La Prehistoria en Lorca (1862-1929) y algunos hallazgos arqueológicos a través de la prensa periódica local y otras publicaciones.
Siempre ha habido una ciencia para la burguesía y de ese deseo humanístico también participó la élite lorquina que llenó sus cenáculos culturales –Ateneo, Liceo– de disertaciones que abarcaban todas las ramas del saber. Estas instituciones culturales citadas tenían su propia revista literaria en la que emitían sus disquisiciones científicas según las aficiones y gustos del autor, lo que originaba, sin duda, una divulgación de los saberes humanísticos burgueses. Nos ha parecido interesante transmitir, según se puede extraer de la prensa local, a petición de interesado, aun cuando no es esta nuestra especialidad, la ocupación de los eruditos locales en el estudio de la Prehistoria en los albores de su constitución como ciencia y comprobar qué conocimientos tenían y transmitían esos lorquinos del último tercio del siglo XIX y los primeros años del XX de la Arqueología y otras ciencias auxiliares sobre las que se basan o están en íntimo contacto estos estudios actualmente sistematizados.
Como característica básica he de anotar que los saberes individuales que la élite cultural lorquina consigue son aplicados a la historia local, lo que confirma su carácter tardorromántico, es decir, romántico por el color local, conservador por cuanto es asumido por una burguesía liberal como mucho moderada, y tardío porque se desarrolla en una época en la que prácticamente ya ha triunfado el realismo galdosiano y el naturalismo domesticado, es decir, el no radical, el de la Pardo Bazán por ejemplificar. Entran estos estudios, pues, dentro de ese mundo conservador y tradicional que predomina en Lorca por esos años en los que los disidentes o heterodoxos, verdaderos hombres de ciencia, como el krausista Francisco José Barnés y Tomás, profesor en las universidades de Oviedo y Sevilla, emigran de Lorca por la estrechez mental de esa élite burguesa clericalista y sumisa que predominaba en la ciudad o protagonizan modelos transgresores como el anticlericalismo exaltado de José Ferrándiz Ruiz.
Sin que se plantearan con rigor y método concreto el estudio de la cuestión, dentro de su erudición enciclopédica motivada más que nada por su curiosidad, a través de sus artículos en la prensa y revistas de la época, sí que trataron estos temas y los elementos que convenían para determinar cuál fuese la Prehistoria en Lorca y, en general, la Arqueología.
Mas, no se olvide que jamás entrarán frontalmente en el debate ciencia/religión, sino que se someterá aquella a esta sin oponerse jamás a la doctrina vaticanista. Tampoco proceden a un proceso investigador sino que extractan, aprenden y comunican sus conocimientos aplicados a lo local como exaltación del suelo patrio cercano.
Hay otro hecho innegable: todo este proceso se origina como expansión de la función social del Instituto de Segunda Enseñanza solicitado en 1859, inaugurado en 1864 y desaparecido por falta de pago a los profesores en 1883. Entre 1864 y 1880 pasaron por el mismo 5.329 alumnos, lo que habla de una mayor capacidad cultural y por ella de la aparición de medios de comunicación y expresión en los que plasmar las inquietudes culturales y científicas.
Desde 1861, con la aparición del semanario El lorquino, se inicia la publicación de artículos relacionados por la paleontología o la geología, ciencias auxiliares de la Arqueología. En 1873, aparecido en la revista Ateneo lorquino, Francisco Cánovas Cobeño efectúa un estudio de los terrenos que rodean y componen nuestro término municipal desde el punto de vista geológico: Viaje por el término de Lorca (A través de los tiempos geológicos). No analiza los terrenos locales como yacimientos arqueológicos, sino al revés, en qué terrenos geológicos se encuentran restos humanos. Es decir, por la geología a la arqueología. Concluye que las montes que afectan a Lorca pertenecen a la Cordillera Carpetánica y están divididos del siguiente modo:
a) el asentamiento de Lorca, las sierras de Enfrente, Caño, Zarzalico, y Cabezo de la Jara pertenecen al levantamiento primero Silúrico, erupción cuarcita; b) el terreno de Trías lo componen:
– arenisca roja en sierra de Tercia, Barrio de San Cristóbal, Albaricos, Pilones, Murviedro y Peñarrubia; – caliza conchífera (margas irisadas) en San Lázaro, Cueva del monje, Calvario, Peñones y sierra de Béjar; anota, además, que entre el Silúrico y el Trías están el Devónico, Carbonífero y Pérmico; c) terreno cretáceo, eolítico o jurásico en la sierra de la Culebrina. Por el Pantano y sus alrededores aparecen otros: ostrea dilatata, ostrea
longirrostris, ostres callífera, cliptocenias, prionastreas y dendorreas.
