ANDAR POR LA MOJADA LADERA NORTE DE LA SIERRA DE LA PEÑARRUBIA. Andrés Martínez Rodríguez.
Las calles estaban mojadas cuando hemos salido hacia Los Pilones con un cielo nuboso que dejaba ver claros azules que auguraban una bonita mañana para caminar. Y así ha ocurrido desde las primeras pisadas por las tierras mojadas cargadas de pinos de las sendas de las Viñas y del Escarambrujo. Y al cruzar por encima de la acequia de Alcalá he querido imaginar el sonido del agua al bifurcarse por uno de los partidores cercano a la carretera. La limpia atmósfera permite ver con nitidez las huertas de la ribera de San Miguel y las próximas al Salto y al fondo las gredas de Serrata donde se alzan algunas de las chimeneas de los respiraderos de las minas de azufre.
Volvemos a subir por la ladera rojiza y empinada de la senda del Zorro 1, a media ladera hay que volver la vista atrás para descubrir el paraje de El Hornillo, donde en 2013 fue hallada una magnifica columna miliaria del emperador Augusto, lo que indica que por estos lares iba la antigua vía romana. Desembocamos en el mirador del camino al Cejo de los Enamorados, donde nos reciben los ladridos de Indiana, la perra de unos amigos. Tras unos metros por la concurrida ruta, tornamos la también rojiza senda del Zorro 2, elevada y encumbrada ladera soleada y sin arbolado en casi toda su empinada longitud. En su parte superior comienzan los pinos a poblar la umbría y al coronar aparece el grueso monolito levantado con multitud de piedras dispuestas por los caminantes. Es un paraje con excelentes vistas, desde allí se aprecian hacia occidente las singulares calizas del Cejo y hacia levante todo el valle del Guadalentín. Merece la pena hacer un pequeño receso para disfrutar del paisaje y sentir el cálido sol de otoño, el leve aire que mueve los hojas de los espartales y contemplar sobre la sierra de Almenara como avanzan las menudas nubes como un alineado rebaño sobre el castillo de Felí.
Descendemos por la senda de los Cazadores atravesando la hermosa pinada llevando al frente los dos pétreos y dominantes torreones del castillo lorquino. Tras llegar al pie del Espolón con un cielo de nuevo nuboso bajamos a la noble ciudad donde finaliza nuestro animado y empinado verear.