45 AÑOS ATRÁS por Antonio de Cayetano.
Se acabaron las fiestas, el bullicio, el alborozo, las luces y los sonidos. La siempre esperada feria llegó a su fin, volviendo la normalidad a nuestras calles y plazas. Pero no a la habitual de hace unas décadas, aquella del continuo ir y venir de sus gentes, la del constante trasiego por sus céntricas calles, la usual de aquella ciudad de compras que Lorca fue. Hoy el centro de nuestra población está en calma, sereno, incluso desértico a determinadas horas o días. Exceptuando algún sector comercial, como el relacionado con las bodas y ceremonias, hoy su comercio no tiene el poder de atracción que en otra época tenía. Nuestra ciudad ya no es lo que fue, son muchos los establecimientos de todo tipo que han cesado su actividad en los últimos años y meses, siendo quizá la puntilla para el cierre de sus puertas, las largas obras que se están llevando a cabo en el centro de la población.
Pero no solo son las obras o la larga crisis vivida el motivo de su cierre, también influye el desplazamiento que han experimentado las ventas de ciertos productos, teniendo que acudir ahora muchos lorquinos y foráneos, al centro comercial de las afueras para efectuar sus compras, lugar donde lamentablemente en algunos artículos, encuentran una oferta superior a la ofrecida en la propia ciudad. El centro de Lorca está necesitado de tiendas de grandes marcas, de que se establezcan en él firmas importantes de moda, que son las que en la actualidad arrasan y tienen el poder de mover el mercado, pues hacen de locomotoras de la actividad comercial de la zona. Pero lejos de conseguirlo, algunas de estas firmas establecidas en Juan Carlos I han cerrado también sus puertas, dejando el centro de la ciudad sin el atractivo que estas marcas le daban.
Y es que estas grandes compañías ubican sus tiendas donde está el cliente, pues lo importante para ellas es su visibilidad y el tránsito de gente, ya que la moda tiene mucho de compra impulsiva, por lo que si no hay clientes y pierden rentabilidad, cierran sin ninguna otra consideración. Pero no solo una, sino todas las que son del mismo grupo, ya que todas se complementan captando clientes entre sí, siendo por ello la cercanía entre ellas. Por lo que complicado veo que vuelvan con el actual panorama, pues estas firmas tardan años en decidir dónde ubicar una de sus tiendas, estudiando todos los pormenores y circunstancias de la zona, y aunque aquí nos pese, el centro de Lorca no es hoy lo más atractivo para ellas, el consumo es el que hay y no hay hueco para más. Hemos fomentado la actividad comercial y el ocio en la periferia (lugar donde si están presentes) y con ello nos hemos cargado el comercio tradicional de la población. Cuando no tenemos que olvidar que el comercio es lo que le da vida al centro de las ciudades, con sus rótulos, su iluminación, sus escaparates, sus ofertas, su personal y sus clientes.
Sería impensable el centro de una ciudad sin actividad comercial, con los locales cerrados, con sus persianas echadas. El mismo se nos degradaría y no sería incluso atractivo para vivir en él, marchándose igualmente los bancos, bares o restaurantes, ya que estos seguirían también los pasos de sus clientes. Nos encontraríamos que en vez de ser la Ciudad del Sol, el astro Rey en el que todo gira a su alrededor, seria la Ciudad del Donut, al estar su centro vacío de contenido. Y no es una exageración, es lo que está ocurriendo ya en algunas ciudades, por lo que hay que evitar por todos los medios que esto pueda suceder aquí, donde tenemos el precedente de lo acontecido en su día con el casco histórico, con aquella calle Selgas donde se ubicaba lo mejor del comercio lorquino y que era conocida por la calle de las tiendas, calle que en la actualidad, no dispone de ningún establecimiento comercial abierto.
