Inicio Mi Rinconcico José Fernández Rufete Reverte EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte I) – José Fernández Rufete Reverte

EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte I) – José Fernández Rufete Reverte

EL RETRATO DE COLOMBINE (Parte I)

Me había despojado por última vez de aquel maldito pijama azul claro; debía ser al menos tres tallas más grandes del que necesitaba en realidad. Entré en la ducha, abrí el grifo y dejé caer el agua caliente sobre mi rostro, girado hacia el techo y con los ojos cerrados, para asegurar que no entrara nada dentro de ellos. Con los brazos cruzados, simulando estar abrazado a mi propio cuerpo, permanecía de pie, quieto. La sensación al notar el agua laminado sobre mi piel, me hacía sentir de algún modo, que también aseaba todo el sentimiento de animadversión a mi pasado reciente, y que me despojaba de la perturbación psicológica ligada, tozuda y pertinazmente, a mis días y mis noches de hospital , llevándoselo todo por el desagüe, junto con el sufrimiento de las horas de aislamiento, los ataques de ansiedad, las correas que inmovilizaron mi cuerpo a la cama en más de una ocasión, así como las pesadillas, con las que conviví durante los últimos seis meses en aquella habitación del centro psiquiátrico Román – Alberca de El Palmar, muy cerca de la ciudad de Murcia. Por fin había llegado el momento de abandonar aquel lugar.
No se cuanto tiempo permanecí bajo ese torrente sanador que me proporcionaba el agua de la ducha, pero por momentos, deseaba quedarme allí horas y horas . Finalmente y a mi pesar, cerré el grifo, me enfundé el albornoz de paño blanco que me había facilitado el hospital y salí del baño, dispuesto a vestirme y a recoger mi ropa con los demás enseres personales. Cuando todo estuvo listo, abrí la puerta de la habitación, volviendo la cabeza durante unos segundos, para mirar por última vez aquella estancia. Con una sonrisa de inevitable regusto, comencé a andar hacia la recepción del hospital, para verificar y recoger el alta hospitalaria.
No esperaba a nadie que viniese a recogerme, porque en realidad, no había nadie que pudiera hacerlo. Era hijo único y mis padres, ambos italianos, fallecieron en enero de 2012, víctimas del naufragio del transatlántico de lujo Costa Concordia, en Italia . Yo contaba entonces con 22 años de edad y vivía en un piso para estudiantes del barrio murciano de Vistalegre. El programa Erasmus me había traído desde mi ciudad natal, Nápoles, hasta Murcia. Desde aquel fatídico día, solo volví a Italia para el funeral de mis padres y en otras contadas ocasiones, para vender la casa familiar y resolver los asuntos burocráticos y legales necesarios.
Al salir por fin a la calle, respiré profundamente en varias ocasiones. Estaba emocionado. De nuevo, la vida me abría las puertas a un devenir cargado de incertidumbres y de dudas, pero también de esperanzas, y quién sabe de cuántas experiencias más. El taxi al que había avisado desde el teléfono móvil, ya se acercaba hasta el lugar donde me encontraba. Una vez estuvo cargado todo el equipaje en el maletero , me acomodé junto al conductor y le indiqué que me llevara hasta la estación de autobuses de San Andrés, un barrio de la capital murciana. Desde allí, me dirigiría a mi destino final: El Parque Natural de Cabo de Gata/Nijar, en Almería; la provincia más oriental de Andalucía.
Durante el trayecto, fuí revisando una receta electrónica que saqué de la mochila, en la que aparecían los medicamentos prescritos por el psiquiatra que me atendió durante el tiempo que permanecí en el hospital. Los diagnósticos, de depresión crónica y episodios graves de ansiedad y melancolía, fueron la causa de mi ingreso hospitalario. Jamás me había gustado tomar medicamentos de ningún tipo y sin embargo, ahora dependía de una medicación mantenida en el tiempo para sobrellevar, con la mayor estabilidad emocional posible, el nuevo escenario vital al que me enfrentaba.
Finalmente llegamos a la estación de autobuses, y tras pagar al taxista y bajar el equipaje, me dirigí a una farmacia próxima, para retirar aquellos medicamentos, que a partir de ahora, también formarían parte de mi neceser. Tras realizar la compra, entré en la estación buscando la ventanilla en la que debía hacerme con el billete de autobús que me llevaría hasta Nijar, en Almería; y desde allí, haciendo un nuevo transbordo, a Las Negras, un pequeño poblado costero ubicado dentro del Parque Natural del Cabo de Gata. Después de hacer las gestiones oportunas, tomé por primera vez mi medicación, acompañada de un café con leche que pedí en la cantina de la estación. A continuación, pude por fin cargar el equipaje y subir al autobús ocupando un asiento, pegado a la ventana de la parte delantera.
Cuando abandonamos la ciudad, la sensación fué absolutamente liberadora, y a pesar de la cierta modorra que causaba el ruido del motor y el sol que atravesaba el cristal de la ventanilla , me resultaba imposible cerrar los ojos, que ahora permanecían absortos contemplando el amplio paisaje cambiante del valle del río Guadalentín.

CONTINUARÁ, (o no)
¡Buenas noches a todos y todas!

Texto: Pepe Rufete