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ELENA, RELIQUIAS Y ENGAÑO – Antonio de Cayetano

En estos días se celebra la Semana Santa, periodo en que el cristianismo conmemora la pasión, muerte y resurrección de Cristo, un hecho que según nos cuentan ocurrió 2000 años atrás.

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ELENA, RELIQUIAS Y ENGAÑO
Pero el tema de hoy no va sobre los diferentes actos litúrgicos que durante este tiempo se desarrollan, como tampoco sobre nuestros singulares desfiles bíblicos, unas procesiones que un año más, han sido suspendidas por la terrible pandemia que estamos padeciendo. Un azote por el que ya han perdido la vida cerca de tres millones de personas en todo el mundo, un virus de propagación rápida y letal, pero que sorprendentemente tiene sus negacionistas, igual que los hay del cambio climático o de la violencia de género. Unos negacionistas que vinculados principalmente a la extrema derecha, niegan la realidad, no aceptando la multicultura, el feminismo o las políticas sociales y generando con sus mensajes, división, desprecio y odio entre la sociedad.
Una sociedad que se está deteriorando con todas esas mentiras, miedos y manipulaciones a que es sometida, siendo sobre esto de lo que va la publicación de hoy, porque la mentira, el miedo y la manipulación no es algo nuevo en la humanidad. Un mundo donde la ignorancia y el miedo de su población, es con lo que ha jugado desde siempre la Iglesia, anunciando el eminente fin del mundo y difundiendo el temor del infierno después de la muerte, aunque con la promesa de una vida eterna cuando esta llegue, pero una vida llena de sufrimiento si antes no se ha purificado el alma. Un engaño que se desarrolló tras la muerte de Jesús y tras formarse por parte de sus seguidores una secta judeocristiana, iniciándose así la difusión de su supuesta vida, muerte y resurrección, y digo supuesta, porque la tendencia de los historiadores, es considerar las afirmaciones sobrenaturales o milagros de Jesús, más como cuestiones de fe que de hechos probados.
Una Iglesia que se encontró de pronto con un aliado, con el acompañante perfecto. Porque si en los primeros siglos del cristianismo, los cristianos eran perseguidos, quemados vivos o echados a las fieras por el imperio romano, con la llegada en el siglo IV del emperador Constantino I, se dio libertad de culto y se acabaron la persecuciones a los cristianos, pasándose más tarde a perseguir a los paganos y siendo Teodosio I el Grande, quien en el año 380 decide que el cristianismo sea la religión oficial del imperio, invirtiéndose así en aquel siglo la suerte de los cristianos y expandiéndose por el mundo clásico la nueva Iglesia de Roma. Una suerte que comenzó con Elena (Santa Elena), la madre del emperador Constantino, de la que se cuenta que fue la responsable de que su hijo se convirtiese al cristianismo. Y es que tal fue la suerte de Elena en su viaje a Tierra Santa, que los hechos que se narran parecen más una fábula que los que aquellas crónicas sostienen. Pero unas afirmaciones que eternamente tendrán el apoyo de la fe, pues siempre se nos aclara que la fe es certeza aunque carezca de fundamento.
Y claro, si la creencia consiste en aceptar como verdadero lo que base real tiene, pues aparte de la fe, pocas razones de peso hay para creer lo que se nos dice de Santa Elena. Una mujer que con más de setenta años, marchó hacia Jerusalén en busca de las reliquias que dieran credibilidad a tantos relatos bíblicos, reliquias que como no podía ser menos, encontró tres siglos después de producirse los hechos. Un viaje que por lo que nos cuentan fue muy fructífero, porque no solo encontró la cruz donde fue crucificado Jesús, sino que también descubrió los clavos con los que fue sujeto, la corona de espinas y la tabla del INRI, además del santo sepulcro, la santa túnica, los restos de los reyes Magos y del apóstol Matías, la escalera del palacio de Pilatos y hasta la columna de la flagelación donde Cristo fue azotado, por lo que no hay duda alguna de que “Dios” la iluminó durante aquel glorioso viaje, periplo en el que también encontró el lugar y el pesebre donde nació Jesús.
Una reliquia (La Santa Cuna), que se conserva en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma dentro de un magnifico relicario, el cual contiene cinco astillas del pesebre donde la virgen depositó al niño e incluso algo de paja. Pero un relicario, que fue robado por las tropas francesas cuando a finales del siglo XVIII fue ocupada Roma por Napoleón, teniéndose que realizar otro nuevo donde guardar la reliquia, porque por extraño que parezca, aunque han sido varios los relicarios destruidos o robados de la Santa Cuna, la reliquia que contenían y que es lo que de verdad importa, siempre ha quedado intacta. Cosa que me recuerda a cuando los franceses estuvieron por España y también por nuestra región, ocupando entre los días 9 y 11 de noviembre de 1810 la vecina ciudad de Caravaca, ciudad a la que saquearon, mataron a los que se le resistieron y robaron de su santuario la custodia de la Vera Cruz, aunque no la reliquia, que según nos cuentan estaba escondida en el convento de las carmelitas.
