Vivir para disfrutar o comprometerse para sobrevivir.
Perpetuar la especie es el fin de todos los seres vivos que pueblan la tierra, ello conlleva un compromiso con la supervivencia frente al aparente e imposible disfrute permanente que inexorablemente conduce al fracaso y a la extinción de las sociedades que se creen por encima de cualquier ley natural, entendiendo por ley natural aquellas que depende de la naturaleza. Por ejemplo “Todo lo que está vivo puede morir” , “No puede desarrollarse lo que no nace” o un sin fin de ordenanzas no escritas que rigen el devenir los seres que habitamos este planeta.
Había una vez una isla en la que habitaba una tribu cuyas costumbres para encontrar pareja eran muy sofisticadas, su principal característica era llevar a cabo rituales muy largos, durante años, las parejas se sometían a múltiples pruebas y en cuanto no superaban alguna, rompían y cambiaban de pareja, hasta que con avanzada edad, después de múltiples experiencias de todo tipo, se apareaban con el fin de procrear y perpetuar su especie. No tenía por qué ser el apareamiento definitivo y solían hacerlo algo tarde, por ello la media de nacimientos era de uno por pareja.
En esta tribu reinaba una aparente felicidad porque se habían renunciado al <compromiso>. Y es que llegado un punto de su <evolución> habían decidido por <consenso> que comprometerse era algo malo para su libertad y de este modo no se sentían atados a nada, ni a nadie, en aquella idílica sociedad del bienestar. El disfrute de los bienes que aquella isla les proporcionaba generaba un sentimiento de abundancia y les empujaba a ser cada vez más exigentes a la hora de encontrar pareja, hasta tal punto de que en muchos casos el sentido de esas parejas ya no era perpetuar el linaje, como el resto de las especies animales, sino pura y exclusivamente el placer sexual, el sexo por el sexo.
Esta forma de vida, en la que tanto se alardeaba de la abundancia atrajo a los miembros de otra tribu cercana deseosos de beneficiarse de esa riqueza económica de la que disfrutaban los isleños que acogieron a sus visitantes con la generosidad de quienes administran lo que no les pertenece. Aun cuando se introdujesen en la isla de manera incontrolada e ilícita aquellos pobres individuos de la tribu vecina eran acogidos y atendidos con hospitalidad.
Con el paso del tiempo los nuevos y jóvenes residentes empezaron a darse cuenta de que les faltaban las mujeres y como entre sus costumbres el concepto <noviazgo> no existía, encontrar pareja era muy rápido ya que se limitaba a una transacción económica o un trueque con el padre de la hembra que previo pago cedía la propiedad a su nuevo amo. Incluso podían ser varias sus mujeres si los ahorros lo permitían. Con estas costumbres tan opuestas a las de sus anfitriones, los nuevos residentes y sus jóvenes mujeres, rápidamente comenzaron a procrear hasta que en pocos años pasaron de ser simples visitantes a multitudinarios y plenipotenciarios miembros de una sociedad diversa en la que el concepto <diversidad> era conocido solo por los anfitriones, pero no por aquellos visitantes, que lejos de integrarse mantenían con
<integridad> sus creencias y costumbres incrustándolas fácilmente en una sociedad tan <avanzada> que carecía de creencias y costumbres.
Finalmente, aquella tribu tan <moderna> sucumbió desde el momento en que eliminó el concepto de <compromiso> y poco a poco fue borrando las <tradiciones> sobre las que había levantado su riqueza. Al tiempo que fue incapaz de equilibrar el disfrute de la vida, con el compromiso por la supervivencia.
José Munuera Lidón.