Inicio Mi Rinconcico Andrés Martínez Rodríguez LEYENDO JUNTO A LAS ALTAS CORTINAS VERDES por Andrés Martínez Rodriguez

LEYENDO JUNTO A LAS ALTAS CORTINAS VERDES por Andrés Martínez Rodriguez

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LEYENDO JUNTO A LAS ALTAS CORTINAS VERDES

Era domingo y Javier se había despertado muy pronto, continuaba acostado en la litera de arriba intentando volver a dormirse. Se había dado la vuelta quedando su oído muy cerca de la pared, de repente escucha al otro lado del muro a alguien que está tarareando muy bajito una canción, pone atención y distingue la voz de la joven vecina pelirroja. Había oído comentar a su abuela Eugenia que la muchacha solía levantarse muy temprano para zurcir medias, y con el dinero que sacaba, ayudar en la precaria economía familiar. Javier estira las piernas para ponerse más cómodo y toca con los pies un bulto, entonces recuerda que allí había dejado el libro, cuando su madre entró a la habitación y lo sorprendió leyendo bajo la luz de su pequeña linterna.

No hay texto alternativo automático disponible.Como el sueño no vuelve, se levanta y baja con cuidado para no despertar a su hermano que duerme en la cama de abajo, coge el libro y se dirige hacia la ventana. Separa las altas cortinas verdes con borlas en el filo y queda deslumbrado por la luz del amanecer que entra por la ventana. Con los ojos entreabiertos se cuela sigilosamente en el espacio que queda entre la ventana y la alta y tupida cortina, cuando la vista se acostumbra a la luminosidad, busca la esquina de siempre y allí se acomoda con el gran libro sobre las piernas. Lo abre por la pagina por donde iba la noche anterior y ve como queda iluminado un hermoso grabado de un bajorrelieve del templo de Karnak con la figura del faraón esculpida en los grandes sillares pétreos. Cuando está ensimismado leyendo las costumbres de los habitantes de la ribera del Nilo, oye la voz de su hermano que le pregunta: “Javi, ¿que haces ahí sentado?”. Levanta la cabeza y ve a Fran asomado entre las cortinas verdes, instintivamente cierra el libro y lo intenta esconder entre las piernas y la pared. Con la mano le hace un gesto para que se acerque y con el dedo en la boca le dice ¡chist!. Fran se acerca y cuando se sienta junto a su hermano, le vuelve a preguntar que está haciendo; Javier coge el libro y abriéndolo de nuevo, le enseña a su hermano un grabado de las pirámides de Giza, y en voz baja le dice, “estoy leyendo cosas de Egipto y viendo las tumbas antiguas”. Entonces Fran se inclina y mira la portada del libro y dice, “¡anda!, si es uno de los viejos libros del bisabuelo que el papa guarda encerrados en el armario de su despacho”, “como lo has cogido”. A lo que Javier replica, “si no me descubres, te digo como he conseguido la llave”. “¡Seré una tumba egipcia!”, dice Fran”, y Javier responde, “el otro día cuando estaba haciendo los deberes, oí como se caían unas llaves y me asome al despacho, allí vi como el papa ponía dentro del jarrón de porcelana china unas llaves. Por la tarde entre en el despacho, busqué las llaves y las cogí. Estuve probándolas y la penúltima abrió el armario. Allí estaban los libros antiguos del bisabuelo, estuve ojeando algunos y cogí este, porque me encanta la historia de Egipto y de las momias. Puse de nuevo la llave en el jarrón y guarde el libro bajo nuestra cama. Anoche lo cogí y cuando estaba leyendo entró la mama, y aunque lo tape con la sabana, creo que lo vio e hizo la vista gorda”.

