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LAS ANTIGUAS FALSAS DE LAS CASAS DE LORCA

Acababa de llegar de la escuela y había dejado la cartera sobre el escritorio, cuando aparece la abuela por la puerta para decirme con su característica ternura, que si le podía subir su maleta a la falsa.

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LAS ANTIGUAS FALSAS DE LAS CASAS DE LORCA

Cogí la maleta que hacia más viso que yo y comencé a subir los escalones que me llevarían a la parte alta de la casa, donde se abrían varias dependencias a las que denominábamos falsas. Siempre he pesando que se le daba ese nombre, porque al andar sobre el suelo se tenia la sensación de que pisabas en falso y así era, como pude comprobar años después al ver algunas de estas casas en ruinas, y observar que el suelo de las falsas que estaba formado por capas de cañizos atados con cuerdas de esparto y unidos por yeso.

Busque la esquina donde se ponían las maletas y allí la dejé. La luz del atardecer entraba por las tres pequeñas ventanas que abrían sus postigos a la fachada principal, haciendo que se apreciaran las pequeñas partículas de polvo que traía el cálido aire primaveral y de un vistazo pude ver todo lo que allí se encontraba guardado: muebles antiguos cubiertos con sabanas, baúles que sabia que estaban llenos de ropas y de libros, cuadros y grandes retratos apilados y una cama con el cabecero dorado y un colchón enrollado.

Estaba contemplado todas aquellas vividas cosas de antes, cuando oigo como me llama mi hermano para decirme que estaba preparada la merienda. Al darme la vuelta muy rápido, recordando que tenía apetito y viendo sin verlas aún, las apetitosas rebanadas de pan con sobrasada, las jícaras de chocolate partido que preparaba la tata y la leche con ColaCao, me tropiezo con una orza que se tambalea, con tiento paro el movimiento y al moverse la tapadera siento como llega el aroma de las “olivas partías” que contenía. Cuando he empezado a descender con premura, me encuentro en el rellano con la tata que subía, al verme se sonríe y me dice, “anda Andrésico, coge una tripa de sobrasada de las que hay colgadas, que no hay bastante para la merienda”. Con el apetito puesto, me vuelvo hacia la falsa, donde estaban colgados los embutidos de la última matanza y acercando una silla hasta las cañas donde cuelgan, cojo una tripa y salgo de nuevo corriendo hacia el pasamanos de la escalera y cuando me iba a subir para “rescullarme” por él, me encuentro abajo con la figura de la tata que con los brazos en jarras me dice, “que te tiene dicho tu madre”. Sin más, bajo andando, le entrego la tripa de sobrasada y me dirijo a la sala de estar para merendar. Estando en ello, oigo como desde la calle nos llaman los vecinos para salir a jugar y entonces mi hermano dice, “te acuerdas que quedamos en ir a volar las cometas. “¡Anda no lo recordaba!”, le contesto y el me responde levantándose de la mesa, “mientras te lavas las manos subo a la falsa y cojo las cometas. Te esperamos en la puerta”. Al salir a la calle, ya estaban todos los niños con sus cometas, tomo la mía de las manos de mi hermano y nos encaminamos por las empinadas cuestas hacia la plaza delante del colegio que albergaba la ermita de San Roque.

Han pasado muchos años y mucho ha cambiado la fisionomía de esta ciudad, aún quedan algunas falsas en la parte alta de las casas cerradas o abandonadas, pequeñas ventanas de diferentes formas que son como reliquias de un pasado reciente, de una forma de vida que aún recordamos muchos y de unas casas que consideramos parte de una vida. En mi caso de una feliz niñez en un barrio del casco histórico.