Si que no podemos ir contra el progreso, pues el comercio ha ido y va evolucionando al tiempo que la sociedad, incluso ahora sin la necesidad de un espacio físico. Pero como comentaba antes, el comercio hace ciudad y hay que intentar recuperarlo si queremos seguir siendo una ciudad viva y vibrante, atractiva para la gente de aquí y para la amplia comarca subregional de la que siempre hemos sido su capital. Si nos vamos 45 años atrás, el sector comercial de Lorca estaba en lo más alto, era un tiempo en que comenzaban a regresar de Alemania, Francia o Suiza parte de los más de 5000 emigrantes lorquinos que habían partido en la década anterior, y un año antes de que se desatara la crisis del 73, una crisis inflacionista motivada por el petróleo y que hizo que se cuadruplicara su precio. La actividad comercial de Lorca en 1972 era bien distinta a la de hoy, el comercio solía abrir sus puertas a las nueve de la mañana, pero antes de esa hora, ya era frecuente ver gente guardando cola en determinados establecimientos.
También sobre las nueve de la mañana, era la hora de llegada de los diferentes coches de línea (autocares), que procedentes de diferentes poblaciones del municipio y comarca, venían cargados de viajeros, los cuales pasaban la mañana en la ciudad haciendo las diversas gestiones que les habían traído hasta aquí, mayoritariamente las compras. Las paradas de las diferentes líneas estaban repartidas por toda la ciudad, siendo la más importante para el comercio lorquino la ubicada en el garaje Santa Fe, el cual estaba situado frente a los institutos. Allí estaba la base de la Empresa Gómez (Paco de Quico), una empresa lumbrerense que tenia la concesión de varias líneas regulares con Lorca. Siendo el punto de llegada para los viajeros procedentes de Águilas, ciudad con la que había hasta tres servicios diarios. También era el lugar donde arribaba el autocar que venía de Vera a través de Pulpi, el de Puerto Lumbreras y el de los Vélez y María, autocares que llegaban a Lorca entre las nueve y las nueve y media de la mañana, partiendo hacia sus respectivos pueblos entre las dos y las cuatro de la tarde.
En la alameda de Menchirón tenía la parada el autocar procedente de Morata y Mazarrón, un servicio que prestaba la empresa Nicolás y que salía de la pedanía lorquina a las siete de la mañana, tardando dos horas en llegar hasta Lorca, regresando de nuestra ciudad a las tres de la tarde. El mismo horario y duración de viaje, tenían los viajeros procedentes de El Jardín y que hacian una parada intermedia en La Parroquia, un servicio prestado por la empresa M. Romera y que tenía su sede y parada en la plaza de Don Juan Moreno. Muy cerca de allí, en la posada de la Merced, tenía la parada la empresa Fernández Picón, que era la concesionaria de la líneas que procedían de Caravaca y Cehegin y de las pedanías de Zarcilla de Ramos, La Paca, Doña Inés y Avilés, teniendo su llegada a Lorca a las nueve de la mañana y su salida a las cuatro de la tarde. Un poco más abajo, en la avenida de Santa Clara, tenía la parada el autocar que nos llegaba de Zarzadilla de Totana, el cual también tenía el mismo horario de llegada, aunque su partida era media hora más tarde.
Como vemos, todas estas líneas de transporte público, estaban enfocadas a los viajeros que tenían a Lorca como su referente mercantil. Personas que tenían toda una mañana para moverse por la ciudad, hacer sus compras e incluso comer antes de partir hacia sus respectivos pueblos de origen. También había otras líneas regulares, las cuales nos unían con Murcia, Cartagena, Valencia o Almería, pero las mencionadas anteriormente eran las que mejor se adaptaban al horario comercial y las que nos traían los potenciales clientes. También el ferrocarril fue un importe medio, pues incluso hubo un periodo, en que había un tren especial desde la vecina provincia de Almería para venir de compras a Lorca. Eran otros tiempos, en los que el coche particular no estaba al alcance de muchos, pero también una época en que Lorca era el centro comercial de una gran comarca que abarcaba muchos pueblos de Almería y Granada, pueblos desde donde se desplazaban con frecuencia a nuestra ciudad para adquirir o reparar cualquier cosa, encontrándose casi todos los servicios en el centro de la población.
