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EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte IX)

EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte IX)

Tal y como sucedió ayer, Candela ha aparecido hoy por el bar. Yo ya estaba sentado en la terraza, sin percatarme de su llegada. Fue ella, caminando sigilosa a mis espaldas, para no ser vista, la que acercó sus labios a mi oído y elevando el tono, me saludó con el fin de sorprenderme. Ocurrió justo cuando bebía un sorbo de café, y el sobresalto repentino, hizo que acabara desparramado en mi camisa. Su carcajada fue sonora, aunque acto seguido se disculpara sacando un pañuelo de papel, que mojó en el vaso de agua que había en la mesa, con intención de restregar y minimizar el efecto de la mancha. Sin entender muy bien a qué venía esa sorpresiva actitud, pero restándole importancia, le devolví el saludo mientras ella, una vez que finalizó la tarea de limpieza y sin solicitar más licencia, acercó una silla y sentó a mi lado. Entre risas, cruzamos algunas frases intrascendentes acerca del percance del café derramado en mi camisa. Como si me hubiera adivinado el pensamiento, de repente me miró con un semblante sonriente e inesperado que destilaba ternura, y adelantándose a mis intenciones, me lanzó la misma pregunta que yo pensaba hacerle y que no pude plantearle la mañana anterior: ¿Quién era yo?, ¿Quién se escondía detrás de Fabrizio, el napolitano?, ¿Qué me ha traído hasta aquí?.
Sus palabras me hicieron sentir algo turbado; pero también sabía que contestarle, abría la posibilidad de que más tarde, yo encontrara en ella respuestas a las mismas preguntas; de tal manera que con intención decidida, empecé a contarle la historia de mi infancia y mi juventud en Nápoles, los acontecimientos que rodearon la muerte de mis padres, los estudios de biología marina y mi llegada a Murcia. También le hablé de mi relación frustrada y como no, del internamiento en el hospital psiquiátrico y de la afortunada recuperación tras seis meses de sufrimiento e incertidumbre. Por último, la puse al tanto de mi intención de tomar un año sabático, antes de retomar el doctorado en la Universidad de Murcia.
Una vez informé a Candela de los episodios que conformaban la «variopinta» biografía que me acompañaba, y tal como tenía pensado, me apresuré a reclamar de ella respuestas sobre aquellas mismas cuestiones que me había planteado a mí poco antes. Cambiando su gesto, que se tornó más grave, accedió a contestarme mientras yo, sin perder detalle alguno, la escuchaba con atención.
De padres separados desde que era una niña (ambos profesores de Educación Secundaria), la infancia de Candela transcurrió en el pueblo onubense de Almonte, en donde vivió con su madre hasta que marchó a Sevilla a estudiar periodismo. Había finalizado la carrera unos meses antes de llegar a Las Negras. Sin posibilidad de encontrar empleo a corto plazo, e interesada desde muy joven y de forma activa por la defensa de los derechos de la mujer, decidió emprender un proyecto personal de documentación al que denominó «Las mujeres borradas».
Los ahorros de varios años alternando el trabajo con los estudios, y la aportación , tanto de su madre como de su padre, de una ayuda económica para la manutención, posibilitó a la joven Candela su supervivencia y su trabajo de investigación. Ya en Níjar, antes de mi llegada, visitó el archivo municipal en busca de información sobre la que ella consideraba una de las mujeres borradas por el franquismo: Carmen de Burgos y Seguí, «Colombine». De éste modo, pensé, quedaba justificada su presencia en el Parque Natural del Cabo de Gata/ Níjar. Fué cuna de nacimiento de aquella adelantada periodista y cronista de guerra de los siglos XIX y XX, y por lo tanto, éste era lugar necesario para recabar y recopilar información sobre ella.
A punto de terminar el desayuno, quise que me dijera también, si conocía la razón por la cual había tanta gente joven en constante trasiego por el poblado. Le hice saber de mi intriga, acerca del lugar de peregrinación al que debían dirigirse, pues todos caminaban en la misma dirección.
Candela volvió a sonreir. Ella también había reparado en la misma cuestión, pero a diferencia de mi, ya conocía el destino de aquellos y aquellas jóvenes, y coincidía con las conjeturas que hice cuando miraba los mapas el día anterior: La Cala de San Pedro.
Ante mi sorpresa, me preguntó si me apetecía que fuéramos hasta allí, a lo que le respondí afirmativamente con cierta emoción.
Antes de pagar, compramos una botella de agua y un par de bocadillos que cargó en su mochila, y sin más demora, nos dispusimos a hacer aquella «intrigante ruta».

CONTINUARÁ (O no)
Texto: Pepe Rufete.
Fotografía: Pepe Tárraga.
Imagen: Formaciones basálticas. Parque Natural del Cabo de Gata.