Cánovas Cobeño posee una mente organizada para la ciencia y, antes de entrar en el gran tema de la Prehistoria, había intentado poner las bases. Así se puede observar con la lectura del un artículo titulado Paleontología, un paso más, que aparece en el periódico semanal El lorquino el 25 de enero de 1862: Teníamos dispuesto este artículo y siempre nos ha retraído de su publicación la idea de desagradar a nuestros lectores toda vez que teníamos necesidad de usar en él ciertos nombres técnicos desconocidos para la generalidad; cediendo no obstante a la excitaciones de varias personas entendidas en Geología, que han considerado el objeto de él de algún interés científico, nos hemos decidido al fin a publicarlo en El lorquino porque, siendo aquel de Lorca, es justo que este lo publique.
Hace tiempo que nos venimos ocupando del estudio geológico de esta comarca y, entre los numerosos fósiles de nuestra colección, figura el de que nos vamos a ocupar, encontrado en las minas de azufre de Serrata, a media legua de distancia de esta ciudad, y que debemos a la atención de nuestro ilustrado amigo el Sr. D. Eusebio Eytier.
La cordillera de Serrata y una gran parte del término de Lorca hacia el norte pertenecen al terreno mioceno, y este consta en esta localidad de tres formaciones, la inferior, compuesta de calizas y molasa de origen marino, la media, de capas de arcilla bituminosa y creta, y la superior, de margas y selenita o yeso, cuyo mutuo espesor varía desde algunos centímetros a muchos metros de potencia; en la formación media, que es también de origen marino, es donde se halla el azufre y donde se ha encontrado este fósil; está aplastado pero no tanto que no puedan conocerse las mandíbulas con muchos dientes en su posición natural, la abertura de la boca, el globo de un ojo, una especie de conducto auditivo y otra porción grande de la cabeza.
Longitud desde el conducto auditivo a la extremidad de la mandíbula superior, 17 centímetros.
Id. hasta el globo ocular, 7 centímetros y 3 milímetros.
Id. desde este último punto a la extremidad de la mandíbula, 9 centímetros y 6 milímetros.
Altura desde la mandíbula inferior hasta la parte superior y media de la cabeza, 9 centímetros.
Abertura ostensible de las mandíbulas, un decímetro.
Mandíbulas robustas, ligeramente esponjosas, la superior algún tanto arqueada (¿acaso por la presión?). Dientes en número (según los espacios) de 20 a 26 en cada mandíbula fuertemente implantados en ellas; los de la superior y anteriores de 7 milímetros de longitud son agudos, ligeramente encorvados, convexos y lisos en su cara exterior, algo comprimidos lateralmente con los bordos obtusos, la cara interior convexa transversalmente, cóncava en su longitud, con un canal que empieza en el ápice del diente y se prolonga hasta su base: cuello y raíz de diente cónica, más ancha que la corona estriada longitudinalmente.
Agujero de la nariz esponjoso de 5 milímetros.
Globo ocular aovado de 33 milímetros de largo y 20 de ancho.
Hacia la parte posterior del ojo tiene un hueso cilíndrico de 3 centímetros de longitud y medio de grueso, tal vez sea el hueso cuadrado de la mandíbula inferior que corresponde en los reptiles a la rama ascendente de dicha mandíbula.
Agujero auditivo circular, esponjoso y de un centímetro.
Las dos partes de la cabeza están muy confusas y el resto del cuerpo falta.
Cuando examiné este fósil, creí que era la cabeza de un pez de la familia de los Escualos por ser abundantes los restos de esta clase de peces en la caliza inferior del terreno que nos ocupa, en particular los dientes de Oxyrhina hastalis: Ag. Otodus obliquus:
Ag. Carcharia megalodon; y Hemipristis serra: Ag., pero estudiado con más detenimiento se ve que ni la organización de sus huesos, ni la forma del ojo, ni la disposición de las mandíbulas y de los dientes son propias de ningún género de pez, antes bien pertenecen, sin género de dudas, a un reptil de la familia de los Lacertideos, pues, aunque la forma de los dientes se asemeja al género Succhosaurus: Ovven, familia de los cocodrilos, se diferencia mucho por tener los bordes obtusos y no cortantes como este.
