LA ALPARGATERÍA DE “LA PILICA” EN LORCA.
He salido de paseo y como aún hacía calor, me he dejado llevar y sin prisa he buscado el refugio de las calles del casco antiguo. Al poco de estar andando me he encontrado en los Cuatro Cantones, y desde allí he cogido hacia la derecha por la calle Corredera. Al pasar frente a una zapatería, sita donde antes estaba la tienda de “Vogue”, me he fijado como una joven se probaba unas modernas alpargatas y de pronto he recordado el comercio de “La Pilica”.
Como estaba al lado, me he acercado a la calle Cubo y al mirar hacia arriba la he visto vacía y muy deslucida, entonces he rememorado lo transitada que era antes, sobre todo cuando estaba abierta la bulliciosa alpargatería de “La Pilica”, ubicada al final de la empinada calle en portales afrontados.
Por estas fechas de finales de junio, mi madre nos llevaba a “La Pilica” para proveernos del calzado necesario para ir a la playa.
Llegábamos a la tienda por la parte trasera de Beltrand y al bajar los cuatro escalones, nos quedábamos esperando sentados en los peldaños hasta que mi madre nos llamaba, uno a uno, para entrar por la puerta derecha del comercio. Sorteábamos los racimos de calzado colgados balanceándose en la puerta, y al entrar nos encontrábamos con Concha, la guapa dueña que llegaba con pares de alpargatas debajo del brazo o con varias cajas apiladas que porteaba con gran naturalidad. Cuando llegaba mi turno, sentado en una silla baja esperaba que trajeran las chanclas y las sandalias “cangrejeras”, y mientras, escuchaba con nitidez las voces de Concha y de mi madre entre los racimos de alpargatas que colgaban del techo. Me gustaba ver a la dueña darle vueltas a estos racimos buscando el par de zapatillas necesario y observar como sacaba con gran agilidad una caja de las apiladas en las estanterías, en ese desorden ordenado que había en la tienda, donde se olía a goma, esparto y cáñamo mezclados.
Una vez finalizada la compra, subíamos las escaleras todos los hermanos arreglados con el cómodo y práctico calzado veraniego para esos largos días jugando en la arena o en las salinas bajo el sol, bañándonos en una playa que nos parecía inmensa y pescando en “El Gachero” sobre los rodados bolos en un agua cristalina.
Algunos aún recordamos a Concha, mujer simpática de ojos grandes, cejas muy depiladas y un lunar en la cara, trabajadora incansable que fue la esencia de la alpargatería de “La Pilica” y de aquella bulliciosa calle.