El mismísimo palacio de Guevara, el edificio más notable y admirado de la ciudad, acogía en sus bajos un establecimiento industrial, el comercio de Lizaran, una tienda dedicada a la venta de repuestos industriales y de automoción. Otras tiendas del mismo sector también se ubicaban en esa calle de Lope Gisbert, que era el paso de la nacional 340 en dirección Andalucía, situándose frente a la gasolinera que entonces había, el concesionario y el servicio oficial Seat. En la calle Floridablanca estaba el de Renault, en Santo Domingo el de Citroën y en la calle Rey Don Carlos (hoy Poeta Carlos Mellado) el del legendario Mini. Y ya fuera de la ciudad, pues se encontraba una vez pasado el símbolo del yugo y las flechas que había situado frente a las “Casas Baratas”, estaba el concesionario de Barreiros y Simca, encontrándose un poco más adelante el de Ebro y a poca distancia el de los tractores Same. Los tractores Motransa estaban en Jerónimo de Santa Fe, en Comisa, una multitienda que también distribuía la furgoneta Sava, la moto Vespa y los ciclomotores Vespino, aparte de motocultores y toda clase de maquinaria agrícola e industrial, ferretería, electrodomésticos, muebles de cocina y el gas butano.
También los dueños de esta empresa, son los que abrieron en la plaza Don Juan Moreno la primera agencia de viajes que hubo en Lorca en aquellos años, Viajes Mercurio, una agencia que en la actualidad sigue en otro emplazamiento y con otros propietarios. En esa plaza de la Alberca también tenía su base Grúas Toribio, estaba el taller de fragua de Piernas, la droguería de Lizaran y el Hostal Leal. A continuación en la calle Santo Domingo estaba la floristería Jerónima, el Restaurante Cándido, Auto Recambios Méndez (ya mencionado como Citroën) y la ferretería de Cachá. En frente, esquina con Mártires de la Salle (hoy Carril de Caldereros) se encontraba el tinte de Juan Domingo, famoso por sus cobertores y más adelante ya en Lope Gisbert, la granja Maribel. En la glorieta de San Vicente estaba Proficio, el concesionario para Lorca de las bicicletas GAC y del ciclomotor Mobylette que tanto éxito tuvo.
En la calle Musso Valiente se encontraba Rubira, un almacén de materiales de construcción y accesorios de baño. También en esta misma calle estaba el nuevo Hotel Residencia Alameda, a unos metros del hotel se encontraba Talleres Lafuente, el servicio oficial de Bombas Ideal, una empresa dedicada a las instalaciones de sistemas de riego y a la reparación de tractores. Junto al taller estaba la joyería García, que también incluía pequeño electrodoméstico, mientras que en la acera de enfrente se situaba la tienda de marroquinería Markos, establecimiento que más tarde se trasladó a la avenida de Los Mártires (hoy Juan Carlos I). Una avenida que en su mismo centro, haciendo esquina con la alameda de Ramón y Cajal, albergaba el depósito de la Sociedad Anónima Cros, una empresa catalana que en aquellos tiempos era la más importante en cuanto a la fabricación y distribución de abonos para la agricultura. A pocos metros de allí, haciendo esquina con la alameda de la Victoria (hoy Constitución), se encontraba el almacén de harinas, granulo y pienso de Don Trinidad.
También en esta avenida se situaba y aun hoy permanece abierta, una de las tres tiendas más grandes de Lorca en cuanto al comercio textil, Comercial Miñarro, una gran tienda surgida tras la separación de los dos cuñados y socios que regentaban Galerías Montoya en la calle Generalísimo (hoy Corredera). Sin duda la calle más comercial de entonces, una vía peatonal donde se encontraban la mayoría de las sucursales bancarias y lo mejor del comercio lorquino, destacando por su grandiosidad (y también por su monstruosidad urbanística) el gran comercio que antes mencionaba de Galerías Montoya, un comercio del que hoy solo permanece abierta alguna de sus secciones. También en esta calle Corredera, pero en la parte que entonces se llamaba José Antonio, estaba y sigue hoy la tienda de Muebles San José, otro comercio de altura con varias plantas de exposición. Otro comercio del mismo ramo situado en esa calle era Muebles Juan Martínez, el cual también tenía otro establecimiento en la plaza de Santiago.
