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Cientos de vecinos de la Hoya acompañaron a la Virgen de la Salud de vuelta a su ermita.

Disfrutando de la romería de la Virgen de la Salud junto a los vecinos de La Hoya, que desde hace más de un siglo celebran esta tradición cada 2 de febrero en un ambiente festivo y con una gran devoción ¡Viva la Virgen de la Salud!

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Cientos de vecinos de la Hoya acompañaron a la Virgen de la Salud de vuelta a su ermita.

Ayer sábado dos de febrero de nuevo como cada año, centenares de vecinos y amigos de La Hoya se reunión en la ermita de la Salud para repetir un año más la tradición que tienen grabada en su memoria como es la de acompañar de vuelta a su ermita a su patrona la Virgen de la Salud por la que muestran su más firme devoción.

La fiesta comenzó bien temprano con el estruendo de los primeros cohetes que despiertan a todo el pueblo para avisar que hay que madrugar y emprender el camino hacia el santuario acompañando a la patrona.

Sobre las 9 de la mañana comenzaron las primeras concentraciones en la puerta de la iglesia parroquial cuyos integrantes van debidamente equipados dispuestos a pasar una jornada de auténtica romería, a esa temprana hora se ofició la primera misa por el padre Kenneth Chukwuka, dirigida, especialmente, a las mujeres embarazadas por ser el día de la Candelaria y a aquellas otras personas que por diversas circunstancias, no puedan subir hasta el monte.

Terminada la ceremonia religiosa, todos se preparan para sacar en hombros a la patrona hasta la puerta principal de la iglesia. Como todos los años, allí le esperan la cuadrilla de La Hoya con sus guiones, Andrés Abellaneda, Serafín Ruiz ‘El Fari’, Juan José Montes, Marisa, la hija de Paco ‘El Chicharra’ y José Acosta ‘El Ganadero’.

Llegan las primeras coplas de la mañana, con el cumplimiento de la promesa de algunos vecinos para que los guiones les canten a sus seres más queridos, unos presentes y otros ausentes, por lo que las lágrimas en muchas de las mejillas, no se hacen esperar. La romería no tiene una hora concreta para comenzar. Ello ocurre cuando han finalizado los cantos. Además, no hay prisa. Los romeros disponen de todo un día por delante para vivir la fiesta pero hay que pensar que son 4 los kilómetros que separan el templo parroquial del santuario serrano hasta dónde habrá que llegar no mucho más tarde de las 12 horas.

Los hoyeros y amigos que acompañan a la virgen aprovechan los descansos de la comitiva para almorzar llevando en sus alforjas los embutidos más frescos y el vino de mayor calidad y graduación propio de una jornada de romería.

UNA VEZ EN LA ERMITA COMIENZAN LOS ACTOS

Una vez que la patrona llegue al santuario, sobre las 12´30 horas, aproximadamente, comenzará la misa de campaña en la puerta de la ermita que oficiará el párroco Kenneth Chukwuca, bajo la carpa que se ha instalado al efecto. Participará en ella el grupo rociero ‘Los Romeros de Lébor’.

Al finalizar la ceremonia religiosa y tras la comida que se ofrece a los integrantes de la cuadrilla, se abren dos frentes diferentes para poder disfrutar con la suficiente garantía de lo que queda de jornada festiva. Por una parte, en el interior del templo comenzarán de nuevo los cantos de pascua a los pies de la patrona con los guiones, Andrés Abellaneda, Serafín Ruiz ‘El Fari’ Juan José Montes, Marisa y José Antonio Acosta ‘El Ganadero’, quienes después de haber repuesto fuerzas se sentirán preparados y en condiciones para abordar el duro trabajo que les espera hasta bien entrada la noche. Sus voces serán aderezadas, en todo momento, por los instrumentos magistralmente dirigidos por los músicos de la cuadrilla.

Es el momento, a partir del cual, familias y particulares se dirigen hasta los guiones para que les canten a sus seres queridos de la misma forma que se viene haciendo desde que, uno de los primeros maestros, el Tío Mateo Moya, lo bordaba en la pequeña ermita de La Salud. Fuera, en la calle, bajo la carpa y al lado de las estufas, si el día lo requiere, comenzarán los tradicionales bailes de pujas, con las jotas, parrandas y malagueñas que la otra parte de la cuadrilla tocarán para continuar con la fiesta como se viene haciendo cada 2 de febrero desde hace más de un siglo. El trabajo será dirigido por Jesús Abellaneda, que recordando al maestro de maestros, Juan Pérez Jiménez y con su propia autonomía y estilo, dará peculiar forma al acto.

Se trata de una tradición que cuenta con su público específico: hombres y mujeres, matrimonios, que esperan cada año con ansiedad que llegue el momento para sentarse junto a la cuadrilla y disfrutar de todo un espectáculo que no es fácil ver en otros lugares. «Me dan cinco euros para que baile fulanico con menganica», suele decir el presentador.

