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LA FLOR DE LA PASIÓN – Andrés Martínez Rodriguez

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LA FLOR DE LA PASIÓN 

Era temprano y la tartana donde iba la familia de Gloria, pasaba por delante de la puerta flanqueada por dos enormes cipreses de “Villa Esperanza”. Se dirigían por el camino paralelo a la acequia de Tamarchete, hacia el santuario de la Virgen de las Huertas.

Habían pasado por varias casas dispuestas en perpendicular a la acequia, todas tenían la puerta bien orientada a sol naciente y cubierta por altas parras que enredadas en estructuras metálicas daban sombra a partir de bien entrada la primavera y buenas uvas al final del verano. En el camino de entrada a una de estas casas, vieron a un muchacho que acarreaba en una carretilla de madera algunos ladrillos de adobe con paja para acercárselos a un hombre que subido en unos maderos reparaba la parte alta de uno de los muros de su casa. 

Más adelante se cruzan con algún carro tirado por mulas y pasan junto a bancales de hortalizas y a huertos con naranjos en flor, el aire de la mañana trae mezclados los olores a estiércol y a azahar.
Cuando llegan a la explanada de detrás del santuario, mientras el padre de Gloria detiene la tartana paralela al resto de carruajes, se oye el repiqueteo del tercer toque llamando a misa. La señora Pura que estaba impaciente por que iban con el tiempo justo, tras descender del carruaje se alisa la falda negra, se sujeta con unos alfileres el velo y apremia a sus hijas para que hagan lo mismo. Todas se dirigen dentro del templo, mientras que el tío Eleuterio sujeta la yegua torda al tronco de uno de los eucaliptos que flanquean la acequia de Cazalla. 

Tras la misa, cuando la familia se dirige a la tartana, Gloria se detiene a contemplar la valla del huerto del convento totalmente cubierta de enredaderas salpicadas de hermosas pasionarias. Las mira con atención y recuerda las flores del estandarte que estreno el Paso Blanco en la reciente Semana Santa. Pensando en las maravillosas flores bordadas, acaricia una de las pasionarias, la toma y se la sujeta en el pelo. Oye a su hermana que la llama y al apresurarse para coger a su familia que se aleja, choca con alguien que pasaba, se disculpa y sin apenas mirar a la persona con la que se ha encontrado aligera el paso. Cuando está subida a la tartana, un joven asoma la cabeza, se quita el sombrero y alargando la mano con una flor le dice, “señorita, creo que acaba de perder esta pasionaria que adornaba su encantador rostro”.

Ella sorprendida, sonrojada y con apenas voz, le responde, “muchas gracias galante caballero, la cogí para llevársela esta tarde al Cristo de la Oración”. La tartana partió y de esta forma se inició una apasionada relación o no, se deja a tu elección.