UN LORQUINO VALIENTE.
Nace Juan Martínez García, en un caserón esquina a las calles Jerónimo Santa Fe y Martín Morata, del barrio de San José, en un hogar de clase media alta; familia de comerciantes, en el que convivía con sus padres, un tío solterón, viajante de comercio, del que Juan hereda el nombre, el apodo de príncipe y un sortijón de oro, que un día le traerá problemas.
Se dedica a la compraventa de trigo y cebada al por mayor y visita los molinos de la región, que lo tienen como un bueno formal cliente. Por sus grandes dotes de persuasión para tratar con la gente y simpatía personal, una Caja de Ahorros, lo ficha como empleado y termina por darle la dirección de la sucursal de la diputación lorquina de La Hoya.
La sucursal aumenta su clientela y la dirección encantada con el trabajo desempeñado, pero un episodio fortuito e inesperado rompe la rutina y tranquilidad de aquellos habitantes.
Un mal día, un coche aparca en la puerta y se bajan dos ladrones con la cara destapada, portando escopetas de cañones recortados, irrumpen en el local, ponen en el suelo a los pocos clientes y a los empleados y van abriendo cajones y cogiendo dinero que meten en una bolsa de cuero.
El ladrón que custodiaba a los clientes, se arrodilla al ver brillar la sortija-sello de Juan y le espeta, al tiempo que le clava el arma en el pecho y exige: “Quítate la sortija”, a lo que Juan contesta en voz alta,“ Es un recuerdo y si quieres la sortija, tienes que matarme primero”. El ladrón se quedó anonadado y no reaccionó hasta que el compañero le gritó, corre y salieron huyendo en el coche.
Habían pasado unos tres años, cuando un día de San Clemente, Juan se trasladó a Murcia con su familia e hizo la tradicional visita al Corte Inglés y cuando subía distraído las escaleras mecánicas, un individuo le saltó la alarma, era uno de los ladrones. En cuanto llegó al rellano se fue raudo a las escaleras normales, hasta llegar a la puerta de la calle y entonces inició la subida, registrando todas las plantas, hasta que sudoroso y cansado se fue al comedor, donde la familia esperaba impaciente y sobresaltada.
Las veces que ha vuelto a dicho Supermercado, lo hace atento y vigilante, pero el caco ya no aparece en día de San Clemente.