Se quedaron en Lorca, jamás abandonaron.
Podríamos recordar todos los proyectos históricos que se están levantando, como el recinto de ferias y congresos, la ronda central y el soterramiento del paso de San Antonio, o las mejoras en la red de caminos y carreteras que comunican el casco urbano con nuestras pedanías. Lo cierto es que podríamos hacerlo y sería justo, pero considero que, a estas alturas, y precisamente en un día tan señalado como hoy, de quien debemos hablar es de las personas.
Porque si todo este periodo, que afortunadamente vamos dejando atrás, tiene un protagonista, es el pueblo de Lorca, su gente, esos ciudadanos anónimos cuyos rostros veo cada día al pasear por la ciudad, en cada visita a nuestras pedanías o de camino al trabajo. Es evidente que el relato de este tiempo es la historia de cómo un pueblo entero se levantó de una devastación «como un solo hombre», tal y como se dijo del pueblo alemán tras la segunda guerra mundial, y lo hizo con fuerza, decisión y coraje, con el mismo espíritu de superación que caracteriza la esencia de los lorquinos, con esa ya legendaria apuesta común de la gente por levantar una ciudad hecha añicos materialmente, pero intacta sentimental y espiritualmente: afectada, dolida, pero jamás postrada y mucho menos rendida.
Lorca no es ciudad de gente que huye y abandona cuando las cosas se ponen feas, sino que es tierra de gente luchadora, que conserva intacto el empeño de aquellos que la defendían durante los años en los que fue emblemático y afamado bastión fronterizo.
Quiero hablar de la gente, que al fin y al cabo es lo que verdaderamente importa, y en primer lugar hacerlo desde la emoción que aflige nuestra alma y entristece nuestro corazón cuando recordamos a todas y cada una de las personas que perdieron su vida aquella fatídica tarde. Hemos sido capaces de ir cerrando etapas, de recobrar la normalidad e incluso de convertir los escombros de nuestro patrimonio histórico en un nuevo tesoro rehabilitado que ahora disfrutamos y enseñamos al mundo con orgullo, pero la herida de perder a personas con las que nos cruzábamos por la calle, cuyas caras reconocíamos, ha quedado marcada en nuestro pueblo.
Tras el terremoto llegó el momento de dar un paso al frente, y los lorquinos lo hicimos. Cada familia guarda una historia propia de lo que tuvo que afrontar tras el desastre. Muchos perdieron su casa o su negocio, pero no se rindieron y apostaron por Lorca. Emprendieron un camino desconocido, en el que se encontraron muchos problemas, pero ante cada adversidad, ante cada momento de duda, siempre tuvieron la firme decisión de que no detendrían su marcha hasta culminar un objetivo conjunto: recuperar Lorca.
Pasados ya diez años de aquel 11 de mayo de 2011 quiero escribir precisamente sobre el ejemplo de vida que representan estas personas, porque aportan una herencia para el imaginario colectivo lorquino que merece ser contada y recordada. En el relato de su historia nos vemos reflejados todos.
Fernando Roldán, vecino del barrio de San Fernando, desde los primeros momentos tuvo claro que quería que su querido barrio volviera a levantarse. Nunca un mar en calma hizo buenos marineros, sino que el valor de un verdadero líder se demuestra cuando la situación es extrema. Fernando personifica la esperanza de un grupo de vecinos por recuperar sus hogares, por conservar su vida tal y como la tenían antes del seísmo. He tenido la oportunidad de compartir junto a él numerosas reuniones de trabajo, en las que siempre transmitía el mensaje de recuperación e impulso que la reconstrucción de San Fernando necesitaba. En honor a la verdad hemos de escribir, para que todo el momento lo recuerde y sepa que, sin la actitud valiente y decidida, casi arrolladora y vehemente de Fernando Roldán, el barrio de San Fernando no se hubiera reconstruido jamás. Ha impulsado un ejemplo de entendimiento vecinal, de gestión conjunta con las diferentes administraciones, hasta lograr su sueño. Hoy, cada vez que coincido con él, puedo observar que su mirada es la de un hombre feliz, la de una persona que ha peleado por el bien común hasta alcanzarlo, y que aún en la actualidad sigue reivindicando mejoras para sus vecinos. El día que, después de todo lo que experimenté y sufrí junto a él, me invitó a que entrara a contemplar su reconstruido hogar en San Fernando, ha quedado grabado en mi memoria como uno de los momentos más reconfortantes que he vivido como representante político de los lorquinos. Aún quedan cosas por las que pelear en este nuevo barrio, y hacerlo junto a Fernando es un orgullo.
Hace diez años muchos negocios, especialmente de tipo familiar, se vieron obligados a bajar la persiana, pesando sobre sus propietarios la incertidumbre de no saber cuándo volverían a subirla. Se trataba de emprendedores que dependían de los ingresos de sus tiendas de toda la vida, esos comercios de barrio en los que se llama a los vecinos por su nombre, porque los conocen de siempre, y han dejado de ser meros clientes. Estos locales donde se «despacha» la lista de la compra alternando el pan y los tomates con el comentario del partido de anoche o el último cotilleo del marujeo televisivo. Porque así es la vida en Lorca, en nuestros barrios y en nuestras pedanías, disfrutando de aquellas cosas que te ofrece una ciudad en la que conoces a la gente. Estos comerciantes también decidieron quedarse y apostar por Lorca, porque querían volver a ver en su tienda a sus vecinos, a sus amigos, y porque querían olvidarse del sufrimiento del día del terremoto. Una de estas tiendas es la de Francisco Javier García, «Francis», un humilde supermercado en el barrio de La Viña que constituye una referencia para todos los vecinos. Un establecimiento con solera y el arraigo popular que se consigue atendiendo a la gente con amabilidad. Aquel 11 de mayo empezó para Francis un nuevo reto. Ante la indecisión de algunos, y las dudas de otros, apostó por sumar voluntades. La situación a la que se tuvo que enfrentar no fue fácil, ya que los daños provocados por el seísmo obligaron a derribar el edificio en el que se ubicaba su tienda. Desde el primer momento estuvo seguro de que iba a conseguir que tanto sufrimiento se quedara en un mal recuerdo. Tuvo que lidiar con el egoísmo de algunos y la incertidumbre del proceso, pero el 11 de abril de 2016 conseguía completar la reconstrucción de todo el edificio y reabrir su tienda. Un momento que recompensaba toda la labor de reconstrucción. La tienda reabría, y Francis pareció rejuvenecer, con una nueva dosis de alegría y satisfacción que me emociona. Gracias a su empeño, La Viña recuperó su «estrella».
Escribo hoy sobre héroes lorquinos, como también lo son todas las personas que aquel día resultaron heridas y apostaron por avanzar y seguir adelante. Quiero subrayar la importancia del trabajo de muchos ciudadanos que se quedaron aquí haciendo frente a la situación, que en vez de abandonar la primera línea de combate o eludir responsabilidades cuando la situación empeoraba, apretaron los dientes y pelearon.
Esta historia continúa en la actualidad, con personas como Antonia Ruiz, «Toñi», que este lunes recibió las llaves de su hogar, su piso de toda la vida en su barrio de siempre, con una mezcla de ilusión y sentimientos que me estremeció. Hemos trabajado por solucionar su problema, como familia con derecho moral reconocido para recuperar su piso en el barrio de San Fernando, hasta conseguir que «Toñi» y las personas en su misma situación alcanzaran su objetivo. Los lorquinos vamos a seguir luchando con la misma ilusión que ese día pude ver en Toñi, y lo mejor está por venir.