Testimonio: «Yo llevé a fusilar al alcalde de Lorca» por Andrés Ramírez.
Lorca, 25 de marzo de 2004 – 10:30 h, Carretera de Granada (paseo de las Casas Baratas). Autor de entrevista Floren Dimas Balsalobre.
Ha sido un encuentro casual. Estaba sentado en un banco; a un lado dos muletas y una actitud de indiferencia hacia su entorno. Debía tener unos ochenta y pico años, y como siempre que paso ante alguien que podría haber vivido en los años de la esperanza y del horror, me ha invadido un conocido sentimiento de curiosidad y al propio tiempo, de tímida prevención a producir recelos, propios de quién se ve abordado por un desconocido haciendo preguntas extrañas. Me he inventado una excusa para entablar conversación con él y me encuentro con la sorpresa de alguien que lejos de mostrar desconfianza, se muestra desenvuelto en las respuestas sin atisbo alguno de reparo.
Nació en 1908, se llama Andrés Ramírez manzanera y pertenece a la quinta del 29, habiendo servido en el arma de Artillería, en Gerona hace 75 años. Al estallar la guerra civil estaba casado y tenía dos hijos. “Los de la Sociedad de Pintores me enviaron a pintar al cuartel en donde estaba la Escuela de Artillería y cuando se acabó el trabajo, pues me presenté al comandante Gil y me apunté como voluntario».
Como la secuencia de las fechas no las retiene con seguridad, ajusto mis apreciaciones situando los acontecimientos en su orden cronológico probable.
Esto sucedió en diciembre de 1936, cuando Andrés ingresa como soldado voluntario en el recién creado Ejército Popular de la República, tras la disolución del Ejército Voluntario, que admitió en los primeros meses de la guerra, junto con los milicianos, a quiénes ya habían realizado el servicio militar y tenían algún grado de instrucción militar.
Poco le duró su tranquilo destino, ya que a finales de enero 1937, se recibe la orden de concentración en la Escuela Popular de Guerra de Paterna (Valencia) de todos los centros de enseñanza ubicados en el Levante. Allí se trasladan él y seis o siete lorquinos y en Valencia permanecerá en esa misma unidad de enseñanza militar, hasta que a mediados de abril de 1938, se reciben la orden de traslado de la Escuela de Artillería a Barcelona. “Nos dijeron que nos trasladaríamos en camiones en varios viajes y como no pude ir en el primero, me quedé en tierra; luego nos enteramos de que a mitad de camino no pudieron continuar porque estaba la carretera cortada por el enemigo y se volvieron, no a Valencia, si no hacia Almansa (Albacete) en donde pusieron la Escuela de Artillería»
Se refiere al corte en dos de la zona republicana que tiene lugar el 15 de abril de 1938 cuando las tropas de Varela consiguen llegar hasta el Mediterráneo por Vinaroz y dividir en dos el territorio de la República, dejando aislada a Cataluña.
Andrés y los lorquinos se trasladan entonces a Almansa y allí se encuentran con algún paisano más de los que solo recuerda a uno que se apellidaba Cuadrado (se trata de Tomás Cuadrado Torroglosa, posteriormente ejecutado en Lorca una vez terminada la guerra).
Por tener permiso de conducir y experiencia antes de la guerra, realiza cometidos como conductor hasta que, a comienzos de 1939 y dada la extrema gravedad de a situación, se ordena que todo el personal de la Escuela se traslade de nuevo a Valencia en donde se organizan nuevas unidades operativas y es enviado apresuradamente al frente, como conductor de una batería de artillería, al frente de Teruel.
Andrés no puede recordar el nombre de ninguna localidad cercana, únicamente que ocupaban una finca en la que había un magnífico caserón completamente desvalijado, en el que se alojaba su batería (tampoco recuerda en número de la unidad ni los nombres de ningún mando). El sector se mantiene tranquilo todo el tiempo, sin llegar a entrar en fuego en ningún momento ni ser hostigados en forma alguna.
La batería se componía de cuatro piezas de 45 con sus respectivos camiones rusos de remolque y cada cañón disponía de ocho servidores. Hacía viajes a Valencia a Intendencia a por víveres para la cocina de la batería. Como el cocinero era también de Lorca -se llamaba Juan Bastidas-, consiguió que lo reclamara como ayudante de cocina, con lo que consiguió un destino más tranquilo. “Nunca pasamos necesidad de nada (…) y como yo no fumaba, guardaba mi ración de tabaco y la mandaba a mi casa y luego bajaba la familia al campo a cambiarlo por comida».