Victoriano era otro comercio de aquella época en la Corredera, con su reclamo de palomitas de maíz en la puerta. Lo mismo hacia electrodomésticos Aragón, conectando algún televisor con motivo de algún acontecimiento importante. También estaban las tiendas de confección y textil de Cañizares y Castellar, la sastrería de Heladio, el kiosco de la Rubia y haciendo esquina con la calle Cubo la joyería de Miguel, establecimiento que hoy sigue con otro nombre y dueño. Enfrente estaba la droguería López, y ya en los cuatro cantones la ferretería Segura y el kiosco del Leño. Marydol era otro de los comercios allí ubicados, dedicado a los trajes regionales y las corchas. En la esquina con Alporchones estaba y está la librería de Félix Montiel, mientras que la otra librería de los cuatro cantones que regentaba la Viuda de José Montiel desapareció años más tarde, igual que pasó con las dos tiendas de mercería y géneros de punto que también tenía en la calle Pio XII.
En esta vía peatonal con nombre de papa, se ubicaba Casa Millán, un establecimiento de marroquinería fundado a finales del siglo XIX en la calle Selgas y que se trasladó a esta otra siguiendo la tendencia de entonces. También estaba en esta calle la artística confitería La Caña de Azúcar, la conocida como la de La Madrileña o de Los Cuatro Cantones, que procedía igualmente de la calle Selgas. Más arriba se encontraba otra confitería, la de Las Delicias y un poco más adelante el almacén de drogas de Juan Terrer (droguería). Pero el comercio que más destacaba, no solo de esta calle sino de toda la ciudad, era el de Almacenes Bertrand, uno de los comercios más importantes de este año que hoy recordamos, un comercio dedicado al textil y que ocupaba el esplendido edificio de varias plantas que ahora se ha puesto en valor para albergar el Mercado del Sol. También la empresa de Bertrand (Lorca Industrial), era la dueña de la fábrica de confecciones ubicada en la avenida, en los terrenos en los que hoy está el Residencial Plaza Nueva.
De la mencionada calle Selgas, aquella que en su día tuvo el comercio más selecto de Lorca, recuerdo de aquel año 1972 al zapatero Antonio Manzanera, un músico al que la guerra civil le truncó sus sueños, una buena persona con la que me unían lazos familiares. También en aquella calle estaba la zapatería de Alcolea, zapatería que después se trasladó a la calle Alporchones y a la de Alfonso X el Sabio. Calle donde se encontraban las relojerías de Sánchez y Campoy y la joyería Troyano. Otra joyería de entonces era la de la familia Laserna en la calle Fernando el Santo, calle en la que también estaban Deportes Jumondi y La Cartuja, pero la familia Laserna también tenía otro establecimiento de joyería en la calle General Prim (hoy Álamo). Calle en la que se ubicaba la relojería Ricardo, la cuchillería y armería Rodenas y Carmen la de las Telas, establecimiento textil que también estaba en jerónimo de Santa Fe, arteria donde se situaba la librería Santa Fe. Otra librería de aquellos años, y en la que se podía encontrar cualquier libro era Foro, ubicada en la calle Rebolloso (Cristal), calle en la que también estaba la joyería Bayro.
