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EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte VII)

EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte VII)

Escuchar a la joven Candela, era reconocer en ella la palabra hecha pasión. La convicción y la fuerza con la que relataba cada uno de los episodios de la biografía de Colombine me sumergían de pleno en aquella historia con nombre de mujer.
Me habló de su temprano matrimonio con el bohemio pintor y periodista Arturo Álvarez, un vividor e infiel marido que desilusionó enseguida a Carmen de Burgos. Destacó igualmente su pertenencia a la Generación del 98, permitiéndole conocer y tratar de cerca a personajes ilustres como Juan Ramón Jiménez, Pérez Galdós, Salvador Rueda o Ramón Gómez de la Serna, que a la postre se convirtió en su pareja literaria y sentimental. Me contó de sus publicaciones en defensa de la legalización del divorcio, que aplaudieron escritores de la época como Blasco Ibáñez, o del sufragio de las mujeres. Y por supuesto, me ilusionó mucho saber de los viajes de Colombine a Italia, mi país natal, donde participó activamente en publicaciones y proyectos de calado social. En definitiva, un sin fin de acontecimientos que me anclaban culturalmente a la España de aquellos apasionantes momentos. Esa España de la que yo apenas tenía referencias, dada mi condición de extranjero, añadida a mi preferencia por las ciencias, lo que me alejaba en cierto modo de las humanidades y la historia contemporánea. No obstante, toda aquella información que me llegaba, me provocaba verdadera fascinación.
Candela, advirtiéndome de que no quería resultar cansada y asegurándome que seguiría hablando de Colombine en otra ocasión , finalizó su apasionado relato apuntando que Colombine falleció en 1932, y que sus restos fueron trasladados finalmente a Madrid.
Candela calló. Había terminado su fantástico monólogo ilustrativo y yo, seguía con la mirada fija en su rostro. Ni que decir tiene que se percató de mi severa catatonía transitoria, de la que me hizo despertar agitando su mano frente a mi cara mientras profería monosílabos para llamar mi atención, y por ende, evocando una sonrisa que me sonaba un tanto burlona y que me hizo sentir otro tanto «pardillo». Solución: reír yo también. Ella se levantó, y aún con la sonrisa puesta, y una mirada de reojo un tanto ufana, me dijo que necesitaba ir al aseo.
En el momento en que me quede sólo, y sin saber exactamente la razón ni el por qué, me vino a la mente una reflexión involuntaria, que me hizo tomar conciencia de la paz y el equilibrio emocional que me había proporcionado la salida del hospital psiquiátrico y la posterior llegada a Las Negras. Pero particularmente la mañana que estaba pasando en compañía de Candela, superaba todas mis expectativas, y los mejores augurios, iban quedando patentes en esta nueva etapa de cambios, tan necesarios para mi recuperación físico – psíquica. La fotografía de Colombine me había llevado inesperadamente hasta ésta joven belleza desaliñada, que me causaba sensaciones muy gratificantes, no sólo por su atrayente aspecto físico , sino porque suponía para mi la reconexión con el mundo exterior tras mi confinamiento hospitalario.
Cuando volvía del aseo, reparé también en otro hecho; no sabía nada de aquella persona, más allá de su nombre y su origen andaluz. Desconocía a qué se dedicaba, cuánto tiempo pensaba permanecer en Las Negras, donde se alojaba, etc. Tampoco ella conocía de mi vida, de mi verdadera situación, de mi pasado inmediato o de mis problemas depresivos, pero quise pensar que habría una oportunidad, que propiciara el acercamiento a éstas cuestiones pendientes. Al llegar a mi lado, me hizo saber que había pagado mi desayuno; cosa que me sorprendió, pero que le agradecí. También me comentó que debía volver al camping de Los Escullos, lugar donde tenía montada la tienda de campaña desde el primer momento en que llegó al parque natural. Sabía que estaba a escasos kilómetros de Las Negras dado que, durante el viaje que me trajo hasta aquí en autobús, reparé en él, y se encontraba a escasos metros de la carretera. Indirectamente ya había adivinado donde tenía su alojamiento, pero ésto no satisfacía mi curiosidad y mi interés por saber más; así que antes de que se marchara, no quise perder la ocasión de preguntarle si volveríamos a vernos. Su respuesta me resultó muy alentadora, puesto que según me dijo, solía llegarse cada día con su vehículo a desayunar hasta el bar donde estábamos ahora; le gustaba hacerlo mirando al mar.

CONTINUARÁ (O no)

¡Buenas noches a todos y todas!
Texto: Pepe Rufete
Imagen: Playa de Mónsul.