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CAMINANDO POR LAS ALTURAS DEL CEJO DE LOS ENAMORADOS – Andrés Martínez Rodríguez

Cuando el sol subía por detrás de la torre del Espolón salíamos desde los Pilones para tomar el camino que pasa por debajo del cabezo de las Cuevas que Recalán

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CAMINANDO POR LAS ALTURAS DEL CEJO DE LOS ENAMORADOS.

Cuando el sol subía por detrás de la torre del Espolón salíamos desde los Pilones para tomar el camino que pasa por debajo del cabezo de las Cuevas que Recalán. Pronto nos desviamos por una serpenteante vereda de tierra violeta denominada senda de la Culebra, la dejamos para bajar las pendientes del barranco del Escarambrujo que nos llevan a la carretera y si miramos hacia oriente se dejan ver las torres del Castillo entre las ramas de los pinos.

Después de cruzar la carretera bajamos al cauce del río por el polvoriento camino y antes de tomar hacia la rambla de la Quinquilla pasamos por el paraje del Hornillo, lugar donde hace unos años se halló el miliario del emperador Augusto. Se abre la rambla entre las pardas margas que son la prolongación de las que configuran la sierra de Serrata, donde se encuentra el importante yacimiento de peces fósiles dado a conocer hace más de 150 años por el ilustre lorquino, naturalista e historiador D. Francisco Cánovas Cobeño. La rambla está poblada de baladres, pinos y alguna que otra higuera, que aún conserva sus amarillentas hojas secas, si observas sus riberas distinguirás las blandas vetas de yeso fibroso, que también aparece en el lecho blanco, lavado y muy brillante.

Tras llegar a la fuente del Cejo, nos encaminamos en dirección al Cambrón y al poco nos desviamos en dirección a la pendiente ascendente que sube por la umbría del Cejo, con el suelo húmedo que se hace más resbaladizo en los pelados riscos. A media ladera es una gozada volver la vista otras para distinguir entre las margas los bancales de olivos y más abajo los restos de la villa romana de la Quintilla, se aprecia un gran cuadrado que dibujan los muros del peristilo y debajo un cuadrado menor que guarda el atrio con su impluvium.
Seguimos ascendiendo el fuerte desnivel y observamos como los frondosos romeros que nos han acompañado durante la subida se van haciendo más raquíticos por la falta de suelo, se aprecia el musgo verde salpicado de rocío y entre los pinos se dejan ver algunas madrigueras de zorros y en lo alto el azul del cielo. De repente te encuentras en la cumbre, ves el alto cortado y abajo el barranco poblado de pinos, conforme alzas la vista te encuentras con la ladera de la Peñarrubia muy verde que llega hasta el alto cerro del Águila.

Una enorme satisfacción te invade de mirar hacia todos lados, abajo el cauce del Guadalentín que se encaja en Los Cautivos, más alejada la mancha verdosa del pantano de Puentes que destaca entre las áridas tierras, en algunos puntos moteadas de sombras que proyectan las nubes que pasas con premura, y hacia occidente las sierras del Gigante y la Muela que se adorna a estas horas con una pequeña nube en su cumbre. Hay que mirar hacia arriba para ver el cielo azul claro salpicado de nubarrones y oír el silencio solo animado por el cantar de algún pájaro y por la agradable conversación que mantuvimos los cinco vereantes que hoy hemos concurrido.

Sentado en las rocas peladas de la cumbre me giro para mirar hacia Lorca, las riberas del río pobladas de casonas y la fondo el alargado castillo que domina la lejanía. Decidimos recorrer toda la encrestada cima del Cejo de los Enamorados para buscar el pequeño ojo y luego volvemos a subir dejando atrás las redondas manchas secas de los líquenes, alguna seta aislada y sorteando pinos y algunas zarzas.
Y toca descender buscando entre las crestas calizas la disimulada y adecuada bajada y por allí nos descolgamos, cayendo a la solana poblada de pinos y de espartos. En poco tiempo de nuevo estamos en la Fuente del Cejo, concurrida por grupos de jóvenes que platican, mientras degustan las viandas. Se nos ha hecho tarde, por lo que volvemos por la senda del Cejo, algo concurrida y donde nos miran algunas descaradas ardillas. Terminamos la jornada junto a la balsa de la Reina Mora en donde ondean las banderas de Lorca y de España cuando llega alguna ráfaga de aire que sopla algo frio anunciando que pronto llega San Clemente, y detrás nos despide nuestro imponente y querido castillo. Para mi ha sido una jornada especial por que he podido caminar hasta la cresta del extraordinario hermoso Cejo de los Enamorados.