Pero una reliquia que si que fue sustraída 123 años después, concretamente en la madrugada del 14 de febrero de 1934 y que nunca apareció, por lo que una vez acabada la Guerra Civil se hicieron las oportunas gestiones para reponerla, siendo en el año 1942 cuando el papa Pio XII envió a Caravaca dos nuevas astillas de la cruz de Cristo. Dos fragmentos de la cruz existente en la Iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén de Roma, cubriendo con ello el hueco dejado por aquel robo sacrílego y continuando así con la veneración de la cruz que es de lo que se trataba. Pero es que en el año 2006, se añadió otro fragmento de la cruz donde Cristo murió, esta vez procedente del trozo que se conserva en Jerusalén, por lo que cabe pensar que la cantera de la Iglesia es inagotable y que aquel milagro de la multiplicación se sigue aún produciendo. Porque si sumásemos todas las reliquias que de la crucifixión de Jesús hay repartidas solo por Europa, habría suficiente madera como para construir un barco, que es lo que denunció ya en el siglo XVI Juan Calvino, el teólogo francés que en 1543 publicó un libro sobre las reliquias de la Iglesia.
Y si que puede ser exagerada esta afirmación, pero lo cierto y verdad es que solo en España hay una treintena de reliquias de la Santa Cruz repartidas en más de veinte ciudades, teniendo la de Sevilla hasta siete relicarios del “Lignum Crucis”, tres en su catedral y cuatro más en poder de otras tantas cofradías o hermandades. Pero es que la ciudad de la Alhambra tampoco se queda atrás, pues en Granada son cuatro los Lignum Crucis que hay, uno de ellos, el que le regaló Boabdil (último rey nazarí de Granada) a Isabel la Católica en 1492, haciéndole saber de que procedía de sus antepasados, los cuales lo tenían desde el siglo VII. También en nuestra región, aparte del de Caravaca, la cofradía murciana del Santo Sepulcro posee otro relicario con restos de la Santa Cruz. La cruz que halló Elena y de la que hizo tres partes, una que se llevó a Roma, otra que dejó en Constantinopla (actual Estambul) y otra que quedó en Jerusalén, siendo de esta última de donde procede el trozo más grande que se conserva en la actualidad, un madero de 64 x 40 cm. y que se venera en el monasterio cántabro de Santo Toribio de Liébana, asegurándose que el mismo corresponde al brazo izquierdo de la Cruz de Cristo.
Si ya nos parecía extraño, que entre las miles de crucifixiones que hicieron los romanos en Jerusalén (unas 500 al día durante la toma de esta ciudad entre los años 66 al 70), se encontrara justo la de Cristo, mucho más sorprendente es, que incluso se sepa qué lado del travesaño ocupaba cada brazo de Jesús. Pero seguro que no le faltaran argumentos, igual que también los tienen para que la cruz que se atribuye a Cristo sea la suya y no la de los dos ladrones que crucificaron junto a él, explicándonos que tras su hallazgo por parte de Elena, la candidata a santa ordenó llevar a una moribunda, la cual fueron poniendo sobre las diferentes cruces, viendo que con la primera y segunda empeoró su salud, mientras que en la tercera la recuperó milagrosamente, confirmando así sin lugar a dudas, de que ésta y no las otras era la cruz de la crucifixión de Jesús. Una cruz que como antes comentaba está muy repartida entre la cristiandad, estando de igual manera el tipo de madera con la que está construida la cruz.
Y es que mientras que el tronco que se conserva en el monasterio español de Santo Toribio de Liébana, se certificó en 1958 por el Instituto de Ciencias Forestales de Madrid como que era de ciprés, en otros se afirma que son de pino, cedro u olivo, cuando se supone que todas las reliquias pertenecen a la misma cruz. Una cruz que sabiendo la cantidad que en aquella época se gastaban, es inverosímil que fuesen de cedro, al ser esta una madera noble que solo se usaba para ciertos menesteres, como tampoco cabe pensar que fuesen de olivo, al ser la formación de este árbol poco adecuada para sacar grandes troncos, además de ser su madera hueca y deforme y de cultivarse con el solo propósito de producir aceite, por lo que lo normal es que fuese de la familia de las coníferas (pino, ciprés) pero unas maderas que se corrompen con facilidad, dudándose por tanto de que trescientos años después estuviese en buen estado la cruz que entonces se halló.
