EL DESTELLO DE LA ESTRELLA DE BELÉN
Estábamos preparándonos para ir al huerto del tío Pedro, donde nos reuníamos todos los años la familia para celebrar el día de Año Nuevo. Me había retrasado ya que me habían obligado a subir para ponerme la pajarita que había olvidado en mi cuarto. Baje corriendo por la amplia escalera que llegaba al zaguán y allí estaba la tata Olalla para acompañarme hasta la entrada del garaje donde esperaban mis padres y mis hermanos montados en el coche. Subí, me acomodé y cuando pasamos por delante del palacio de los Ruano, le dije a mi hermana Esperanza si me cambiaba el sitio, quería ir al lado de la ventana para ver las casas junto al camino y sobre todo para ver a los niños jugando junto al huerto de la Rueda. Cuando enfilamos el camino de la casa del tío Pedro e íbamos junto a la valla que delimitaba el huerto, vi el gran pino junto al torreón de la casa y pensé en la última vez que había trepado por sus ramas para ver un nido vacío de abejaruco.
Hacia un día esplendido y toda la familia lucía muy elegante para la comida. Una vez que habíamos saludado a mis tíos y al abuelo Camilo, mis hermanos y yo, nos reunimos con mis primos para jugar en el huerto cercano, correr entre los naranjos y dar vueltas en torno al pozo. En la esquina del huerto y junto a la valla había un hermoso mandarino cargado de frutas, me encaramé a una de las ramas para coger una de las mandarinas más grandes y al tirar de ella salió un chorro de insectos que me vinieron a la cara y del susto me caí del árbol.
Quedé inconsciente y cuando volví en si, lo primero que sentí fueron las manos de mi padre aplicándome un paño húmedo sobre la frente. Cuando pude fijar la vista, lo primero que vi fue el reloj de sol situado en la esquina de la casa y la sombra del estilo que marcaba las doce.
Después de pasado el susto, me obligaron a estar un buen rato acostado en uno de los dormitorios, acompañado de mi hermano mayor y uno de mis primos que se fueron turnando para no dejar que me durmiera. Recostado y mirando hacia el gran ventanal por donde entraba la luz del mediodía, me vinieron los recuerdos de la noche de Reyes del pasado año. Me encontraba acostado en el mismo dormitorio y en la cama de al lado estaba mi primo Guillermo, no podíamos dormirnos porque estábamos inquietos pensando en la llegada de los Reyes Magos. Mi primo se levantó y yo le seguí, abrió la ventana para mirar el jardín donde habíamos puesto paja y agua para los camellos de los Reyes Magos. En ese momento nos sorprendió un enorme destello en el cielo estrellado que iluminó de golpe el reloj de sol que estaba junto al balcón. Asustados y sorprendidos corrimos hacía nuestras camas, al rato de estar callados y metidos debajo de las mantas, saque la cabeza y le pregunté a mi primo, “¿Guillermo has visto como se ha iluminado el reloj de sol?, y ¿has visto que marcaba las doce?, ha tenido que ser la estrella de Belén que ha pasado guiando a los Reyes Magos”. Mi primo también muy excitado me dijo, “vamos a dormirnos que si tardamos los Reyes Magos pasaran de largo”.
Cuando estaba enfrascado en estos pensamientos, oí a mi hermano Gustavo que me decía, “prepárate, la mama quiere que bajemos a comer”. Al atardecer cuando estábamos montarnos en el coche y había sacado la cabeza por la ventanilla para despedirme de mi abuelo, de mis tíos y de mis primos, miré hacia el reloj de sol y me sorprendió que aún marcaba las doce, entonces recordando lo sucedido el año pasado comenté en voz alta, “a partir de esta noche hay que mirar al cielo para ver cuando pasa la estrella de Belén”. Mi tío Pedro sonriendo, se acercó y me dijo tocándome la barbilla, “querido ahijado la estrella de Belén nunca ha sido vista desde que condujo a los Reyes Magos al portal de Belén para adorar al Niño Jesús”. Mi primo y yo nos miramos con complicidad y callados sonreímos.
Aquella noche y varias noches más, Miguel se asomó al balcón de su casa a las doce en punto, para ver si aparecía la estrella de Belén y esta nunca apareció. Posiblemente fuera casualidad que pasara una estrella fugaz aquella noche, quizás fuera una ilusión. Pues eso es para todos los niños la noche de los Reyes Magos, la ilusión de una noche mágica que hace soñar y que nunca se olvida.