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EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte VIII)

EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte VIII)

Aquella tarde salí de casa y por el momento, decidí no quedarme en el porche exterior como en días anteriores. El tiempo, acompañaba para dedicarlo al paseo, y a la misma vez, vitaminarse un poco con el sol de la primera hora vespertina. No fui demasiado lejos, ya que las pequeñas dimensiones del poblado marinero me conectaban con la naturaleza en menos de cinco minutos. Anduve por su periferia, acercándome a los pequeños huertos tradicionales para auto consumo que encontré en las riberas de una rambla cercana. Hortalizas, higueras, frutales y palmeras constituían un micro sistema agrícola que se asemejaba a los pequeños oasis que años atrás, había visto en algunos poblados costeros del norte de Marruecos. La vegetación silvestre también era prácticamente la misma, y mi afición a la botánica, me permitió identificar numerosas especies iberoafricanas como los artos y los cornicales, arbustos como el palmito y los acebuches, lavandas, tomillos, lavateras, etc.
Después de casi dos horas disfrutando del terapéutico paseo, regresé a casa algo cansado de la caminata, debido a la falta de costumbre de los últimos meses encerrado en el hospital, donde el ejercicio físico se redujo, en mi caso, a la mínima expresión. Al llegar al porche, y aprovechando que aún podía disfrutar de la luz del atardecer, pensé en sacar fuera una mecedora y dedicarme simplemente a la contemplación, pero entonces recordé que antes de salir de Níjar, días atrás, adquirí cartografía del Parque Natural del Cabo de Gata. Aunque tuviera aplicaciones en el teléfono móvil para ubicar o localizar los enclaves que se me antojasen, aprendí de mi padre nociones de topografía y cartografía (ciencias a las que dedicó su trayectoria laboral y profesional en Nápoles, hasta su fallecimiento), de modo que observar un plano en papel, abierto sobre una mesa, añadía un componente sentimental que a parte de documentarme, me apetecía rememorar ahora.
Paralelamente, la imagen de Candela iba y venía de mi mente a cada momento. Mi primer encuentro con ella por la mañana, aunque enormemente gratificante, no hizo más que acrecentar mi deseo de volver a verla de nuevo. Entre la información que ella me ofreció, recordé el poblado de Rodalquilar, cuna de Carmen de Burgos, o lo que es lo mismo: «Colombine». Desplegué el plano sobre una mesa , y pude comprobar en mi observación, la cercanía de aquel lugar con Las Negras, donde yo me encontraba. Intentaba imaginar la actividad y el trasiego que debía tener aquel poblado minero en aquellos años de plenitud, hasta el punto de despertar en mí el interés y el deseo de visitarlo. Tal vez, pensé, podría proponérselo a la joven Candela al día siguiente, e intentar convencerla para que me acompañara hasta allí, o mejor, que me llevara ella en su vehículo a cambio de financiarle yo el combustible.
Después de pasar un buen rato ojeando rincones, parajes, cotas, curvas de nivel y coordenadas en el mapa, caí en la cuenta de que llegaba la hora de tomar mi medicación y decidí recoger el plano. Como solía tomarla acompañándola de un café o una infusión, opté por acercarme al bar donde me había encontrado por la mañana con Candela y hacerlo allí. Presentía que me iba a convertir en un cliente «Premium» de aquel establecimiento. Mientras me preparaban el té verde que pedí en la barra, y me acomodaba en una de las mesas que miraban al mar en la terraza, reparé en algo que ya había llamado mi atención en varias ocasiones, a pesar del poco tiempo que llevaba en el poblado.
Constantemente observaba el ir y venir de gente joven, chicos y chicas, fundamentalmente de origen europeo y aspecto poco cuidado, largas melenas, rastas, vestiduras harapadas, etc., que entraban en los bares y comercios de alimentación disponibles en el poblado, con el fin de aprovisionarse de agua, refrescos, productos de alimentación, pero sobre todo, de cantidades ingentes de cerveza, que introducían en mochilas y bolsas para desaparecer después por una pista forestal costera, que nacía cerca de la zona de huertos donde había estado apenas una hora antes, pero no sabía hacia dónde, y hasta dónde llebaba. Algo debía haber al final de aquel sendero que antes o después pensaba descubrir. Quería adivinar el destino final de toda aquella gente que, en su mayoría, no sobrepasaba los treinta años de edad. Por la orientación y la dirección del sendero, y recordando lo que vi poco antes en el mapa, podría tratarse de una playa contigua que aparecía con el nombre de «Cala de San Pedro».

CONTINUARÁ (O no)
Texto: Pepe Rufete.
Imagen: Cala de San Pedro y panorámica del Parque Natural del Cabo de Gata.
Fotografía: Pepe Tárraga.