Una mañana, a finales de marzo de 1939, al llegar de un viaje desde Valencia, vio como enfrente del caserón, la explanada apareció llena de fusiles tirados, uniformes, gorras, insignias… media batería había desaparecido, aunque los cañones y los vehículos seguían allí. “El capitán nos mandó formar a los que quedábamos y nos propuso quedarnos allí para entregarnos a las primeras fuerzas nacionales que llegasen; sin embargo me reuní a escondidas con mis paisanos y otra gente y les propuse que, como había llenado el depósito con doscientos litros de gasolina en Valencia, teníamos suficiente para escaparnos y llegar a Lorca, cosa que aceptaron».
Y así lo hicieron. Por el camino fueron recogiendo soldados desbandados que esperaban en los cruces y en los fielatos, implorándoles que les transportasen para poder volver a sus pueblos. El camión iba a rebosar, subiendo y bajando gente, hasta que pudo llegar a Lorca, “Me presenté con el camión en la Comandancia Militar (actual Huerto Ruano) al que era uno de los jefes de aquello que se llamaba Vicente Ruiz Paredes y me dijo que me presentara en el cuartel de Infantería, que habían llegado unos soldados que andaban como locos buscando vehículos para hacer los servicios de transporte y allí me fui, presentándome un sargento y nada más llegar, me pusieron a hacer servicios con el camión».
Además de realizar viajes a la Intendencia Militar de Murcia para transportar víveres al cuartel, “me encargaba diariamente de hacer con el camión el reparto de rancho a las tres cárceles que había en Lorca: la de arriba, la de las Monjas y la de la Alberca»
Niega que le detuvieran, ni que le molestasen; únicamente y con la mayor naturalidad añade: “llegué al cuartel …y allí me tuvieron durante un año«. Le pregunto si le contrataron como conductor civil o si lo filiaron de nuevo como soldado, o y si le pagaban algo, a lo que responde: “¡Qué va, me lié a hacer servicios como conductor vestido de paisano durante un año, hasta que llegaron más fuerzas al cuartel con vehículos, conductores y todo eso, y entonces me dejaron marchar…!» Recuerda que sí, que le “pagaban» con un vale para retirar alimentos de la Intendencia.
Tragando saliva, me aventuro en las procelosas aguas de los temas sensibles locales y le pregunto si oyó alguna vez algún comentario sobre porqué habían ejecutado al alcalde republicano de Lorca. Es la única vez que percibo en Andrés cierta tensión reflejada en su rostro; baja algo el tono de su voz y me dije “Porque dicen que firmó los ‘paseos’ de algunos señores de derechas como don José María Campoy que fueron por él a Águilas». Hago un comentario sobre su ejecución junto a otros nueve y me interrumpe con cierto enfado en la voz “¡Me lo va a decir a mí que estaba de servicio aquel día, y no eran nueve, si no tres!».
El relato que sigue a continuación, lo consigno con ciertas reservas, ya que aparecen en él algunas disonancias con las fuentes documentales consultadas y que citan el número de ocho los republicanos que fueron fusilados junto con el alcalde Fernando Chuecos Reinaldos, así como que la ejecución se llevó a cabo a las 6 de la mañana del 17-10-39.
Sigue Andrés con su relato:
“Aquella noche nos dijo el sargento que al día siguiente teníamos que ir con tres camiones a la puerta del ayuntamiento a llevar a unos al cementerio para que los mataran. Allí se subieron en la caja de cada camión, un preso con unos ocho soldados y nos fuimos para el cementerio de San Clemente (…) y no fue al amanecer, si no ya con el sol alto. Nos bajamos todos y acompañé a los militares hasta la mitad de la tapia que mira a Puerto Lumbreras y allí vi como les vendaron los ojos y los fusilaron, luego se los llevaron en camilla dentro de cementerio y los dejaron al lado de un agujero que ya estaba abierto por el enterrador, por si las familias querían hacerse cargo del muerto».
La verdad es que viendo su estado de ánimo se tornaba tenso, me abstuve de preguntarle detalles de la ejecución como, por ejemplo, si les concedieron un último deseo antes de la ejecución, si gritaron algo, los tiros de gracia recibido, comentarios de los presentes, etc.
Reafirma que los fusilados eran tres, uno por camión, y que los ejecutaron a la vez.
En el registro civil de Lorca aparecen en el libro-registro de defunciones nueve actas con nueve personas “pasadas por las armas» el día 17-10-39 y entre éllas el alcalde Chuecos.
A sus noventa y ocho años, Andrés Ramírez conserva ese espíritu estoico y sufrido de quién se ha plegado a las circunstancias, buscando la supervivencia sin entrar en banderías políticas sobre las que no se manifiesta durante su testimonio.
Andrés no sabe que el último alcalde republicano de Lorca, Fernando Chuecos, fue ejecutado por el Ejército de Ocupación sin que mediase un juicio ni sentencia de tribunal alguno.
Fué, simplemente, un asesinato.