La forma casi piramidal de la cabeza con la ligera dilatación que se nota en la raíz y cuellos del diente le dan mucha afinidad a un Mosasaurus:
Conyb, y desde luego nos inclinamos a considerarlo como una especie de este o como un género muy próximo, porque no tiene los costados de los dientes angulosos, si bien en todo lo demás conviene mucho.
Según las dimensiones de la cabeza es probable que tuviese cerca de metro y medio de longitud todo el animal; si alguna vez se encontrase otro ejemplar más completo podrían disiparse las dudas que ahora no es posible satisfacer, entre tanto los geólogos apreciarán en lo que valga esta noticia de un ser cuya vida y especie se ha extinguido entre las capas del globo terráqueo antes de la época histórica».
Mente tan ordenada como ya hemos dicho, siquiera por proximidad, no tardaría en llegar a los estudios prehistóricos, barrera difusa entonces, cosa que efectuó en 1893 cuando en Lorca literaria (1893) escribe un artículo titulado Lo prehistórico en Lorca y continúa en 1897 al impartir en el Liceo lorquino una serie de conferencias con el título de La Prehistoria que inmediatamente extractamos y resumimos.
Antes, 1887, Enrique A. Roger, en Lorca literaria, había escrito un artículo titulado La piedra del rayo, que resumimos. Comienza hablando de la petrificación del rayo, «piedra incandescente lanzada desde los cielos»: el rayo cae del cielo y se hunde bajo siete estados y a los siete años justos se libra de esta prisión. Los campesinos encuentran esas piedras y las tiran o se hacen amuletos. Según el autor, toman formas caprichosas: angulares, cortantes bordes, ondulaciones, talladas, de superficie lisa, color oscuro y negro, redondeadas, pulimentadas. Como se observa, se está al día, pero se sigue la tradición menos científica o más llena de superstición o tradición popular; por ello la hemos destacado en letra cursiva.
La ciencia coge las piedras del rayo y «asienta en ellas los inconmovibles cimientos de la historia del hombre», las estudia, clasifica, ve los yacimientos y determina que, a través de Lubbockh, Evans, Hamy, Hume, Büchner, Taborows, Kidron y Tylor, pertenecen al ternario, aunque Huber y Desor afirman que al cuaternario.
Describe primero cómo estaba la tierra en esas edades para, a continuación, especificar las razas que la habitaban: de Canstadt (descubre el fuego), CroMagnon (descubre el arte y acaba el cuaternario) y la de Furfozo (procede del oriente, desarrolla la industria, habita en cavernas, turberas, tnoquem, modnigos, palafittos, nuraghos y campos fortificados).
Tras esta raza, conoce el hombre el cobre y el hierro y lo utiliza. Se pregunta: «¿Qué causas han contribuido a desentrañar la existencia del hombre?» Y se responde: «el estudio de las piedras del rayo» que en Bretaña purifican las aguas de los pozos, en
Suecia es un talismán contra el rayo, en Alemania constituye la panacea universal, en Grecia son veneradas y en la India sagradas.
Sus conclusiones son curiosas: esta región, durante los periodos conocidos en Prehistoria con el nombre de neolítico y del bronce, ha estado ocupada por una raza dolicocéfala; la procedencia de esta raza ha sido del continente africano; los hombres de esta
raza no conocían la agricultura; no existiendo en el país grietas ni rocas a propósito, se albergarían en chozas; ningún otro dato tenemos para afirmar que conocían la industria minera; la forma y tamaño de algunas hachas indican que más eran objeto de distinción que instrumentos de uso ordinario; este pueblo creía en la existencia de otra cosa que subsista después de la muerte.
Estamos ya cercanos o en los tiempos en que Eugenio de Inchaurrandieta publica sus descubrimientos sobre Totana y los hermanos Siret sobre la cultura argárica.
