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EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte V) José Fernández Rufete Reverte

EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte V)

Tuve tiempo de desayunar sin prisa. Aquella joven que había llamado mi atención, seguía sentada en el murete de la terraza sin intención de irse; al menos por el momento. Curiosamente, su presencia alteraba, sin quererlo, mi estado de nervios, así que saqué el tabaco de liar, las boquillas y un librillo de papel de fumar del bolso, y me dispuse a hacerme un cigarro, con la intención de templar y minimizar el cosquilleo interior que me asaltaba. Finalizada la habitual parafernalia, guardé los “aperos» y encendí el cigarrillo. Creo que tardé menos tiempo en apurarlo que en elaborarlo, consecuencia evidente de mi propia ansiedad. Por fin, y tras varios amagos fallidos, fruto de la inseguridad, me dirigí a la esquina de la terraza donde se hallaba la chica. Al llegar a su altura, ella percibió mi presencia, giró la cabeza y me miró con cierto recelo y no menos extrañeza. Durante un instante, me quedé atónito mirando su rostro. Tenía los ojos verdes, grandes y rasgados, cercados por unas pestañas llamativamente largas y cejas pobladas, bien formadas. Una de ellas, la izquierda, atravesada por un aro plateado. Me llamó la atención especialmente su pequeña y respingona nariz, y un hoyuelo en la barbilla graciosamente marcado. Por un momento, temí quedarme en blanco sin saber que decirle, y estoy casi seguro de que ella percibió mi fugaz laguna mental. Instantes después, posiblemente sonrojado, pero ya superado el lapsus, decidí presentarme.
Mi acento italiano sonaba irremediablemente marcado en la primera frase que pude articular, con no poco esfuerzo y con escasa imaginación. Tal vez fuera ese acento lo que me salvó de la quema en el primer momento, hasta el punto de que tal circunstancia, generó en la joven una mueca al escucharme, que interpreté como lo más parecido a una media sonrisa.
Tras darle mi nombre y sin dar lugar a respuesta alguna, creí oportuno argumentarle las razones por las cuáles me había acercado a ella. Le hablé de mi reciente estancia en Níjar, de la Posada del Carmen, de la mujer que me atendió, y de la descripción que hizo de la joven que me precedió en la ocupación del cuarto. Evidentemente le aclaré que dicha descripción se ceñía casi por completo a ella.
Terminado este primer argumentario, percibí en el rostro de la joven un cambio de semblante, que a mi entender, me hacía pensar que ahora se mostraba sorprendida y más confiada al mismo tiempo. Lógicamente le hice partícipe también de mi sorpresa en el sentido de que, jamás hubiera imaginado que dos personas desconocidas hubieran seguido un mismo rastro y que la casualidad, o tal vez el destino, las hubiera colocado por segunda vez en un mismo escenario en tan poco tiempo. Por añadidura, no era menos casual que la mujer de la posada hubiera hecho posible, a través de su patente indiscreción y charlatanería, que yo pudiera identificar ahora a la joven que tenía frente a mi, y compartir con ella este «extraordinario»e inusual acontecimiento.
Cuando di por finalizado el acto de presentación y el titubeante prólogo, ella dejó el batido de cacao sobre el murete y cambió de posición, en un acto de teatralización que interpreté como una muestra de acercamiento a mi. Bajó las piernas al suelo y me invitó a que me sentará a su lado. A continuación comenzó a hablarme. Su nombre era Candela y su ciudad natal Almonte, en la provincia de Huelva. Me confirmó que efectivamente se había hospedado en la Posada del Carmen, en Níjar, durante cuatro días y tres noches. Llevaba apenas cuarenta y ocho horas en las Negras y de igual modo que ocurría en mi caso, era la primera vez que viajaba al Parque Natural del Cabo de Gata.
Durante los siguientes minutos, intercambiamos conversación alusiva a la impresionante belleza que nos habían transmitido los singulares paisajes del parque, la costa y el poblado de Las Negras.
A tenor de lo que ya sabía de ella, mi reflexión personal ya no dejaba lugar a dudas; definitivamente era la joven que imaginaba. Fue sólo entonces cuando le hice saber que había un fleco suelto, una cuestión pendiente de la que debía informarle y que también atañía a ambos: el retrato de Colombine.

CONTINUARÁ (O no)
¡Buenas noches a todos y todas!
Texto: Pepe Rufete.
Fotografía: Pepe Tárraga