Paco Ureña cuajó la mejor faena de la tarde en Valencia, después de sufrir una dura cogida en su primer toro.
Ya van dos tardes de esta feria de Julio en las que la presidencia se convierte negativo protagonista para llevar la contraria no sólo al público que solicitó mayoritariamente los trofeos sino también a la justicia y al más evidente sentido común. Porque si el viernes se le negaron dos orejas al extremeño Ginés Marín, ayer fue sólo una para Paco Ureña, pero precisamente la más justificada y ameritada de cuantas se debían haber concedido en lo que va de abono. El torero murciano se la ganó con creces porque cuajó a ese último toro la mejor faena de la tarde y porque además lo hizo tras ser atendido en la enfermería de la tremenda paliza que le propinó el primero de su lote cuando le entraba a matar.
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Ya ese segundo de la tarde, el del percance, le había hecho Ureña una faena más que estimable, muy asentado sobre la arena, embraguetado y con el compás abierto, para cuajar así con la mano izquierda, por el mejor pitón del toro, algunos naturales de largo y templado trazo, aunque sin llegar a compactarlos. Tras un primer pinchazo, se volcó el de Lorca en el segundo encuentro con la espada, tanto que el toro le prendió con facilidad y, colgándole de la taleguilla por la pernera derecha, le zarandeó violentamente durante largos instantes. Librado por fin de los pitones, aún caminó unos pasos Ureña hasta caer desmayado sobre la arena, aunque llegó a recuperarse para pasar por su propio pie a ver a los médicos.
Más de una hora después, una gran ovación recibió su salida de nuevo al ruedo para matar al sexto, ya que corrió su turno con López Simón en el quinto. Y fue a este, un dulce y noble castaño al que le faltó solo algo más de celo y brío, al que le hizo la faena más redonda de la tarde, en el que fue un notable y loable esfuerzo físico y moral. Fue una obra a más, tanto en temple como en reunión y entrega del murciano, que el público, muy volcado con su gesto, jaleó con fuerza y para la que pidió con absoluta unanimidad esa segunda oreja que se justificaba aún más con el soberbio y rotundo volapié con el que Ureña tumbó al animal. El presidente debió ser el único que no lo vio así. Antes de todo eso, López Simón había paseado una sola oreja.
Y esta vez no porque la presidencia le negara el segundo trofeo, sino porque el madrileño no hizo los méritos suficientes. Paquirri, por su parte, sorteó un lote perfecto para haber tenido una buena despedida de la plaza de Valencia, pero le faltó pasión y se fue de vacío.