LOS DADOS DE LA JUDERÍA MEDIEVAL DE LORCA. Andrés Martínez Rodríguez.
Cuando Abraen Bocha entra en la judería encastillada por la puerta acodada de Alcalá y se dirige hacia su casa por la estrecha y empinada calle, se encuentra con su vecino Jehuda Abenpica que portaba una caja de madera bajo el brazo. Después de saludarse, Abraen le pregunta, “donde caminas Jehuda”, a lo que el viejo de cara bondadosa le responde, “voy a bajar a la ciudad para llevarle a mi hijo Samuel un lote de pulseras de vidrio de diferentes colores que acabo de recoger en el taller de Salomón, el artesano vidriero. Ayer pasaron por la tienda que tiene en la plaza de San Jorge varias mujeres para comprar abalorios y se llevaron las últimas pulseras de vidrio para sus hijas”. Abraen que acababa de subir al castillo, mira el calzado que lleva su amigo y le dice: “Ten cuidado que el serpenteante camino que baja del castillo, se encuentra embarrado por las últimas lluvias”. Cuando se habían alejado unos metros, Jehuda se vuelve y acercándose a Abrahen le susurra al oído con su pausada voz, “tenemos pendiente la partida de senas de todas las semanas”, a lo que Abraen muy animado por la sugerencia le responde, “cierto, te espero esta tarde en mi casa que jugarla”.
Desde el patio se oye el sonido de los dados al caer sobre el tablero y el susurro de las fichas al ser desplazadas por las diferentes casillas, mientras la luz del crepúsculo se cuela por la puerta incidiendo sobre el tablero. Cuando Abraen lanza los dados de hueso, el más saltarín de los tres rebota en la madera y cae al suelo, alejándose dando botes hasta detenerse junto a los pies de Jacob, que sobresaltado de un blinco y se oculta tras la puerta. Su abuelo que se ha percatado de la presencia del niño, le pide que salga de detrás de la puerta y le acerque el dado. El niño así lo hace y al dejar el dado sobre el tablero, dice tímidamente, “Rabi Mose me dijo el otro día en la sinagoga que no se debe jugar con los dados”. “Y a cuento de que te lo dijo”, pregunta Abraen, a lo que el niño responde, “por qué se me cayó en la sinagoga un pequeño dado que me había encontrado en la plazeta de arriba”. Los dos hombres miran a Jacob sorprendidos y Abraen mirando a su nieto, comienza a explicarle que lo que está prohibido son los juegos de azar con dados donde se apuesta, pero hay juegos como las senas y el ajedrez a los que es recomendable jugar por que ejercitan el seso y cultivan el espíritu. El niño se sienta en el banco adosado a la pared cercano a donde están jugando los ancianos, para ver cómo termina la partida, hasta que su madre entra con la alcuza del aceite para verter en los candiles que hay sobre los alfices de las ventanas y mientras prende las mechas le dice: “Samuel acercaté a la alacena de la cocina y que tráete la botella de vino y el plato de dátiles que he preparado para el abuelo y Yehuda”.
Cuando la partida ha finalizado y Jehuda se ha despedido, Abraen se acerca a Samuel y pone en la mano de su nieto los dados y le pide que los lance sobre la mesa varias veces. “Como has visto Samuel, los números en cada tirada los pone el azar, por eso no debes con ellos jugar a apostar y así evitarás que te puedas viciar. Estas sabias palabras nunca se le olvidaron a Samuel y cuando tuvo que abandonar su casa y su ciudad en aquel aciago año de 1492, tras la firma del decreto de expulsión por los Reyes Católicos, se llevó en una pequeña bolsa las treinta fichas de dos colores y los tres pulidos dados. El bonito tablero que tuvo que vender, pronto fue comprado y sobre él se siguió jugando generación tras generación, subsistiendo la tradición de jugar a las senas hasta la actualidad en Lorca ciudad.