LA CALLE DE LAS PUERTAS QUE NUNCA SE ABREN – Andrés Martínez Rodríguez
Gabriel había recibido la llamada de su tía para decirle que el abuelo Juan había fallecido. Cuando entró en la iglesia recién llegado de Ravena y vio a toda su familia sentada en los dos primeros bancos, se le vino la pena encima y se emocionó al recordar al abuelo con su sonrisa franca y la mano siempre atusándose su poblada barba canosa. Volvió a salir a la calle para que no le vieran con los ojos llorosos y decidió no volver a entrar e ir a la casa familiar para ver a la abuela Micaela; su tía le había dicho por teléfono que no iba a asistir a la misa funeral porque se había resentido del corazón. Entró en la sala de estar y vio a la abuela muy concentrada en algo que tenía en la mano, cuando se acercó para besarla, la abuela le dice con cariño, “Gabriel cada día te pareces más a tu abuelo”, y antes de que pudiera sentarse junta a ella, le indica, señalando el armario cercano, “toma esta llave, acércate a la cómoda y abre la caja de taracea, allí encontrarás un paquete que el abuelo ha dejado para ti”. Una vez que Gabriel pone el envoltorio sobre la mesa, la abuela se tranquiliza y le deja sentarse junto a ella, le toma la mano y comienza a charlar sobre lo acaecido, el tiempo pasa muy rápido y pronto llegan los familiares de la iglesia.
Gabriel esta muy cansado y se retira pronto a su habitación, cuando se echa en la cama nota un bulto en su espalda, era el paquete que le había dejado el abuelo, desata la cinta blanca y azul y cuando retira el envoltorio de papel carmesí se derraman sobre la colcha un montón de antiguas tarjetas postales de diferentes ciudades. Siente curiosidad por ver el reverso y al darles la vuelta, observa que la mayoría están escritas en francés con una bonita caligrafía. Sigue ojeándolas y cuando está llegando al final, se encuentra con una postal diferente, en blanco y negro como la mayoría, pero con la imagen de una animada calle y en la parte superior un rotulo que pone “Calle de las Tiendas. Lorca”. Mira el reverso y lee una frase escrita con la letra del abuelo que dice, “Querido Gabriel debes ir a la calle donde pasé mi niñez y busca en el número 13”.
Tuvieron que pasar dos meses hasta que Gabriel pudo viajar a Lorca y buscar la calle de las Tiendas. Antes de acercarse, había buscado en internet la situación de la calle y encontró un artículo de prensa donde explicaba que esa antigua calle, ahora se llamaba Selgas y que habían desaparecido las tiendas y la mayoría de las casas estaban vacías. Siguiendo el plano sube hacía la parte antigua de la ciudad y cuando llega a la calle observa que es la única que se encuentra adoquinada en el recorrido que ha hecho desde la estación. Comienza a contemplar las fachadas y se da cuenta que la mayoría de las casas están cerradas y abandonadas como decía el articulo, continua andando hasta situarse frente al número 13. También parece que esta casa se encuentra abandonada, cuando se acerca a una de las ventanas enrejadas para mirar el interior, un niño que pasa por la acera de enfrente le dice, “ahí no vive nadie, es la calle donde las puertas nunca se abren”.
Después de estar un rato mirando la portada y dándole vueltas a lo que ha dicho el niño, decide marcharse. Cuando ha andado un tramo calle abajo, oye chirriar una puerta, se da la vuelta y ve salir del número 13 a una delgada señora elegantemente vestida. Cuando se acerca hasta donde esta la mujer que le mira intrigada, esta da un respingo y se ladea.
Sin pensarlo dos veces, Gabriel se dirige a ella, “hola me llamo Gabriel Martínez y vengo desde Zaragoza para buscar en el número 13 de esta calle algo que desconozco”. La señora lo mira fijamente y le dice, “joven la casa con ese número fue de mis padres y ahora es mía. Que es exactamente lo que buscas”, “no lo sé, pero me gustaría hablar con usted para ver si averiguo algo”. “Ahora no tengo tiempo, si le parece, podría acercarse esta tarde al número 25 de la calle Corredera, tomamos un té y charlamos”.
A las 5 de la tarde en punto, Gabriel toca el timbre de la casa. Sale a abrirle una mujer mayor que le conduce a un salón bellamente adornado con muebles art deco, al fondo de la estancia ve a la señora sentada en un sillón. Lo recibe con la expresión más relajada que cuando se encontraron en la calle y después de invitarle a sentarse, le dice que tiene un gran parecido con un joven que conoció hace muchos años, a lo que Gabriel contesta, “debe ser mi abuelo, era lorquino y dicen que me parezco mucho a él. Murió hace dos meses y me dejó esta postal con una enigmática frase en el reverso. Es posible que usted pueda aclararme que debo buscar en el número 13 de la calle Selgas”.
Estaba esperando este momento desde hace mucho tiempo, voy a contarte brevemente la historia de una vida inacabada. Hace unos sesenta años, mi hermana Teresa se sintió muy atraída por un joven aprendiz que entró a trabajar en la tienda de telas de uno de mis tíos. Pronto el joven le empezó a corresponder y surgió entre ellos un amor apasionado, del que solo algunos muy allegados conocíamos. Un día la cotilla dueña de la sombrerería cercana a la tienda, se personó en nuestra casa y les contó a mis padres que mi hermana pasaba mucho tiempo junto a un empleado de la tienda de los tíos.
Mis padres quisieron romper la relación de forma tajante, para lo cual mandaron a mi hermana a la finca de recreo de la familia situada cercana a Aledo y pidieron a mi tío José que despidiera a Juan, que es como se llamaba el joven enamorado de mi hermana. A la vez presionaron al muchacho para que se tuviera que marchar de la ciudad. Al poco nos enteramos que se había enrolado en el ejercito y que lo mandaron a Ceuta. Mi hermana muy entristecida por su marcha, pronto se percató de que estaba embarazada y ocho meses después falleció en el parto de una niña. Durante los tres años siguientes murieron mis padres y a partir de ese momento decidí buscar al padre de mi sobrina. Fue bastante complicado, tuve que recurrir a unos buenos amigos militares, al final conseguí dar con el destino de Juan y le escribí una carta. Al poco tiempo, vino por Lorca y se acerco a la casa de la calle de las Tiendas, cuando entró en el salón, se tropezó con una niñita rubia que corría hacía la puerta con una caja de taracea en las manos, la niña cayó y el joven lo cogió en brazos. La chiquilla le dijo “me ha dicho mi tita que hoy voy a conocer a mi papa”, el sorprendido la miró tiernamente y le dio un largo beso en la mejilla. En ese momento supe que tenían que estar juntos. La niña se llamaba Esperanza.
Desde que la señora pronunció el nombre de Esperanza, Gabriel se dio cuenta que era lo que el abuelo quería que buscara en el número 13 de la calle de las Tiendas, quería que encontrara el origen de su madre que era su propio origen y que descubriera la historia que nadie le quiso contar. Se levantó con una rara sensación, entre cabreado y emocionado, fue entonces cuando su tía se acercó, lo cogió de la mano y lo llevó delante de un gran cuadro donde estaba pintada una bella mujer y le dijo esta es tu abuela Esmeralda.
Al poco tiempo, comenzaron los trabajos de rehabilitación del número 13 de la calle Selgas, volvieron a abrirse las puertas y los balcones del caserón, y la luz volvió a entrar en el gran salón e iluminó el cuadro de una mujer que murió por amor.