Inicio Mi Rinconcico José Fernández Rufete Reverte EL. RETRATO DE COLOMBINE (Parte XIII)

EL. RETRATO DE COLOMBINE (Parte XIII)

EL. RETRATO DE COLOMBINE (Parte XIII)EL. RETRATO DE COLOMBINE (Parte XIII)

Me despertó la luz del nuevo día entrando por la ventana que había dejado entreabierta la noche anterior. Me di la vuelta y Candela seguía durmiendo. La estuve observando durante varios minutos. Abrazada a la almohada, y posiblemente debido a mis movimientos al girarme, finalmente fue abriendo los ojos poco a poco. Haciendo constantes guiños que intentaban minimizar los efectos del primer resplandor del sol en su cara, me preguntó la hora. Eran casi las nueve de la mañana y cuando se lo hice saber, emitió un murmullo a modo de queja, que acallé con un abrazo y un beso que me fué correspondido. Con clara intención de atenuar mi previsible pasión, no me dejó más margen para seguir con los desvaneos amorosos. Inmediatamente me instó a levantarnos y desayunar con premura para salir hacia Rodalquilar. Se reprochaba no haber madrugado más, aunque en el fondo, sus lamentos parecían tener poca consistencia autocrítica. Habíamos compartido una noche fantástica, y el relativo retraso perdía trascendencia en esta ocasión especial.

Al cabo de un rato salimos de casa en dirección al bar donde habitualmente desayunábamos. Allí estuvimos aclarando algunos cabos sueltos, que atañían al encuentro que Candela tenía apalabrado en el poblado minero, centrándonos sobre todo en las preguntas que debíamos efectuar, de modo que pudiéramos asegurarnos de obtener respuestas a las necesidades que Candela tenía planteadas con relación a su trabajo. Apenas diez minutos después, ya estábamos montados en el coche y en camino hacia Rodalquilar. El trayecto era bastante corto y en poco más de quince minutos llegaríamos a nuestro destino. Durante el camino, Candela fue aclarándome también, que en realidad no había visto antes a la persona con la que íbamos a encontrarnos poco después. Sabía que era una anciana, y no tenía demasiado claro si realmente aquella visita les sería de utilidad.
Al llegar al poblado quedé absolutamente sorprendido. Las construcciones, antiguas en su mayoría, dejaban testimonio del fin con el que fue construido aquel pequeño núcleo minero. La escuela, el economato, las balsas de decantación del mineral, los almacenes y los talleres, etc, componían ahora un conjunto arquitectónico que, aunque obsoleto y con cierto halo tenebroso, mostraba las huellas de un pasado lleno de vida y actividad. Actualmente, dejaba patente su vocación turística, a pesar de conservar su sabor añejo.
Entramos por una carretera de acceso estrecho, paralela a la rambla que atravesaba el poblado de sur a norte, hasta que llegamos a un pequeño bar. Era allí donde debíamos preguntar por nuestro contacto. Bajamos del coche y entramos en aquel lugar, que tenía el sabor de una taberna de los años sesenta del siglo pasado. Enseguida nos atendió una mujer de mediana edad que nos preguntó si queríamos tomar algo. Le aclaramos entonces cuál era el motivo real de nuestra visita y enseguida nos facilitó la información que buscábamos. Aquella mujer del bar era nieta de Teresa, nuestro contacto, una anciana de noventa y cinco años que vivía en la casa contigua a la taberna donde estábamos, y que a pesar de su edad, mantenía una lucidez mental envidiable, aunque su movilidad física estuviera bastante limitada por los largos años de duro trabajo. Una vez terminamos de explicar nuestras intenciones, aquella mujer no dudó en acompañarnos amablemente hasta donde se encontraba la anciana Teresa.
En una silla de ruedas, y con atuendo de riguroso luto, apareció ante nosotros aquella persona que, lejos de inspirar sentimiento alguno de pena o compasión, consiguió, aún sin hablar, transmitir una sensación de respeto difícil de explicar. Por la primera impresión que percibí, pareciera que no le sorprendía ni le estremecía en absoluto nuestra presencia. Nos invitó a tomar asiento, señalando dos sillas de anea que había detrás de nosotros. Así mismo, nos hizo saber que no oía demasiado bien, con lo que debíamos colocarnos cerca de ella, a lo que accedimos de forma inmediata.
Una vez acomodados, fue cuando Teresa nos preguntó cuál era el motivo de la visita. Candela empezó por presentarse en primer lugar, y luego lo hice yo, dejando claro que venía en condición de acompañante. Cumplido el trámite, mi joven acompañante empezó por decirle que era periodista y que venía desde Huelva buscando información sobre Carmen de Burgos: Colombine.
No habían transcurrido todavía cinco segundos, cuando vi asomar las lágrimas en los ojos gastados de aquella anciana mujer. Candela se apresuró inmediatamente a sacar un pañuelo de papel de su mochila y se lo ofreció a la anciana, que lo cogió con sus temblorosas manos esbozando un sonrisa de agradecimiento, para acercarlo a continuación hasta sus ojos llorosos.
Mientras secaba sus lágrimas, y ya con voz calmada, nos contestó, afirmando que nos contaría aquello que necesitáramos saber, si es que aquello que buscábamos, estaba en sus manos o en su memoria.

CONTINUARÁ (O no)
Texto: Pepe Rufete
Fotografía: Pepe Tárraga.