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SUBIDA AL TRAMPOLÍN DE SIERRA ESPUÑA A PRINCIPIOS DEL AÑO NUEVO CON UN FRIO QUE PELABA

Volvimos a la montaña de Sierra Espuña tras el día de Año Nuevo y lo hicimos subiendo junto a la cima de Las Cunas, para visitar la conocida roca dominante en el vacío nombrada “El Trampolín”. 

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SUBIDA AL TRAMPOLÍN DE SIERRA ESPUÑA A PRINCIPIOS DEL AÑO NUEVO CON UN FRIO QUE PELABA.

Volvimos a la montaña de Sierra Espuña tras el día de Año Nuevo y lo hicimos subiendo junto a la cima de Las Cunas, para visitar la conocida roca dominante en el vacío nombrada “El Trampolín”.

Salimos de Lorca cuando nacía el sol por la carretera de la Zarzadilla de Totana para desviarnos por Chicar y Los Allozos hacia Aledo. Pronto llegamos al área recreativa de Las Alquerías y una vez que habíamos aparcado, nos pusimos en marcha pertrechados de la adecuada ropa de abrigo hacia la empinada ladera. Íbamos con forros polares, guantes, bragas para el cuello y algunos con el preceptivo gorro de lana para proteger las entendederas del frio, porque hacia mucho frio (- 1 º C), que se incrementaba con el gélido viento que llegaba de las montañas nevadas de Moratalla y de la sierra de María.

Después de dejar la carretera asfaltada, tomamos por una estrecha y sinuosa senda boscosa que nos conduciría a la cima de Las Cunas. El suelo pedregoso estaba salpicado de bellotas maduras que me hizo recordar está misma subida una cálida mañana del pasado mes de agosto, donde las bellotas crecían verdes sobre las frondosas carrascas. En algún giro en el sendero empezamos a ver la poblada ladera de pinos y a lo lejos la amurallada villa de Aledo. Este paisaje se hizo más patente cuando desembocamos en algunos cabezos menos poblados de pinos y nos paramos para contemplar la hermosa naturaleza a nuestros pies. La mañana estaba clara y la atmosfera flotaba limpia por el fuerte viento, lo que hacia que las vistas fueran inmejorables: enfrente teníamos la sierra de Tercia que ocultaba a la ciudad de Lorca, a sus pies la población de Aledo con su inhiesto torreón que apenas se dejaba ver, a un lado el curso alto del Guadalentín enmarcado por la sierra de la Peñarrubía y al otro continuaba el valle del río, perfilado por las sierras de Almenara y Carrascoy que enmarcaban un trozo del mar que ofrecía sus reflejos dorados de la primeras horas matutinas. Un placer para la vista incomodado por las ráfagas del molesto viento.

Continuamos la subida en silencio solo interrumpido por el repetitivo sonido de nuestras pisadas y por las ráfagas de aire que batían las ramas de los pinos conforme ascendíamos. El anuncio de que nos acercábamos a la cima fue la presencia del suelo rocoso, ver como la vegetación disminuía y como el frio se hacia más patente. Y así de repente llegamos frente a la inclinada roca del Trampolín, sentíamos que el viento nos llevaba y la sensación de frio se hizo insoportable, no pudiendo disfrutar del frondoso paisaje coronado por la omnipresente Muela. Fue una pena la adversa climatología para el disfrute de este hermoso lugar, sobre todo para los nuevos visitantes y tras abandonar el lugar comentamos que habría que volver cuando el buen tiempo acompañara.

Los inicios del descenso estuvieron muy entretenidos por lo poblado que estaba el sendero. Nos fuimos encontrando con varios grupos, alguno muy numeroso acompañado de un runrún de voces que rompía el silencio que gusta disfrutar por estos lares. Cuando creíamos que se habían marchado, volvían sobre sus pasos debido a que el inclemente tiempo no les permitió disfrutar de su objetivo que eran las vistas desde el flotante “Trampolín”.

La bajada la realizamos por una ladera soleada y poco complicada que nos llevó hasta el Collado Pilón. Aprovechamos este descenso para hacer un receso y almorzar protegidos por una pequeña visera caliza bien orientada y con una bonitas vistas que disfrutamos sentados a la esponta. Paramos en el mirador del Collado Pilón para disfrutar del calorcito, mientras divisábamos como los dorados del mar habían adquirido su característico color entre verde y azulado, y observar como de entre la ladera boscosa sobresalía un reducto de altos pinos donceles. Continuamos bajando por el sendero que nos llevó al Collado de las Yeserías, y pasamos junto a dos de los pozos donde se producía yeso. El último tramo lo andamos por el camino viejo de las Alquerías que nos llevó hasta el punto de partida.

Fue una hermosa y soleada mañana de principios de enero en la que subimos hasta la cota de 1402 m, siempre acompañados por un molesto y gélido viento de poniente, en un día claro que nos permitió disfrutar de unas impresionantes vistas incluida una pequeña porción del Mediterráneo, rodeados de la aireada flora típica de estas montañas y de una fauna hoy casi invisible, salvo las curiosas y avispadas ardillas que se dejaron ver corriendo bajo el sol junto a los senderos y carreteras. Una reparadora comida cerca de las brasas del bar del Consejero nos sirvió para poner en común las impresiones vividas y como estupendo colofón de la jornada andarina.