Presentan un trabajo biográfico sobre los escritores lorquinos Tomás y Joaquín Arderius.
Juan Antonio Fernández Rubio ha publicado, en la colección Hojas de la Quimera de la Asociación de Amigos de la Cultura de Lorca, el volumen titulado Vida y narrativa, en el que recupera el acontecer biográfico y algunos textos novelescos de los dos escritores lorquinos Tomás de Aquino (1883-1935) y Joaquín (1885-1969) Arderíus Sánchez-Fortún. Como se sabe, hay una notable diferencia entre estos dos hermanos, ya que Tomás de Aquino, como indica Fernández Rubio, murió pronto y su obra fue «breve y de mediana calidad», mientras que Joaquín, de obra mucho más extensa, retirado de la novela en la década de los treinta, participó activamente en la política durante la Segunda República y la Guerra de España en formaciones de izquierda. Moriría en el exilio en México muchos años después, en 1969.
Desde el punto de vista literario, estético e ideológico también son dos escritores muy diferentes, ya que Tomas de Aquino se adscribe claramente a una tendencia realista-naturalista, al estilo de Vicente Blasco Ibáñez, no exenta de cierta intención social incipiente y primaria. Su novela inicial, En tierra seca, publicada en Lorca en 1911, se desarrolla en Guadalora, una ciudad literaria trasunto claro de su Lorca natal, como hiciera Clarín con Vetusta (Oviedo) de La Regenta. La segunda de sus novelas, Almas místicas, publicada también en Lorca en 1913, revela influencias notables de Galdós y hasta del mismísimo Emilio Zola, sobre todo a la hora de descubrir aspectos sórdidos de la naturaleza humana. Una novela corta, La tragedia del fraile, de 1915, y la colección de siete narraciones, publicada en 1917, con el título de La joroba de Juan Veintidiez, completan su obra.
La narrativa de Joaquín es más compleja. De hecho se han señalado, como hizo hace muchos años el hispanista Víctor Fuentes, dos etapas en su trayectoria. La primera, desde 1915 a 1936, con títulos como Mis mendigos, Así me fecundó Zaratrusta, Yo y mis mujeres y Ojo de brasa, refleja su absoluta superación de los esquemas de la narrativa tradicional y la formulación de una narrativa subjetiva, sin trama ni acción, en la que predominan visiones oníricas mientras sigue fielmente las doctrinas de Nietzsche en busca del hombre nuevo o el superhombre. Con un lenguaje narrativo absolutamente rupturista, mantuvo tales postulados de forma y contenido en su segunda etapa que desarrolla entre 1926 y 1930, con títulos como La duquesa de Nit, Lo príncipes iguales, Justo el evangélico o El baño de la muerte. En 1931, con Campesinos y Lumpemproteriado inicia el final de su carrera como escritor que se cierra con Crimen y suceso de 1934. Como advierte Fernández Rubio, en estas últimas novelas «se lanzó al combate y a la lucha de clases desde su posición literaria». El hambre, la miseria, el paro, la enfermedad, el dolor y la muerte reflejan la vida y pesares de sus personajes, afligidos y desamparados.
Tras un concienzudo y detallado estudio, Juan Antonio Fernández Rubio ofrece a sus lectores una selección de narraciones breves de ambos hermanos que van a permitir al lector conocer algunas de sus características y desde luego advertir las muchas diferencias de tono, temperatura, forma, estilo y contenidos de las narraciones de ambos.
Así, de Tomás de Aquino recoge cuatro relatos costumbristas y naturalistas de ambiente rural o local, muy en consonancia con la narrativa decadente practicada por el autor. Los cuatro están tomados de la colección titulada La joroba de Juan Veintidiez, y en ellos se recogen historias misteriosas y populares para desarrollar, desde luego, una acerada sátira de la sociedad acomodada de su tiempo (como en La camarera e la Virgen o en El milagro de la Alameda). Ambientes de corte naturalista rural se desarrollan en La cabeza ajena y en Como se conforma la historia.
De Joaquín recoge también cuatro relatos breves para mostrar el estilo y los contenidos tan diferentes de este autor. Los superdioses y el abúlico y El amor están tomados de Los mendigos; Los ruiseñores de Cintra, de la revista Ondas de Madrid, y el interesantísimo Lumpenproletariado de su edición original de la colección de La Novela Roja, de 1931.
En conjunto, estamos ante una oportuna recuperación de dos escritores lorquinos que, a través de este volumen, cobran nueva vida, por más que sus estilos, sus mundos narrativos y sus objetivos como escritores hayan sufrido, con el paso del tiempo, el avejentamiento inevitable al estar sujetos, cada uno a su manera, a unas estructuras y temperaturas literarias hace ya muchos años obsoletas y trasnochadas. Como recuperación patrimonial, sin embargo, el volumen resulta hoy imprescindible.