Un talán triste y lastimero sonó ayer por la tarde desde lo más alto de la iglesia de San Francisco. Las campanas doblaban en el preciso instante en que hace cuatro años un terremoto devastaba la ciudad. Dos segundos fueron suficientes para tambalearlo todo. Para acabar con la vida de nueve personas, dos de ellas mujeres que se encontraban esperando una nueva vida. Los diez minutos que duró el conocido como toque ‘talán lastimero’ sirvieron para hacer a todos rememorar los momentos vividos aquella tarde del 11 de mayo de 2011. La vista de muchos se iba hasta lo más alto del campanario donde el bronce se dejaba sentir como pálpitos del corazón.
La torre aparecía ayer esbelta, espléndida, radiante… una imagen muy lejos de la que ofrecía hace cuatro años. Entonces, se resquebrajó y de ella cayeron grandes piedras que intentaban evitar los lorquinos que huían despavoridos a sus pies. Sus campanas salieron lanzadas y los gritos de terror lo inundaban todo. Gentes que corrían de un lado para otro y llantos que llegaban desde las aceras repletas de niños y mayores que se abrazaban en un intento por lograr que todo acabara cuanto antes.
Ayer, los pájaros cantaban, el cielo era de un azul limpio e intenso y el aire se podía respirar, porque el día de los terremotos todo se volvió oscuro y el polvo por la caída de escombros dejó una inmensa neblina difícil de olvidar. Ayer tarde nadie corría. La vieja ciudad se quedó muda. Decenas de lorquinos paralizaron sus vidas durante unos instantes mientras las campanas de San Francisco recordaban a los que aquel día se marcharon y no podrán regresar jamás.
Bajo la torre de San Francisco, frente a ella, en la plaza de la Concordia, en la Corredera, en la calle Alfonso X el Sabio, en la Cuesta de San Francisco… se podían contemplar grupos de lorquinos que guardaban silencio mientras el triste tañido lo ocupaba todo. En la primera fila, una mujer sollozaba y aunque intentaba evitar las lágrimas no pudo conseguirlo.
Una a una fueron resbalando por sus mejillas que secaba con los dedos de sus manos con cierto disimulo mientras bajaba la vista. Alguien comenta en voz baja que aquel día perdió a su marido y con él parte del sentido de su vida, que poco a poco intenta recuperar. Muy cerca una mujer abraza a su hija. La niña la mira como preguntando qué le pasa. La madre le echa la cabeza sobre su hombro y la aprieta muy fuerte mientras intenta evitar emocionarse.
Desde un balcón dos ancianos se suman a la escena apoyados en la baranda. Los obreros paralizan por unos instantes sus trabajos de reconstrucción y las ventanas se llenan de gentes como las calles de comerciantes y clientes mientras se escuchan los toques que por momentos se hacen eternos.