Inicio Mi Rinconcico Andrés Martínez Rodríguez GRANADAS, JÍNJOLES Y MEMBRILLOS EN EL REAL DE LAS HUERTAS.

GRANADAS, JÍNJOLES Y MEMBRILLOS EN EL REAL DE LAS HUERTAS.

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GRANADAS, JÍNJOLES Y MEMBRILLOS EN EL REAL DE LAS HUERTAS.
Una noche de finales del verano, Azahara estaba sentada junto a la alberca con los pies metidos en el agua para mitigar el sopor reinante. Se encontraba recostada sobre las telas que le había puesto su vieja aya y miraba hacia el cielo viendo pasar las rápidas nubes grises que jugaban con la luna ocultándola y al poco desaparecían dejando ver su redonda blancura.
De repente se levanta un aire caliente que trae el aroma del jazmín que florece en un parterre junto a uno de los pórticos y se le pega en la piel húmeda. Una de las criadas se acerca para dejar sobre una mesa baja un ataifor lleno de apetitosas granadas abiertas, higos, dátiles y trozos de pastel de membrillo. Mientras come uno de la maduros jínjoles, levanta la vista hacia las bonitas yeserías situadas en la penumbra, solo iluminadas por algunos candiles y recuerda cuando de niña observaba pegada a su padre, como el jefe del taller explicaba como se iban decorando los pórticos del patio principal del palacio.
Pasaron varios años y las yeserías seguían allí tan hermosas como el primer día, con los atauriques y las bandas epigráficas talladas recubriendo las enjutas y enmarcando los arcos. El bello rostro de Azahara había madurado y sus ojos reflejaban la tristeza, al pensar que posiblemente fuera la última vez que vería las hermosas yeserías, ya que a la mañana próxima tendrían que dejar su bonita almunia enclavada en las mejores tierras de la huerta de Lorca.
Su familia había residido allí desde los primeros tiempos de Tudmir, y ahora tenían que abandonar Lorca porque la familia había caído en desgracia ante el califa y habían sido desterrados.
Azahara se descalza y comienza lentamente a pasear cerca de la amplia alberca, se detiene en cada rincón para retenerlo en su cabeza y en su corazón. Se mira en el agua y decide introducir los pies en la alberca, allí sentada fija su mirada en las ondas que hace el agua que cae desde el surtidor, alza la voz para hacer la promesa de que algún día volvería a vivir en el Real de las Huertas. Si así fue, nunca se ha sabido y posiblemente nunca se sabrá.
Tuvieron que pasar más de mil años para que se hallaran a finales de 1999, los arcos de uno de los hermosos pórticos del palacio califal en el subsuelo del santuario de la Virgen de la Huertas. Si aún no lo has visitado, puede ser el momento adecuado pues ahora hace 20 años de su hallazgo. Resulta un goce contemplad detenidamente la importante y mágica arquitectura conservada, al igual que lo pudo hacer Azahara.