Inicio Mi Rinconcico Andrés Martínez Rodríguez EL JOVEN ALARIFE DEL CASTILLO DE FELÍ

EL JOVEN ALARIFE DEL CASTILLO DE FELÍ

Sentado en el terrado de su casa a media mañana, miraba hacia el amplio valle queriendo distinguir en la lontananza el castillo que había ayudado a levantar aun siendo un joven aprendiz de alarife. 

0
EL JOVEN ALARIFE DEL CASTILLO DE FELÍ. Andrés Martínez Rodríguez.

Recordaba como si fuera ayer aquella tarde de hacia muchos años cuando reunidos en uno de los patios de la alquería más grande de Felí, su maestro el afamado Muhammad ben Yaqut le enseñaba los planos del castillo al cadí de aquel distrito. El asistía muy atento a las explicaciones que daba su maestro, le contaba cómo se iban a levantar las murallas con altas tapias, de como sería la entrada acodada que estaría oculta a las vistas y donde estarían los dos grandes aljibes para almacenar el agua. Cuando dejó sobre la mesa los planos que había dibujado, una inesperada ventolera que se había levantado al caer la tarde, hizo que los planos se volaran. Con gran agilidad, Jairán el joven aprendiz, los sujetó sobre la mesa, mientras su vista se fijaba en la planta rectangular dibujada del castillo con tres torreones y con un ángulo achaflanado que cerraría la fortaleza por el noroeste para adaptarla al relieve abrupto del espolón rocoso.

A los pocos días los habitantes de las alquerías vecinas comenzaron a ver como burros y mulas acarreaban por la empinada ladera las jarras llenas de agua, los sacos de cal y de arena y los tableros para hacer los encofrados. Cerca del cabezo unos peones con mazas y cinceles sacaban la piedra necesaria para nivelar la desigualdad del terreno donde levantarían los tapiales. Poco a poco la fortaleza se iba levantando bajo las ordenes de Muhammad ben Yaqut, mientras que él era el encargado de vigilar atentamente algo tan importante, como era la composición de las argamasas empleadas.

Un aciago día su maestro en un despiste resbaló en lo alto de un andamio lisiándose ambas piernas. El accidente hizo que la obra se tuviera que detener unos días, hasta que en la visita que el cadí hizo al lesionado maestro en su casa de Lorca, este la convenció de que el joven aprendiz podría supervisar la obra bajo sus indicaciones. Y así fue como el joven Jairán comenzó a dirigir los trabajos en la fortificación y al bajar del cerro todas las tardes visitaba a su maestro que se había trasladado a vivir a Felí, para contarle como iba todo y poner en común las contrariedades que iban surgiendo. A los dos meses el maestro pudo volver a subir al cerro y quedó tan gratamente sorprendido de como estaba de avanzada la fortificación que dirigiéndose al joven le dio un fuerte abrazo y levantando la voz para que todos lo oyeran dijo, “tu buen hacer en esta obra demuestra que estas preparado para ser maestro de obras y así lo certificaré delante del alamín de Lorca”.

Esa tarde Jairán, sentado con la espalda apoyada en la muralla del castillo mirando las estribaciones de las sierras de Tercia y de la Peñarrubia, que dejan en el centro la pequeña sierra llamada del Caño con la alargada alcazaba de Lorca, pensaba en su futuro como alarife, cuando siente el olor a leña quemada y ve como se levanta por encima de su cabeza la primera ahumada desde el castillo y se siente muy satisfecho del trabajo bien hecho.

El ruido de los niños al salir de la madrasa le devuelven a la realidad de su vejez sentado en la terraza de su casa y advierte como se empieza a proyectar la sombra del alminar sobre muchos de los tejados de las casas que el había levantado, entonces recapacita en todo el tiempo pasado y que lo venidero estaba en los alegres niños que juegan en la calle de al lado.