Las primeras referencias que hay de las alamedas aparecen en el siglo XVII.
El escritor inglés Joseph Townsend en su libro ‘Viajes por España en la época de Carlos III (1786-1787)’ cuenta de ellas: «Quedé encantado de los paseos públicos de las alamedas. Se parecen a los de Oxford, pero tienen un plano más extenso y hermoso porque los campos de trigo que encierra están bien regados.
Allí los habitantes se reúnen para hacer ejercicio y gozar de la sociedad a la sombra de los altos árboles». El primer plano detallado de este espacio se hace en 1822, especificándose en él incluso el arbolado.
Mucho antes, en 1775, se reordenan y se ensanchan y diez años después se colocan bancos de piedra. El corregidor Pedro Lapuente las amplió con nuevos espacios en 1817.
Hasta 73 olmos se han contabilizado en ellas, en las que también hay 86 plataneras y 55 cipreses de Monterrey. Álamos negros y blancos, jacarandas, ciprés común y ciruelo de flor son otras especies que comparten espacio con adelfas, rosales, rosas del Pacífico, yucas, madroños, aligustres…
En 1865 comenzaron a construirse las primeras residencias privadas, como la del oftalmólogo Miguel Martínez Mínguez.
Las alamedas parten desde la céntrica Avenida Juan Carlos I parten, siendo su principal acceso la Alameda de la Constitución, presidida por un conjunto de columnas del siglo XVIII procedente de la antigua Real Fábrica de Afino de Salitre, fuente monumental de 1947 y bellas farolas de estilo art-decó.
Las Alamedas de Lorca, pasada la línea del ferrocarril, constituyen un conjunto de bellos y frondosos paseos peatonales con jardín (quizá de los primeros de España) que abren una extensa Ciudad Jardín ocupada por viviendas unifamiliares, algunas del siglo XIX.
La zona dispone de parques infantiles, merenderos durante el verano y numerosos equipamientos sociales, culturales y deportivos. Es un lugar ideal para ir con niños y relajarse del ajetreo de la ciudad.
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