A veces se atiende el requerimiento, salen al corro y cada uno de los dos hace lo que buenamente puede, pero la cosa se complica, cuando el ‘fulanico’ no quiere salir al ‘ruedo’ por temor a hacer el ridículo y poco a poco va subiendo el precio de la oferta hasta que alguna de las partes cede. Así son las pujas, una tradición que se conserva en el tiempo y que va pasando de generación en generación con los mismos instrumentales y protocolos.

El acto continúa hasta que llega la hora de subastar la tortada, uno de los atractivos mayores de la fiesta, mientras que en el interior de la ermita siguen la cuadrilla y los guiones complaciendo a cuantas personas se acercan solicitando sus atenciones.

HISTORIA DE LA FIESTA POPULAR

Han ido pasando los años, pero la tradición perdura, lo que demuestra que no se trata de una idea ficticia y pasajera sino arraigada en las costumbres de una tierra y de unas gentes que saben avivar, como nadie, la llama de los mejores momentos que, juntos, saben compartir.

Los más veteranos recordarán los tiempos en los que cada dos de febrero la fiesta se circunscribía a acudir cada uno por su cuenta hasta la vieja ermita de La Salud, donde la pequeña campana que presidía el recóndito lugar, propiedad particular, invitaba, primero, a acudir a misa y después a disfrutar de todo un día de convivencia en compañía de las amistades y familiares más allegados. Pese a la lejanía en el tiempo, nunca faltó la música de la cuadrilla de La Hoya de la que el Tío Mateo Moya fue uno de los principales promotores e impulsores. La gente de buen corazón y mejores sentimientos, no lo olvidará nunca, pese a que nos dejó hace ya varias décadas.

La cuadrilla actuaba con sus cantos de pascua en un pequeño habitáculo de escasos metros cuadrados situado cerca del altar con una ventana que daba a la calle donde, inexplicablemente, cabían varias decenas de personas. Nadie quería perderse la voz del Tío Mateo Moya, primero, y después de su discípulo más aventajado, Paco El Chicharra, que también nos dijo adiós antes de tiempo. Aquel pequeño espacio servía a la vez de comedor y escenario para esos cánticos que aún perduran pese al paso de los años que no perdonan a nadie. Fuera, en la pequeña placeta, a escasos metros de la rambla que después se convierte en la de La Teja y bajo un frondoso árbol cuya sombra no hacía falta, se producían los bailes de pujas que durante tanto tiempo dirigió el maestro, Juan Pérez Jiménez, otro de los grandes a la hora de hablar de las tradiciones de este pueblo.

Saliendo de la placeta y antes de llegar al horno, junto a la vivienda principal de los propietarios de la finca, se instalaba el bar donde se servían bebidas y bocadillos sin olvidar el anís y la coñac tan propios de una fiesta tan singular y única. Al frente del establecimiento hostelero, por un día, había siempre algún profesional de la restauración con residencia en La Hoya. A uno y otro lado los puestos de venta de piolas y juguetes que no todos podían comprar. Dispersos por el monte, las familias que hacían piña en torno a una mesa improvisada en la que no faltaba la comida que la ama de casa había preparado para que sobrara, como así ocurría. Y mientras tanto, los zagales y zagalas, emprendían la marcha hasta las fuentes de La Luna y del Sol, despistándose de los mayores y aprovechando al mismo tiempo para ver si se producía algún flechazo que continuara cuando acabara la fiesta.

Al caer la tarde, antes de que oscureciera, paraban los cantos de pascua y los bailes de pujas para acompañar en procesión a la Vírgen de la Salud hasta ‘el cabezo’, el mismo lugar donde se encuentra construida la nueva ermita al pie de la cruz que un día se empeñó en levantar Julián Navarro Moya presagiando que cerca de ella algún día habría un lugar sagrado, como así fue.

Llegados al cabezo, a través de pequeños senderos, en las inmediaciones del pino que aún persiste y teniendo como fondo La Hoya y el extenso y rico valle del Guadalentín, el Tío Mateo Moya y sus continuadores después, comenzaban con las peticiones a la patrona que casi siempre solían ser las mismas: la petición de agua para los sedientos campos que siempre han carecido de ella.

De vuelta al punto de partida, aún quedaban fuerzas y ganas para continuar la fiesta hasta que los dueños de la finca simulasen que había que finalizar y regresar cada uno a su casa hasta el año que viene. Son muchos los agradecimientos que los vecinos de La Hoya, tanto las anteriores como la actual generación, tienen que dar a quienes cada año, sin faltar ninguno, abrían de par en par las puertas de su casa para que los vecinos y visitantes pudiesen celebrar la fiesta.

Una de esas personas que perduran y perdurarán siempre en el recuerdo es José María García Periago y familia que siempre dieron lo mejor que tenían para que la fiesta no se apagase nunca. A cambio, desde el balcón de la casa, disfrutaban como niños, viendo divertirse a la gente, algo que contagiaban también a sus invitados.