Pero nos interesa, por su carácter general, la sistematización ya anunciada de Cánovas Cobeño (1897) que, además, satisface las demandas locales:
«Esquirlas y fragmentos de pedernal toscamente tallados; piedras de forma cónica, vasijas de barro, punzones, flechas, sometidos al criterio del investigador dan por resultado la creación de un orden de conocimientos cuyo conjunto se llama PREHISTORIA». Se origina en 1841 con la investigación de Boucher de Perthes en Abbeville, Picardía, Francia.
En el año1847 publica sus descubrimientos en Antigüedades célticas. Para contrarrestar estos descubrimientos, el doctor Rigollot, investiga con el objetivo de negar lo científico o prehistórico de estos hallazgos, pero no tiene más remedio que rendirse a la evidencia y claudicar.
Francisco Cánovas, en la continuación del artículo, se efectúa algunas preguntas: «¿Cuáles son los objetos llamados prehistóricos? ¿Están hechos por mano inteligente? ¿En qué terrenos y condiciones se encuentran?»
Finalmente, tras dividir los objetos prehistóricos en megalitos (tamaño colosal como túmulos, castros) y microlitos (objetos pequeños como cuchillos, hachas, cerámica) pasa a indicar los restos hallados en Lorca:
• megalitos: castro en la Parroquia nueva, en el Castellar (Río Vélez); túmulos: en el Cabecico de las Peleas y los Alporchones.
• microlitos: cerámica (arcilla rojiza o gris mezclada con arena cuarzosa con uno pellizcos en las paredes, con forma hemiesférica o canoidea) y útiles de piedra.
Casi todas las estaciones prehistóricas que visita en Lorca corresponden a la edad del bronce:
Vilerda, Béjar, Colmenarico, Jarales, Sierra de Enfrente, Hoya de Totana.
Si se observa con atención, Cánovas Cobeño ha llegado al final, es decir, al análisis de la prehistoria local dando un rodeo, o sea, a través de la geología, la clasificación de los suelos y los hallazgos que en ellos se produce, olvidándose del estudio paleontológico de los restos animales para analizar la cultura de los restos prehistóricos en general.
Sin duda alguna, el paso más importante no en cuanto a su sistematización sino en cuanto a su criterio recopilador se debe a Francisco Escobar Barberán, historiador e investigador local, cuando, en 1919, año de su segunda edición, publica un estudio titulado Nuestros aborígenes, tedioso y erudito en exceso. En el libro extracta cuanto se conocía acerca del hombre, su origen, razas y otros conocimientos más o menos útiles que suenan a «refrito» del pensamiento y ciencia de otros escritores más doctos.
«Lorca es antiquísima y su suelo fue habitado desde que hubo gente en la Península Ibérica». Refiriéndose a la arqueología, aunque él mismo nunca haya intentado excavaciones más o menos serias, explica que ha establecido cinco sucesivos periodos
extensos: arqueolítico (cuaternario): época del mamuth; piedra antigua tallada: época del reno; neolítico: piedra pulimentada; bronce; hierro.
En la zona de Lorca y su término municipal, se encuentran yacimientos en Lumbreras, Vilerda, Béjar, Purias, Tercia, Búcanos, Sierra de Enfrente, Colmenarico, Fuensanta, Jarales, Pilones, calles de Nogalte, Cava y Zapatería «donde se hallaron antiguas sepulturas de forma rectangular, con seis losas de pizarra de un metro y dentro conchas, flechas, ánforas y otras».
La sepulturas descubiertas en Lorca pertenecen a la épocas neolíticas, cobre y eneolítico.
Continúa, seguidamente, dando noticias de hallazgos: cráneo fracturado dolicocéfalo; sepultura de
un niño; junto a la muralla árabe de San Juan se descubrió una extensa capa de un cementerio prehistórico análogo al que unos mineros descubrieron a un metro de profundidad en la Sierra del Caño a un kilómetro de la ciudad; tras la iglesia de Santa María nuevas sepulturas; El eco de Lorca, periódico decenal que se inicia en 1878, dio la noticia del descubrimiento arqueológico más importante efectuado cuando se abrieron los cimientos para hacer la escuela de la calle Zapatería: una sepultura de cuatro metros con dos vasijas cónicas de barro que servían de urna cineraria a un esqueleto dolicocéfalo; el ajuar estaba compuesto por un bracelete o anilla en uno de los brazos, en la cabeza una diadema o corona radiada y en el fondo un puñal de cobre; en 1908, otro descubrimiento en las Peñas de San Indalecio, cerca de San Juan: una sepultura de seis losas de piedra y yeso con dos punzones de cobre y dos hachas de piedra pulimentada; da noticias de lorquinos que escriben sobre este tema:
1.- José Mención Sastre: Aborígenes de Lorca. Boletín de la Academia de la Historia.