Otros comercios de entonces fueron Las Novedades en la plaza de la Cruz de los Caídos (hoy de la Discordia), comercio dedicado a la bisutería y juguetes, y justo en frente el de Musiluz, donde se mezclaba la joyería con los aparatos de radio y el pequeño electrodoméstico. En la calle Calvo Sotelo (hoy Nogalte) estaba la Meca de los Pantalones, joyería Rayma, Muebles Segura y la ferretería de Benito. En la de Ruiz de Alda (hoy Almirante Aguilar) se ubicaban la sastrería y confecciones Vegara, Almacenes Vidal de loza y cristal, la ferretería Soriano y foto Zaragoza. En la plaza de España estaba la tienda de antigüedades El Rastro y Tapicerías Mérida, una casa especializada en cortinas. Ya en el barrio de San Cristóbal se situaba la tienda de marroquinería Dimas, la ferretería del Gafas que aun está, como también El Perla, la tienda del Soldado y una larga lista más.
También estaban al otro lado del puente, aprovechando el paso de los turistas, por no estar todavía hecho el nuevo puente de San Diego ni el desvió de la carretera nacional, las tiendas típicas de recuerdos, alfarería y cerámica, quedando en la actualidad solo una en plan simbólico, aunque sí que siguen funcionando otras fuera de la ciudad. Otro sector artesanal que también casi ha desaparecido y que tuvo su importancia en aquellos años setenta fue el de la piedra artificial. Una industria que se ubicaba en el extrarradio de la ciudad, situándose en la Quinta el taller de Arte Español, en la ctra. de Murcia la fábrica de alabastros de Vda. de González, y en la ctra. de Granada la de Cerámica Sanz y la de Altamira.
En el barrio de San Cristóbal estaban también las industrias del curtido, un negocio prospero en aquellos años, siendo la producción diaria de las 14 fabricas que entonces había, de unos 65.000 kilos de pieles, piel con la que se llegaban a elaborar hasta 80.000 pares de zapatos. Lástima que parte de esa importante producción no se quedase aquí, que no prosperase la industria del calzado en nuestra ciudad, siendo como era el origen de la principal materia prima. Nuestra producción viajaba mayoritariamente para la provincia de Alicante, encargándose del transporte las agencias que entonces trabajaban en la ciudad, siendo la agencia de transportes Félix la que más trabajó con los curtidores, motivo por el que trasladó sus instalaciones desde la calle Fajardo el Bravo hasta la ctra. de Caravaca, lugar al que se iban trasladando también las industrias del curtido. Luego fue la agencia de transportes Hispania la que ocupó la antigua nave dejada por Félix. También estaba la agencia Pelegrín, cuya sede se encontraba en la plaza Calderón de la Barca, bajo el torreón, la agencia Noguera en la calle Redón y transportes Cano en la Segunda Caída.
Renfe también ofrecía en aquel tiempo su servicio de paquetería, con el servicio de puerta a puerta por un lado y el de régimen de equipaje por otro, siendo este el más demandado por su rapidez, ya que la mercancía se recogía en la estación una vez llegaba el tren expreso que hacía el trayecto Barcelona- Granada o viceversa. Igualmente, las líneas de autocares citadas con anterioridad, además de viajeros llevaban también bultos, por lo que muchos comerciantes lorquinos las usaban para los pequeños pedidos que les efectuaban sus clientes de fuera. Además estaban los choferes, que por una propinilla, se acercaban a los diferentes establecimientos y les hacían el “mandao” a sus conocidos del pueblo.
Así recuerdo la Lorca comercial y de servicios de hace 45 años, una Lorca de mucha actividad, con mucho comercio. Una Lorca que quizá ya no vuelva, pues como mencionaba al principio las tendencias van cambiando. Pero en nosotros está el futuro que queremos para nuestra ciudad, si una ciudad viva o una ciudad muerta, si una ciudad comercial o una ciudad desierta. Como también de nosotros depende, que sigamos sometiéndonos a lo que nos dictan las grandes marcas, firmas que por otra parte, se aprovechan de sus trabajadores en Camboya, China, Tailandia o Marruecos, explotándolos por un miserable sueldo y sin tener en cuenta las mínimas condiciones laborales. Así que si vienen al centro de la ciudad, bienvenidos sean, pero nada de incentivarlos económicamente con dinero público, todos debemos de jugar con la misma baraja.