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LAGUNAS DE LUZ Y DE SOL EN UNA TARDE DE INVIERNO. Andrés Martínez Rodríguez

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LAGUNAS DE LUZ Y DE SOL EN UNA TARDE DE INVIERNO

Se ha calmado el frío aire que baja de las sierras del norte, cuando llega la hora en que empieza a dejarse ver el crepúsculo con su característica luz mediterránea. Las alargadas sombras de los altos edificios que salpican la Corredera y las calles aledañas, dejan lagunas soleadas junto a las fachadas de algunas casonas y de edificios singulares, como la modernista Cámara Agraria (1918) o el dieciochesco palacio que ocupa la Comunidad de Regantes de Lorca (antiguo palacio Moctezuma).

Y si te dejas llegar paseando por la alargada Corredera hasta la columna miliaria, para torcer por la calle Juan II, es recomendable darte la vuelta y mirar hacia arriba para buscar la soleada torre de la casa de los Guevara coronada por su alta veleta, para después encontrarte con la pronunciada esquina de tostado color albero que apunta hacia el atrio de Santiago, donde te sorprenderán las marrones puertas de la iglesia vestidas de luz plateada, delante de las cuales juegan los niños que esperan para entrar a la catequesis.

Y andando por la calle Santiago te dejas querer por el sol del principio del atardecer, hasta desembocar en la mayor de las lagunas de la luz crepuscular que acaricia los vetustos sillares de la Colegiata, donde se levanta la torre cuya parte baja se une con los ventanales de las salas capitulares. La luz templada prolonga la sombra de los arcos de entrada en la plaza de España desde las calles Selgas y Cava, bañando la dorada e inmensa fachada de San Patricio coronada por el enorme Ángel de la Fama.

Es aconsejable pararse donde comienza la pequeña plaza del Caño para buscar en lo alto un sol labrado, que como metáfora de la ciudad lorquina te mira mientras sus pétreos rayos iluminan a Elio y a Crota, míticos fundadores de Lorca, ensoñación dieciochesca que no debe equivocarnos sobre la verdadera antigüedad de la ciudad, la cual se conserva por debajo de donde pisamos y que remonta nuestra historia hasta un pasado seismilenario. Fueron los pobladores del Neolítico los que trajeron una nueva forma de vida basada en la practica de la ganadería y en la agricultura, la cual después de tantos milenios sigue siendo la verdadera riqueza del valle del Guadalentín venida de la mano de la fertilidad de la tierra.

Y mirando la luz que pasa entre los artificiales balaustres de la torre de Santa María, iglesia que queda en lo alto y al pie del enorme Castillo, llega el ocaso y las lagunas de luz se van apagando mientras se oye la melodía cercana que se cuela a través de los grandes ventanales entreabiertos del Conservatorio.

Y con ella se retiran las lagunas de luz trayendo de nuevo el aire frío del norte, que nos acompaña mientras bajamos por la solitaria calle del Álamo, con la amarilla luz de las farolas centelleando sobre las fachadas de las casas, algunas de ellas no están y otras están vacias.