2.- Eulogio Saavedra Pérez de Meca en 1887, en el número 11 de la revista del Museo Arqueológico Nacional, sin que se indique el título del artículo.
3.- Luis Gabaldón Campoy: El menhir de la Peña Rubia (en la casa del Pino), 1904, en El gráfico de Madrid, número 170, con dos fotos.
4.- Joaquín Espín Rael: La piedra rajada, en La tierruca, Lorca, 16 de mayo de 1914, número 4, artículo que debe citar de memoria porque no corresponde el título y que podemos reproducir
al hallarse en el Fondo Cultural Espín:
ANTIGÜEDADES PREHISTÓRICAS. EL MENHIR DE LORCA
Al S.O. del histórico castillo de Lorca, y como a unos tres kilómetros, en lo más fragoso de la sierra del Caño y en un rellano de doscientos metros de diámetro, en su centro surge pintoresca y misteriosa la negruzca mole de un aislado menhir, cuyas dos piedras, separadas la una de la otra por una abertura de cuarenta centímetros en su parte media, que aumenta gradualmente hasta su cima por el ligero desplome de la piedra que corresponde al lado N.
Se alza este monumento prehistórico a la altura de cuatro metros, elevación de las mayores que alcanzan esta moles en España, pues, aunque en el extranjero se hallan algunos de más de veinte metros de altura, aquí se puede decir que este que describimos es de los de mayor elevación de nuestro país; solamente en Cataluña, el de Cardona, tiene cuatro metros, y menos el de la Espolla, llamado por los naturales del país la piedra murtra, que solamente llega a la altura de 3,25 metros; tenemos, sin embargo, que hacer la excepción del menhir o piedra aislada de Buñol, de siete metros de altura y terminado en punta, al contrario del que describimos, cuya base es bastante más corta y estrecha que su remate en forma de abanico.
Son ignorados los usos a que el hombre primitivo destinó estas moles, elevadas indudablemente a costa de tiempo y trabajos casi incomprensibles para nosotros, pues solamente a fuerza de brazos y grandes maderos, se pudieron colocar verticales estas
grandes piedras, cuando no eran desbastadas en el mismo terreno en que se alzan.
Presenta este de Lorca la particularidad de estar dividido en dos, como ya hemos dicho, estando uno de ellos calzado con grandes piedras; quizá se vino a tierra y fue elevado en remotas edades, pues las caras que se corresponden de estas dos piedras gemelas están tan ennegrecidas y cubiertas de excrescencias como las anteriores, dando por consiguiente a conocer la gran antigüedad de esta separación.
Es evidente que la ocupación de estos eruditos continuaba la escuela del XIX, pues se ocupan sólo de su territorio local. Es de imaginar que la suma de los territorios locales produciría el estudio regional Joaquín Espín Rael en enero de 1915 o provincial, aunque es muy dudoso que esto fuese así. Tampoco creemos en ningún proyecto comprensivo de la totalidad provincial desde el punto de vista de la Prehistoria o de la Arqueología.
Continúan, pues, las descripciones de los hallazgos prehistóricos en nuestro suelo. Este mismo autor, Joaquín Espín Rael, escribe en La Tarde de Lorca (1929), otro artículo titulado Descubrimiento de un miliar en el campo de Lorca, recogido por Manuel Muñoz Clares en Antiguallas lorquinas (1993). Y, para completar esta relación, podemos añadir los siguientes artículos o libros:
Eulogio Saavedra Pérez de Meca, en el Ateneo lorquino, publica un artículo titulado Recuerdos y timbres de Lorca (Inscripciones romanas), 1873, y El país de la plata en Lorca literaria, 1893.
M. Hernández Carrasco: Antigüedades de Lorca en Ateneo de Lorca (1896-1897).
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http://www.amigosdelmuseoarqueologicodelorca.com/alberca/pdf/alberca1/articulo1.pdf