Pero si son sospechosas las reliquias de la Santa Cruz, mas desconfianza presentan los clavos de Cristo, los que también encontró Santa Elena en aquel productivo viaje, clavos que entregó a su hijo para que lo protegieran en las batallas, siendo uno fundido al casco, otro al escudo y un tercero al bocado de su caballo, habiendo otro que tiró al mar cuando en su regreso a Roma le pilló una gran tempestad, calmándose de inmediato las aguas. Pero es que también hay otro clavo en la corona que los reyes de Italia han usado desde la Edad Media en su coronación, otro que se conserva en la Iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén de Roma, otro en la catedral de Milán, otro en el palacio Real de Madrid y así hasta 33 clavos distintos venerados por toda Europa. Pero es que en 2011, en un documental titulado “Los Clavos de la Cruz”, se aseguraba haber hallado en una tumba de Jerusalén con 2000 años de antigüedad los clavos que se pudieron utilizar en la crucifixión de Cristo. Y es que claro, si los clavos encontrados en 1990 pertenecieron a cualquier otro de los miles de crucificados, ni hubiese habido película ni beneficio alguno.
Que es el negocio que siempre ha hecho la Iglesia con las reliquias, sobretodo en la Edad Media, en el tiempo de las cruzadas, donde los templos en los que se guardaban se convirtieron en lugares de peregrinación y donde no había una sola iglesia que no tuviese alguna reliquia que venerar, valiendo para tal menester desde una piedra hasta una pluma. Piedras que supuestamente procedían del Portal de Belén y plumas, miles de ellas, de las alas del arcángel San Gabriel, exhibiéndose una en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial, una pluma de la que se decía había perdido el ángel en una lucha contra el Diablo, pero una pluma que por lo increíble de la historia ya no se muestra en el citado monasterio. Sin embargo, sí que otras reliquias absurdas e inverosímiles se siguen venerando en pleno siglo XXI, como es el caso de los rayos de la estrella que guió a los Reyes Magos, un estornudo del Espíritu Santo o un suspiro de San José, suspiro que se le escapó al carpintero, cuando tras agobiarse tanto buscando posada donde dar a luz María, por fin encontró una cueva, cueva donde suspiró al tiempo que bebía vino de una botella.
Botella que un ángel tapó inmediatamente atrapando el suspiro y que luego escondió, siendo encontrada por unos monjes en la Edad Media. Suspiro que se conserva en el Vaticano dentro de un relicario, igual que se guarda también el bastón de San José. Conservándose igualmente el Santo Ombligo o cordón umbilical de Jesús en tres lugares distintos, además de un trozo de tela con la que la virgen arropó al niño y el Santo Pañal entregado por María a los Reyes Magos, pañal que se venera en muchas ciudades, como muchos son también los lugares donde se veneran los dientes del niño Jesús (64) y los del Santo Prepucio (50), aunque un culto éste que la Iglesia anuló en 1900. Un prepucio como el que se conservaba en Amberes y del que sus custodios decían que sangraba cada Viernes Santo y que ayudó a Enrique V de Inglaterra a superar su infertilidad, creándose la orden de caballería “Hermanos Caballeros del Santo Prepucio” para protegerlo. Pero no solo se veneraban los muchos Santos Prepucios repartidos por Europa, sino también las navajas que supuestamente se utilizaron en aquella intervención que a los ocho días de nacer se le practicó a Jesús como a cualquier otro judío.
Otra rara reliquia y que se venera en Roma, es la cola de la mula del Pesebre de Belén (antes eran dos), mula y buey que Benedicto XVI descartó en dicho lugar, afirmando en su libro “La Infancia de Jesús” que en el evangelio no se habla de animal alguno en el pesebre, que fue San Francisco de Asís quien creó en 1223 esa representación en el belén. Siendo representación también, la matanza de los Santos Inocentes, un hecho que la historia desmiente, afirmando que nunca ocurrió y que Herodes llevaba ya cuatro años muerto cuando Jesús nació. Pero una “historia” que caló profundamente entre los cristianos, siendo pocas las iglesias de Italia donde no se veneran restos de los Santos Inocentes. Igual que también se venera un esqueleto del que se dice es San Juan Bautista a la edad de 12 años, como si éste hubiese renovado en la pubertad todos los huesos de su cuerpo, un San Juan del que se veneran cuatro cabezas y hasta 63 dedos. Pero es que en la iglesia de San Pedro de Ledesma (Salamanca), se veneran los restos de tres pastores de Belén que acudieron a adorar al niño, pastores que responden a los nombres de Jacobo, Josefo e Isacio y que se presentan con sus zurrones y tijeras de esquilar.