La imagen puede contener: interiorLos hermanos continuaron leyendo y mirando los bonitos grabados en blanco y negro, hasta que les entró apetito y salieron hacia la cocina, no sin antes dejar el viejo libro oculto tras las altas cortinas. Antes de llegar, oyen a alguien trajinando, miran y ven que allí estaba la tata Olalla, que ya tenía preparada la mesa para el almuerzo. Al verlos se dirigió a ellos cariñosamente diciéndoles, “¡hala!, mientras os laváis las cara y las manos voy a prepararos unas sabrosas longanizas fritas”. Cuando estaban delante del humeante tazón de leche, contándole a la tata los dibujos tan chulos de las pirámides egipcias, ven a su padre aparecer por la puerta, aún iba en pijama y para sorpresa de ambos, llevaba el gran libro bajo el brazo. “¡Buenos días hijos!, el olor de la longaniza frita me ha abierto el apetito. Por cierto creo que Javier se ha dejado este libro olvidado en el suelo junto a las cortinas verdes. Anoche me comentó vuestra madre que lo estaba leyendo en la cama. Javi le da un codazo a Fran y ambos observan, como antes de sentarse a la mesa, su padre deja el libro sobre el aparador y dirigiéndose a sus hijos, les dice, “no olvidéis ponerlo en el armario junto al resto de los libros del bisabuelo. La llave está puesta y quiero que sepáis que seguirá siempre puesta, confió en que cuando queráis leer uno de los libros que allí se guardan, me lo digáis”.

Fran se levanta, se sienta junto a su padre y le pregunta, “papa por que el bisabuelo tenía tantos libros antiguos”. Al oír la pregunta la tata que estaba reponiendo las longanizas en la fuente, se vuelve sorprendida y recuerda cuando Pedro, el padre de los niños, le hizo la misma pregunta al abuelo Augusto, siendo aún un niño. “Esta bien”, responde el padre, “creo que ha llegado el momento de contaros la historia de estos libros. Hace más de cien años el bisabuelo José, heredó de su tía Esperanza un huerto situado en la Purgara, en la casa había bonitos muebles modernistas y varios arcones de madera, dos de los cuales estaban llenos de libros. Durante varios días, el bisabuelo fue bajando al huerto para ir ojeando los libros, pronto se dio cuenta que en la primera hoja de todos ponía su nombre y sus apellidos. Le pareció algo tan raro que decidió averiguar de quien eran esos libros. Al primero que preguntó fue a su padre, y este le contó que siempre que la tía Esperanza hacia un viaje a Madrid, venía con algún libro que nunca leía completo y que cuando le preguntaban por que los compraba, siempre decía que algún día alguien muy cercano los leería.

Una mañana que estaba clasificando los libros sentado en el suelo junto al arcón, sintió que alguien lo estaba mirando a través de la ventana, salió a la puerta y vio como una muchacha se alejaba deprisa, corrió tras de ella y la alcanzó antes de cruzar la puerta de la verja. La jovencita con la mirada baja, le pide por favor, que no le diga a su padre que ha había estado allí. ¿Pero quién eres?, ¿como te llamas?, le pregunta el bisabuelo, a lo que la joven responde, «soy la hija del guarda de la finca y me llamo Eugenia».

Javier, que estaba muy atento oyendo la historia que contaba su padre, sorprendido dice en voz alta, “!se llama Eugenia!, igual que la abuela”. “Pues claro”, dice la tata Ollala, es que tu abuela es la hija de la jovencita de la historia que os está contado vuestro padre. “¡Bueno!”, dice el padre, “la tata ha contado el final de la historia”. “Papa, sigue por favor, que paso después”, le pide Fran. “¡Vale!, la joven había ido a la finca atraída por la curiosidad de conocer al sobrino de su querida tita Esperanza, así era como llamaba desde niña a la dueña de la finca que cuidaban sus padres. Casi todas las tardes de los veranos, Eugenia se acercaba al jardín del huerto por que le gustaba que la tita Esperanza le leyera alguno de los libros del arcón. Un día, la niña le preguntó, de quien era el nombre que figuraba en la primera hoja de los libros, a lo que la tita contestó, es mi sobrino más querido y espero que algún día lo conozcas.

Una repentina enfermedad se llevó a la tía Esperanza antes de que se cumpliera su deseo. Pasaron varios años y fue la tita a través de los antiguos libros la que unió a Eugenia y a José, por eso el bisabuelo les tenía una especial querencia. Han pasado de generación en generación y son de alguna forma parte de todos nosotros.

Esa mañana, Javier cogió el libro del aparador y lo puso con el resto de libros dentro del armario, cerró con la llave que entregó a su hermano Fran y este la puso dentro del jarrón de porcelana china. Desde aquel día se sintieron muy orgullosos de la tradición familiar y celosos guardianes del armario de los libros antiguos.