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EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte XII)

EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte XII)

Nada más llegar a tierra, ya en las Negras, nos detuvimos en el bar donde nos conocimos a tomar un café antes de despedirnos. Mientras dábamos cuenta de él, Candela me expresó su intención de viajar al día siguiente hasta el poblado de Rodalquilar, lugar que vió nacer a Colombine. Días atrás, había contactado con una mujer de la que esperaba obtener más información acerca de la escritora y cronista de guerra. Al hacerme saber de sus intenciones, me ofreció la posibilidad de acompañarle hasta allí, a lo cual le contesté de forma inmediata afirmativamente. Su respuesta fué un aplauso exagerado y cargado de sorna, acompañado de una sonrisa y un comentario un tanto absurdo, que consiguió arrancar de mí una carcajada: ¡ya cuento con un secretario, y además gratuito!, me dijo.
Cuando paré de sonreír, la miré y cogí sus manos, ahora con el gesto más contenido, para decirle una vez más que el verdadero motivo de mi estancia en las Negras, no obedecía más que al deseo de descansar y recuperarme física y emocionalmente de mi pasado reciente, y no hubiera podido imaginar hace escasos días, continué diciéndole, que su aparición y su compañía, iban a suponer el elixir perfecto para ayudarme a consumar tal objetivo. Mi gratitud, unida a la admiración y a los sentimientos que había conseguido despertar en mí, superaban cualquier expectativa imaginada días atrás, y el hecho de ser correspondido por ella, colocaba definitivamente la guinda sobre el pastel.
Candela se quedó callada dedicándome una mirada complaciente, y acto seguido, le propuse invitarla a cenar aquella noche, y de paso, aprovechar para que me pusiera al tanto con más detalle de los pormenores que rodeaban aquella entrevista en Rodalquilar. Igualmente le comenté la posibilidad de que durmiera en el cuarto de invitados que tenía en casa, y de ese modo, salir directamente hacia Rodalquilar a la mañana siguiente. Aceptó la invitación, haciéndome saber que debía llegar hasta el camping, darse una ducha y cambiarse de ropa, de modo que tras pagar la cuenta, la acompañé hasta el automóvil y nos despedimos, quedando en vernos un par de horas más tarde.
Fuimos a un restaurante italiano informal, en las Negras: El Capriccio. Durante la cena, comentamos las delicias que nos deparó el día de playa en la Cala de San Pedro, el asombro que nos produjo la manera de vivir y organizarse los habitantes en aquel paradisíaco lugar, y como no, de nuestro acercamiento personal y sentimental. Fué casi al final de la cena cuando comenzamos a preparar la visita del día siguiente, y a tenor de los comentarios que me hizo Candela al respecto, su intención era recoger información, no tanto de la trayectoria profesional de Colombine, sino de los aspectos biográficos más ligados a su vida personal y familiar, sin desdeñar desde luego, aquellos otros datos de cualquier naturaleza, que pudieran resultar de interés para ella.
Me estuvo poniendo al día sobre todo aquello que ya conocía de Colombine. De cómo es considerada la primera mujer corresponsal de guerra, o de su etapa en Madrid, donde colaboró con distintos periódicos en calidad de articulista, tales como La Correspondencia de España o El Globo. Siguió contándome que en 1904 es contratada como redactora del periódico El Diario Universal, donde tenía una columna diaria en la primera página titulada “Lecturas para la mujer”. Es precisamente en esas fechas, según me precisó Candela, cuando Carmen de Burgos adoptó el que sería su seudónimo: Colombine. Así mismo, me cuenta que ya, en 1906 trabaja en El Heraldo, y tres años más tarde, se incorpora como corresponsal de éste periódico en Melilla, dedicándose a cubrir la guerra del norte de Marruecos e informando sobre la Primera Guerra Mundial. La cantidad de datos que Candela memorizaba sobre Carmen de Burgos era enorme y yo era incapaz de procesarlos con la misma rapidez con la que ella me los proporcionaba.
Terminada la cena, tomamos un par de Gin Tonic, aderezados con una animada charla en la que los temas de conversación, ya más mundanos y personales, se sucedían uno tras otro, hasta que finalmente, decidimos marcharnos a descansar. Había sido un intenso día y a la mañana siguiente, la intención de Candela era madrugar para salir hacia Rodalquilar lo antes posible. Al llegar a casa, le indiqué donde estaba el cuarto de invitados. Tras algunos titubeos y un largo beso a modo de despedida, decidí enfrentarme a mis deseos, y la invité a que me acompañara a la habitación para pasar la noche juntos. Hubo entonces un segundo beso, un tercero y otros tantos, que finalmente despertaron también el mismo deseo en Candela, así que definitivamente nos dirigimos hacia mi dormitorio.

CONTINUARÁ (O no)
Texto: Pepe Rufete.
Fotografía: Pepe Tárraga.