Y si disparatadas son estas reliquias, más absurdo es lo que se dice tener de la Virgen María en San José de Calasanz de Roma, porque si la virgen ascendió a los cielos, cuesta mucho admitir que se dejase el hígado, la lengua, el corazón y hasta un brazo aquí en la tierra. Venerándose también de María, las gotas de leche con las que amamantó a su hijo, leche que también está repartida por varios lugares de Europa, siendo uno de ellos la Catedral de Murcia. Una reliquia que se conserva en la catedral murciana desde el 22 de marzo de 1714, fecha en que la entregó al Cabildo Catedralicio María Teresa Fajardo, hija del Marqués de los Vélez y de María Engracia de Toledo, que fue quien decidió que a su muerte se entregase la ampolla de la Santa Leche a la Santa Iglesia Catedral de Santa María. Una reliquia que según se cuenta procede del Vaticano, siendo traída a España por el virrey de Nápoles que se la regaló a su hija, donándola esta más tarde a la viuda del Marqués de los Vélez.
También en el monasterio de la Encarnación de Mula, se conserva una de las 700 espinas de la corona de Cristo que hay repartidas por todo el mundo, una cantidad que es diez veces superior a las espinas que según los expertos tenia la corona de Cristo (72), corona que se conserva en la Catedral de Notre Dame de París pero ya sin espina alguna, al ser todas destruidas durante la revolución francesa. Una Corona que trajo de Tierra Santa el rey Luis IX de Francia, cuando se entregó a la causa cristiana y a sus cruzadas. Un rey que fue primo de Jaime I, al cual le regaló dos espinas de la corona, siendo estas unas de las primeras reliquias de la Catedral de Valencia. Una catedral muy afortunada en poseer reliquias de la Pasión de Cristo, porque aparte de las espinas, guarda también dos fragmentos de la cruz, el Santo Cáliz que Jesús utilizó en su última cena (uno más), un trozo de su túnica, parte de la esponja con la que le dieron de beber en la cruz y la toalla con la que le secó los pies a los apóstoles, así como una de las 30 monedas de Judas Iscariote, monedas de las que también hay centenares por toda Europa.
Y si en la Catedral de Valencia se guarda el Santo Grial de la última cena, en una iglesia de Génova está el plato donde comió. Conservándose en Sancta Sanctorum de Roma el asiento en que se sentó Jesús, las sandalias que llevaba puestas, una pieza sobrante de pan y 13 lentejas, además del Santo Ombligo, el Santo Prepucio, el bastón con el que fue golpeado durante la coronación de espinas, el Arca de la Alianza, las Tablas de la Ley, las cabezas de san Pedro y San Pablo, las de las santas Inés y Eufemia, el hombro de San Mateo y la mandíbula de San Bartolomé entre otros. Pero es que la Basílica de la Santa Sangre de Brujas (Bélgica) venera como bien dice su nombre, una reliquia con la sangre de Cristo, sangre procedente de Jerusalén y que fue recogida por José de Arimatea, el dueño del sepulcro donde fue enterrado Jesús.
Sangre que también contienen otras famosas reliquias de la Pasión de Cristo, como son el sudario de la Catedral de Oviedo y la Santa Túnica de Turín, unas piezas que las pruebas del carbono-14 las ha datado en los siglos VII y el XIV respectivamente, justo la época en que se dieron a conocer, por lo que difícilmente pudieron ser las que secaron o envolvieron a Cristo hace 2000 años. Pero así es la patraña montada por la Iglesia, una iglesia que ha vivido del saqueo de otras religiones, plagiando mitos y apoderándose de las celebraciones paganas de los solsticios, las cuales hizo coincidir con conmemoraciones cristinas, siendo por eso por lo que su cronología no puede cuadrar ni ser rigurosa. Una Iglesia que vive de vender humo, de la devoción popular, una veneración religiosa que carece del mínimo fundamento, pero que siempre ha sido apoyada.
Y pobre de los disidentes que no lo hiciesen, porque se les trataba de herejes y se quemaban en la hoguera, siendo casi 32.000 los condenados a muerte en España por la Inquisición y unos 300.000 los llevados a juicio. Algo que resulta increíble en una religión que predica el perdón y que gira en torno al sufrimiento de un hombre que crucificaron hace 2000 años y del que dicen que entrego su vida por nosotros. Una religión que ha sido la responsable de incontables guerras y de millones de muertos en nombre de Dios, estando plagada de crímenes y abusos a los que no pensaban como ella o adoraban a otro dios, a los que ponían en duda sus dogmas o la conducta de la Iglesia. Una Iglesia que en la actualidad está anticuada, sigue intolerante, manipuladora y que intenta imponer sus ideas, normas y prejuicios a una sociedad que cada vez es más laica y cree menos en lo divino.
Pero que cada uno busca sus respuestas donde lo cree conveniente, por lo que la religiosidad pertenece a la intimidad de cada cual, siendo por ello respetable la devoción o el fervor que cada uno sienta. Diferente son las religiones, eso sí que es criticable y más cuando la ciencia y la razón van poco a poco acorralándolas.