A LA GUERRA POR SER POBRES por Antonio de Cayetano.
El pasado sábado 12 de agosto, se cumplieron 119 años de la firma del protocolo de armisticio que puso fin a la Guerra de Cuba, una contienda donde perdieron la vida unos 60.000 españoles, de los que más de 1.300 eran de la provincia de Murcia, siendo la comarca de Lorca el territorio de la región al que más muertos causó el conflicto. Una guerra de la que se libraban de ir los hijos de las familias pudientes, ya que con pagar 1.500 pesetas a la Hacienda Pública, estos mozos quedaban exentos de ser alistados.
Un obrero o jornalero de entonces ganaba el mísero salario de unas dos pesetas diarias, trabajando hasta 14 horas los días en que había faena que no eran todos, por lo que para juntar esa cantidad tendría que ahorrar la totalidad del sueldo durante más de dos años, cosa imposible de realizar teniendo en cuenta la situación precaria en que se vivía. Por este motivo los hijos de las familias humildes que eran la mayoría, estaban abocados a marchar como soldados a Cuba o Filipinas, donde no solo se moría en combate o por las heridas causadas tras los enfrentamientos con los independentistas, sino por la fiebre amarilla u otras enfermedades, siendo por esta causa más del 90% de las bajas que se produjeron, ya que de los fallecidos de la provincia de Murcia, solo 99 fueron por acción de guerra, muriendo 516 por vomito negro (fiebre amarilla) y 693 por enfermedades comunes.
Lorca en aquel tiempo era predominantemente agrícola, pero no una agricultura próspera como la de ahora, sino una agricultura mayoritariamente de subsistencia, escaseando otras ocupaciones. Si que también a finales del siglo XIX se contaba con varias explotaciones mineras, utilizándose mano de obra de las pedanías de Purias, Aguaderas, Puntarrón, Morata o Garrobillo, pero estas empresas de capital extranjero apenas crearon riqueza en nuestra ciudad. Distinto fue en los municipios costeros de Mazarrón, Cartagena y la Unión, donde sí que la minería había generado trabajo y dinero en abundancia, razón por la cual muchas familias allí residentes, sí que podían pagar esas 1.500 pesetas que librasen de marchar al frente a sus hijos.
Así nos encontramos con que mientras del municipio de Lorca fueron 211 las víctimas de esta guerra, un 0,30 % de la población de entonces, Mazarrón solo tuvo 22 muertos, un 0,09 %. Igual pasó en Cartagena y la Unión, donde los fallecidos fueron 141 y 39 respectivamente, siendo el porcentaje respecto a sus correspondientes censos del 0,14 y 0,13%, menos de la mitad que en el municipio lorquino. Lo que demuestra que aunque el dinero no sea todo en esta vida, ayudar sí que ayuda, ya que por no disponer del mismo se puso en juego la vida de muchos hijos. Hijos a los que se les vio sortear, luego marchar y jamás ya volver, siendo de aquel tiempo un refrán que decía “Hijo quinto y sorteado, hijo muerto y no enterrado”, pues quien moría en ultramar o en los viajes de ida o vuelta, allí quedaban para siempre sus restos.
También el dinero estuvo detrás de los que se libraron de ir en el municipio de Murcia, de donde eran 208 de las víctimas, el 0,19% de su población. Pero aquí aparte de las 1.500 pesetas que se llevaba la Hacienda Pública, una recaudación injusta e inaceptable se mire por donde se mire, estaban las comisiones que cobraban ciertos médicos por declarar “inútiles” a los mozos, logrando evitar de esta forma su incorporación a filas. Entre estos médicos de la Comisión Mixta de Reclutamiento, se encontraba el diputado nacional Miguel Jiménez Baeza, el cual favoreció con su dictamen a bastantes familiares y amigos, teniendo que dimitir más tarde por estos hechos, ya que el escándalo de lo que estaba sucediendo con los quintos de Murcia llegó al Congreso de los Diputados, formándose una comisión de investigación que tras examinar cientos de expedientes, comprobó que efectivamente había habido fraude, descubriéndose 432 mozos que se habían dado por inútiles cuando la realidad era bien distinta, pues eran espabilados de más.
