En Lorca encontramos al último afilador en activo.
Si hablamos de Antonio Amador Fernández, es posible que en Lorca no lo conozca mucha gente. Pero si decimos que se trata de Antón ‘El Gitano’, todo el mundo sabe a quién nos referimos.
Es un hombre afable, cercano, trabajador incansable y un gran luchador frente a los avatares de la vida. Se considera «un gitano honrado, que convive normalmente con los payos y amigo de la Guardia Civil». Ha tenido 11 hijos de los que viven 10. Tuvo que sufrir la tragedia de la muerte de uno de ellos en accidente cuando solamente tenía 16 años de edad.
A todos ha sabido darles lo mejor y «ninguno ha pasado hambre, pese a la situación de pobreza en la que hemos vivido», dice con orgullo. Afirma que como consecuencia de la muerte de su hijo, su esposa, Micaela Santiago, ha llevado luto durante 19 años, vestida siempre de negro «aunque finalmente conseguí quitarle el mantón y el pañuelo». «Los gitanos –dice– respetamos mucho el luto y cuando lo llevamos, no entramos tampoco a los bares».
A sus 80 años, Antonio Amador aprovecha, sobre todo, los veranos para desplazarse hasta la zona costera de Águilas para ejercer como afilador de navajas y cuchillos, una profesión prácticamente desaparecida, pero que mientras viva y pueda, dice que practicará. Desempeña la profesión, no solo en Águilas, sino también en Lorca «porque la pensión que me ha quedado es muy pequeña y lo poco que gano me sirve de ayuda para mí y para mi mujer».
Por afilar un cuchillo de pequeñas dimensiones cobra dos euros y si es grande, tres. Además de afilador ha grapado lebrillos y arreglado sartenes, somieres y calderas. Aún conserva la bicicleta de leñador e insiste en que «todos los años durante el verano, conservo en Águilas mi parroquia porque quiero trabajar y ser una persona decente mientras viva». Y añade que «mientras yo viva, habrá siempre un afilador en Lorca».
Trabajando en las minas
Antón ‘El Gitano’ nació cerca del barrio del Carmen de Lorca, en la Segunda Caída, zona de El Calvario y de muy joven tuvo que marchar a Cartagena «porque pasábamos mucha hambre». Tenía 25 años y afirma que allí permaneció durante 16 años trabajando en las minas de La Unión, de sol a sol para cobrar 33 pesetas de jornal base con un compresor de 50 kilos de peso «para que mis hijos no pasaran hambre», exclama.
Cayó enfermo de silicosis y regresó de nuevo a Lorca. Se casó cuando tenía 14 años y a los 4 años llegó su primer hijo que «no nació encanijado», dice. Ahora tiene 27 nietos y 14 biznietos. Asegura que en una ocasión le tocó un premio en la lotería y «el dinero lo repartí entre todos mis hijos». Lo que más le duele es no poder compartir con su mujer estos momentos de su vida. La esposa padece alzheimer y es él quien la cuida cada día. «No tengo el calor de nadie. Ahora mismo yo soy el que guiso, el que hago las camas porque ella se ha quedado baldadica y no puede hacer nada», lamenta.
Actualmente viven en el barrio de San Cristóbal y es de las personas que no quieren que los servicios de urgencias de atención primaria se trasladen de lugar «porque no tengo coche y cuando la mujer se pone enferma, no puedo acudir con ella a otro sitio que no sea el centro de salud de San Diego». Sus hijos viven, la mayoría, fuera de Lorca.
«Me gusta vestir bien»
Antonio ha sido también domador de caballos y tratante de ganado. Prueba de ello es el enorme trofeo que luce sobre el cuello cuando viste con el traje más elegante que tiene y su sombrero cordobés. «Me gusta vestir bien», dice con seguridad y firmeza.
Antón ‘El Gitano’ reconoce asimismo que los papeles para poder inscribirse en la Seguridad Social se los arregló «un capitán cura de artillería cuando estaba en Cartagena hace de ello 40 años». Entre sus aficiones está la caza y el flamenco. Entre sus ídolos se encuentran Camarón de la Isla, Porrinas de Badajoz, Rafael Farina y Juanito Valderrama «aunque el mejor ha sido Pepe Marchena». A todos ellos los imita todavía.
En cuanto a las bodas de sus hijos, reconoce que fueron pomposas. Recuerda que en las bodas gitanas «se canta, se baila, se saca el pañuelo y si la novia es honrada se queda y si no, se va con su madre». En estas bodas, explica, pueden estar hasta una semana de celebración. Por último, deja claro que «a mis hijos los he criado siempre con buenos principios porque mi padre me dejó un buen rastrojo».
Fuente Francisco Gómez – laopiniondemurcia.es