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EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte XIV)

EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte XIV) – José Fernández Rufete Reverte

“Carmen de Burgos siempre fue una mujer hermosa. los rizos de su pelo eran vigorosos y los ojos negros despertaban la estampa de la belleza andaluza . Era recia y elegante. De naturaleza volcánica, como dijo Ramón Gómez de la Serna. Quizá porque creció en el antiguo cráter de un volcán: el valle de Rodalquilar.
Siendo aún una joven adolescente, un periodista almeriense llamado Arturo Álvarez Bustos le dedicó un poema de amor. Su terco empecinamiento por conquistarla dió sus frutos y finalmente lo consiguió. Fue «un episodio de ingrato recuerdo», comentó en una entrevista en La Esfera, a los 55 años. «Lo motivó la equivocación más grande de mi vida. Mi rebeldía me llevó a casarme, contra la voluntad paterna».
La tragedia empezó la propia noche de bodas. Colombine sufrió el mismo trauma que Sissi Emperatriz, una adolescente alemana de 16 años que llegó a la alcoba con Francisco José de Habsburgo sin que nadie le advirtiera antes que los hijos, en realidad, no vienen de París. En su novela La malcasada (1923), que de forma velada se basa en sus recuerdos, Carmen de Burgos escribió:
«No encontró en la brusquedad del deseo de Antonio la dulce ternura y la suave caricia que había esperado. No podía olvidar la sensación de miedo que sintió, el deseo de huir y cómo tuvo que replegarse y que esconderse en sí misma ante la ruda acometividad de su marido, que no se preocupó para nada de su pudor alarmado ni de su espíritu».
Arturo Álvarez vivía en las tabernas. Ella, mientras, se afanaba en la aspiración de toda mujer de bien: llenar su hogar de vástagos. Pero el destino jugaba en contra. El primer bebé falleció trece horas después de nacer, la segunda a los dos días y el tercero a los ocho meses. Carmen de Burgos asistió a la muerte de sus tres primeros hijos y entonces, en cierto modo, ella también murió. El escritor Ramón Gómez de la Serna lo contó así años después:
«Hasta que un día a Carmen se le murió un hijo “en los brazos, sin saber que se le moría, porque como tenía la fiebre, confió en aquel ardor, hasta que se lo quitaron de entre los brazos”. Carmen, cuando sintió que se lo quitaban y el porqué se lo quitaban, cerró los ojos presa de un ataque a la cabeza. Cuando despertó, cuando “remitió” la muerte, era otra, es decir, era la misma, sino que resuelta, llena de insubordinación, con un habla nueva y desatada, extraña a las cosas de su alrededor, combativa y libertada».
En 1895 nació la única hija que sobrevivió a la almeriense. La escritora amó y cuidó a María de los Dolores Ramona Isabel como lo más grande de su vida. Decía que, de todo lo que hizo en su vida, ella era su «obra maestra». Aunque María Álvarez de Burgos (como se conoció después), a los 34 años, perdida entre la cocaína y los desastres amorosos, asestara un último estoque al corazón vapuleado de su madre.
Harta de un marido infame, a finales de agosto de 1901, Carmen de Burgos Seguí metió sus cosas en una maleta y se fue a Madrid. Llegó con su hija y un título de maestra que había sacado, estudiando por las noches, a escondidas de su esposo. Tenía 33 años y una plaza en un colegio de Guadalajara, pero lo que de verdad quería era vivir en Madrid, porque su ambición ya no era formar una familia numerosa. Ansiaba trabajar en periódicos y entrar en los círculos intelectuales y de escritores de la época.»
Candela y Fabrizio permanecieron callados mientras la anciana Teresa rememoraba aquellos pasajes de la intensa biografía de Colombine.
Teresa llegó a conocer a Carmen de Burgos pocos años antes de su muerte, e igualmente a su hija María. La madre de la anciana Teresa sirvió en el cortijo «La Unión» durante veinte años. Aquella casona, junto con numerosas tierras y minas, formaba parte de las posesiones de José de Burgos, viceconsul de Portugal en España y padre de Colombine. De aquel cortijo nacían los primeros recuerdos de la anciana Teresa; posiblemente los más felices de su vida, nos dijo. Fué por ello aquella emoción del primer momento de nuestro encuentro.
Estuvimos conversando durante más de una hora, envueltos en un ambiente amable y emocionante, hasta que finalmente Candela dio por buena y suficiente la información recabada. Ahora conocía más de aquella otra cara de Colombine, y se sentía muy satisfecha por ello.
Admirados con la clarividencia, la intelectualidad y la memoria de la anciana, y con los sentimientos a flor de piel, nos despedimos de Teresa y regresamos de vuelta a Las Negras. Un día más, la vida me regaló más vida.

CONTINUARÁ (O no)
Texto: Pepe Rufete, y fragmentos extraídos del texto de Mar Abad (6 de junio de 2016)
Fotografía: Pepe Tárraga