EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte II)
Las primeras noticias que recibí poco después de llegar a Níjar no fueron las que esperaba. Había entrado en una cafetería situada en la zona centro de la población, con la intención de comprar una botella de agua y comer alguna cosa. La mala noticia llegó después de pagar la cuenta y preguntar por la hora de salida del autobús que debía llevarme a Las Negras; mi próximo y último destino. Sin tener nada claro dónde radicó mi error a la hora de planificar el viaje, lo que sí resultó evidente es que, el autobús había salido hacía hora y media , y hasta el día siguiente, no encontraría otra conexión posible.
Al principio, no pude esconder mi enojo y cierto descoloque, pero poco después, ya más tranquilo, pensé que pasar unas horas en ésta preciosa población , me vendría bien para entretenerme, hacer un poco de turismo y descansar en una cama cómoda con sábanas limpias y sin correas añadidas a los lados.
Volví a preguntar al camarero que me atendió en el bar, acerca de algún alojamiento que no fuera excesivamente caro y que estuviera cerca del centro. Cuando obtuve la información necesaria, cogí el equipaje y salí del establecimiento para dirigirme a la hospedería que me había indicado.
La Posada de Carmen, era un lugar acogedor, con una entrada dominada por arcos de medio punto decorados en color albero y suelo de terrazo rústico, repleto de maceteros cerámicos con gran variedad de plantas, situados a un lado y a otro del patio andaluz que daba acceso al interior. De sus paredes blancas, colgaban algunos cuadros que mostraban pinturas de alguna de las preciosas playas del Parque Natural. Concretamente, reconocí la playa de Mónsul en uno de ellos, gracias a la inconfundible roca volcánica, parcialmente sumergida, que emerge de una de las orillas, y a la enorme duna arenosa que se eleva detrás de ella, ya en la playa .
Salió a recibirme una mujer de mediana edad, que me indicó amablemente la habitación que debía ocupar. Al parecer tuve suerte ya que, según las excesivas explicaciones que me dio aquella atenta mujer, era la única habitación libre, y había sido desocupada, apenas unas horas antes, por una chica joven de unos treinta años, de aspecto hippie, con un piercing adornando una de las cejas, el pelo casi rapado en color azul y varias rastas que se descolgaban por su espalda casi hasta la cintura. Ante tan exhaustiva explicación, deduje al instante que la mujer que me atendía, era sin lugar a dudas muy observadora y algo deslenguada, lo cual hacía difícil para mí aguantar una sonrisa, que podría a haber resultado inconveniente de haberse producido.
La habitación resultó ser muy acogedora y arreglada con mimo. La cama me pareció muy amplia y el cabecero era de forja artesanal. Desde mi ventana, podía ver la calzada empedrada que daba entrada a la posada, además de la casonas, adosadas a ambos lados de la calle, primorosamente encaladas, y mostrando, con un aspecto flamante, el ineludible encanto de los pueblos blancos andaluces, que hace años pude conocer en la Sierra de Grazalema, en Cádiz .
Dejé la maleta en el armario con la intención de deshacerla más tarde, y al ir cerrar de nuevo la puerta corredera, vi algo en el suelo del ropero que llamó inmediatamente mi atención. Se trataba de una fotografía antigua que mostraba la imagen de una mujer que debía aparentar entre veinte y treinta años, de mirada intensa y vestida con lo que parecía ser una camisa, un chaleco y un abrigo oscuro con una margarita prendida en su solapa. En el reverso de la fotografía pude ver una palabra manuscrita con pluma y tinta de color azul, que desvelaba un nombre del que desconocía el significado, y una fecha: Colombine 1892.
En un primer momento pensé que podía pertenecer a la chica de la que me habló la mujer que me atendió en recepción, y que había abandonado la habitación pocas horas antes. Pensé en dejarla en el mismo lugar donde la había encontrado, pero al observarla nuevamente, la mirada de aquella mujer de la fotografía, despertó mi curiosidad, y porqué no decirlo, la belleza de sus ojos y su semblante, me produjeron cierto estado de hipnosis; así que finalmente decidí quedármela, como recuerdo de aquel lugar, además de por la antiguedad que parecía tener dicha fotografía.
Era media tarde y no quería dejar de dar un paseo por las calles y las plazas del centro de Nijar, así que salí de la habitación y me dispuse a visitar aquellos rincones atestados de pequeños comercios, que mostraban en escaparates exteriores, gran cantidad de productos artesanales, cerámicos, textiles y souvenirs de todo tipo.
CONTINUARÁ. (O no)
¡Buenas noches a todos y todas!
Texto: Pepe Rufete.