Pero a pesar de que este político del Partido Liberal, tuvo que cesar como diputado el 22 de febrero de 1899 por esta desvergüenza, permaneciendo solo diez meses representando los intereses de Murcia, se volvió luego a presentar a las elecciones generales de abril de 1903, a las de septiembre de 1905, a las de abril de 1907 y a las de mayo de 1910, saliendo elegido en todas ellas y con mayor número de votos que los obtenidos en su primera legislatura, falleciendo el 8 de febrero de 1911 por una grave enfermedad. Lo que demuestra que ni antes ni ahora, el tráfico de influencias, las tramas de corrupción o los escándalos políticos, pasan factura o hacen mella alguna entre estos personajes, sino muy al contrario, obtienen más votos por su “buen hacer” y reciben incluso el homenaje del “pueblo” dedicándole una de sus calles, como es el caso de este médico y diputado liberal, al cual se recuerda en Murcia con una calle en el centro de la ciudad.
Continuando con la guerra de ultramar, decir como curiosidad, que una de las primeras unidades que se movilizaron tras comenzar el conflicto de Cuba, fue nuestro desaparecido Regimiento de Infantería Mallorca nº13, aunque este no estaba todavía de guarnición en Lorca, sino en Valencia, a donde había llegado procedente de Cartagena siete años antes. Partiendo de aquella ciudad en el vapor San Agustín el día 27 de agosto de 1895, componiendo la primera expedición tres jefes, 32 oficiales y casi 1000 hombres de tropa, de los cuales más de 500 pertenecían a los reservistas del reemplazo de 1891, soldados ya licenciados pero que fueron llamados a filas en julio de ese mismo año, siendo murcianos 66 de ellos, aportados por el Regimiento de Reserva Lorca 104. Pero este regimiento no estaba situado en la ciudad de su nombre como era lo habitual en estas unidades, sino que se ubicaba en una ciudad distinta, circunstancia que también se daba en otros tres regimientos más, siendo Cieza la población donde estaba ubicado el que llevaba el nombre de Lorca.
La que si que estaba ubicada en nuestra ciudad era la Zona de Reclutamiento nº 48, cuya sede era el viejo cuartel situado en la antigua calle del Aire, la actual de Presbítero Emilio García Navarro, donde luego estuvo el colegio de San José y en la actualidad el Centro Cultural de la Ciudad, ambos conocidos por “La Zona” por ser la ubicación de este departamento militar, que también fue sede de la Comandancia Militar y de un batallón de segunda reserva. En la provincia había dos zonas de reclutamiento en aquellos años, la de Murcia con el nº 20 y la de Lorca con el 48, coincidiendo estos números con el número del regimiento donde iban destinados la mayor parte de los reclutas, siendo así el Regimiento de Infantería Pavía nº 48 de guarnición en Cádiz, el destino prioritario de los quintos lorquinos y la unidad donde más paisanos murieron, ya que ha este regimiento pertenecían 36 de los soldados lorquinos que perdieron la vida en esta contienda.
También en el que a partir de octubre de 1939 fuese nuestro regimiento, el siempre recordado Mallorca 13 y que se disolvió en nuestra ciudad el 29 de diciembre de 1995, murieron 5 lorquinos en aquella guerra, entre ellos el sargento Francisco Gomara García, natural de la pedanía de Coy y que falleció por enfermedad. Otros cinco sargentos naturales de Lorca fallecieron en las distintas unidades que tomaron parte en aquel conflicto, falleciendo tres como consecuencia de enfermedades comunes, uno por vomito negro y otro por las heridas causadas en combate. Del total de fallecidos del municipio lorquino, 112 fueron por enfermedad, 85 por vomito negro y solo 12 por acciones de guerra (combate o heridas producidas en él), muriendo otros dos como consecuencia de sendos suicidios.
