblado tras ayudarnos a trasladar el cuerpo del abuelo hasta aquí y nadie lo ha vuelto a ver”. Después de enjugarse las lagrimas, se acerca a hablar con su hermana y tras encargar en el poblado el abastecimiento de buena madera para la pira funeraria, sale del poblado en busca de su hijo.

Pasa cerca de la necrópolis y se dirige hacia la parte alta de la rambla del Estrecho, iba a buscar a su hijo allí, por que era el lugar donde lo había llevado muchas veces de pequeño y sabía que en este paraje se sentía bien. Sube por la ribera oyendo el discurrir del agua y caminando sobre las peladas y limpias rocas que en algunas zonas están cubiertas de grandes concheros fósiles que se fragmentan al pisarlos, nunca le había gustado esa sensación de desgajar inútilmente algo de la naturaleza. Pasa por donde las paredes erosionadas dejan aflorar capas de conchas y caracolas y siente como se mecen las altas ramas de los álamos. Al fondo ve la imagen de su hijo sentado al borde de una de las grandes pozas. Se sienta junto a él y observa como su imagen queda reflejada en el agua cristalina junto a la del muchacho, dándose cuenta que había crecido y que se su físico se iba pareciendo cada vez más al de su abuelo. Estuvieron un rato sin hablar, uno al lado del otro, hasta que Abido comenta, “el abuelo Arbiskas ha vivido siendo un gran hombre, un gran guerrero y tenemos que volver para preparar su entierro”. El niño lo mira y asintiendo con la cabeza se abraza a su padre mientras este le dice, “somos tan pequeños como las luces que aparecen en las alturas de la noche y nuestras vidas son tan breves como las gotas de rocío que resbalan por las hojas de estos hermosos álamos que se mecen en la ribera”.

A la mañana siguiente se celebró la incineración del cuerpo del viejo guerrero Arbiskas y sus huesos calcinados fueron depositados en una urna funeraria que fue dispuesta en una fosa que se había abierto en la necrópolis, junto con sus pertenencias más preciadas. Brillaban las lustrosas copas negras traídas de allende los mares que depositaron las mujeres, mientras el nieto deja junto a la vasija la falcata doblada del abuelo, De repente aparece una poderosa águila que vuela por encima de la tumba, cuando están cubriéndola con tierra y rápidamente se aleja hacia las montañas. Todos la miran y asienten con respeto, mientras el joven Culcas aprieta con fuerza el enmangue con forma de cabeza de caballo del cuchillo que Arbiskas le había regalado.