Y es que muchas fueron las calamidades que tuvieron que sufrir nuestros jóvenes, enfrentándose no solo al enemigo, sino a las distintas enfermedades tropicales, a una pobre alimentación y a un clima adverso, encontrándose luego de regreso a España con una grave crisis como consecuencia de la costosa guerra, teniendo que dedicarse a la mendicidad muchos de ellos, pues las enfermedades los habían debilitado o incluso eran portadores de ellas, no siendo bien recibidos en sus pueblos de origen por esta causa, debiendo de guardar cuarentena y tener que ser reconocidos casi diariamente por los médicos del lugar. A las familias que perdieron un hijo en ultramar, se les compensó con una pobre pensión anual de 182,50 pesetas, pensión que se pagaba a través de las delegaciones de Hacienda.
Una cantidad irrisoria para las arcas del Estado, si tenemos en cuenta la cantidad de dinero que ingresó como consecuencia de las cuotas por no ser alistados a filas, hablándose de más de 400 millones de pesetas de entonces los recaudados por este motivo, aparte de los 20 millones de dólares recibidos de los Estados Unidos por las colonias de Filipinas, Guam y Puerto Rico. En 1910 el liberal José Canalejas, presidente del gobierno de entonces, cambió la ley del servicio militar, pero poco favoreció el cambio a las familias sin recursos, pues se establecieron dos tipos de soldados, los de cuota y los ordinarios. Los de cuota eran los que pagaban al Estado 1.000 pesetas y cumplían solo 10 meses de los tres años establecidos, o pagaban 2.000 y solo cumplían cinco meses, haciéndolo en unidades cerca de casa y solo la instrucción primaria, acudiendo luego solo a las guardias, guardias que también se podían vender a cambio de unas pesetillas a un soldado pobre y necesitado.
Luego estaban los soldados ordinarios, los que para sus familias era inasumible pagar cantidad alguna, haciendo el servicio militar en lo que quedaba, en los peores destinos, los más lejanos de casa y los más peligrosos. La ley se cambió y los hijos de las familias ricas tuvieron que “hacer” también el servicio militar, pero se mantuvo la diferencia entre las dos clases de españoles, teniendo que llegar la 2ª República para que esta injusticia por fin terminase y que todos los españoles fuesen iguales. Una injusticia que costó muchas vidas a la familias pobres, que vieron como las familias adineradas eran privilegiadas también para la defensa de la patria, siendo los pobres, los analfabetos, que en aquel tiempo era el 70% de la población, los encargados de defenderla y dar su sangre por ella.
Por eso no es de extrañar que fueran cerca de 8.000 los desertores en aquellos años, jóvenes que huyeron a Francia, Portugal, norte de África o al mismo continente americano, todo antes que marchar a morir a Cuba, a una guerra perdida de antemano por un imperio decadente y agotado, donde nuestro gobierno tomó muchas decisiones equivocadas. Un gobierno que rechazó una oferta de Estados Unidos de 300 millones de dólares por Cuba, una de las últimas colonias españolas donde los terratenientes del negocio de la caña de azúcar eran los dueños y señores, abusando de los nativos y de los mismos españoles que hasta allí marchaban en busca de una vida mejor. Pero España en vez de evitar la guerra y el derramamiento de sangre, gastó en ella todo cuanto tenia y se enfrentó con una escasa y obsoleta flota a la marina norteamericana que en aquel tiempo era ya una de las más avanzadas.
Así una vez perdida Cuba y el resto de territorios de ultramar, mientras en nuestro país se lamentaba el fracaso y se lloraba a los muertos, allí se brindaba con un nuevo cóctel la liberación de la colonia española por parte del ejército norteamericano, gritando con la bebida en la mano ¡Viva la Cuba libre!. Naciendo en aquel momento el conocido “cubalibre” que ha llegado hasta nuestros días, la mezcla del ron y la coca-cola, las dos bebidas que en aquel tiempo eran las preferidas de uno y otro país, mezclándose el blanco con el negro sin ningún tipo de recelo, aunque poco fue lo que duró aquel matrimonio de conveniencia.
Hoy solo nos queda de aquella emancipación, el dulce y refrescante cóctel y su equivoco nombre, pues la libertad y el progreso de Cuba siguen estando pendientes. En paz descansen todos los que de uno u otro bando murieron por aquella causa.