LAS TÚNICAS DE LINO DE CUEVA SAGRADA
Siente detrás de él a su perro moverse nerviosamente, dándole con el hocico en el bolsa de cuero para que se levante. Ante la insistencia del animal que comienza a ladrar, se levanta y lo sigue hasta el extremo de un barranco cercano, desde allí contempla lo que el perro había descubierto, varios hombres y mujeres portando envoltorios suben agrupados lentamente por la senda de La Salud.
Cuando el grupo está cerca de donde él se encuentra, puede advertir que se trata de un entierro y que los restos incinerados del difunto los portaba en una bolsa de tela el hombre más mayor del grupo, puede distinguir que era el experto tallador de puntas de flecha de un poblado cercano al suyo.
Se aleja para agrupar el rebaño y cuando esta subiendo por la ladera ve como la comitiva mortuoria también asciende. Al mirar como se alejan, siente la curiosidad de saber donde está la sepultura, se da la vuelta y sigue desde lejos al grupo que pronto se pierde detrás de un espolón rocoso. Al llegar y girar tras el roquedo observa la estrecha abertura de una cueva y delante de ella a las tres mujeres del grupo sacando cosas de las bolsas que portaban, entre los objetos que distingue hay un bello plato de madera que ponen sobre una estera, varios collares con muchas cuentas y unas túnicas de lino dobladas de las que caen unos largos flecos.
Entonces recuerda la fabulosa historia de las telas de lino que le había contado su madre mientras tejía y ordenaba las pesas del telar vertical que estaba apoyado cerca de la puerta de su casa, la elaboración de tejidos de lino había constituido el hilo de la continuidad a lo largo de los siglos de esta tradición transmitida de generación en generación por las mujeres. Las túnicas y vestimentas de lino eran elegantes y suntuosas por naturaleza, ofrecían una gran resistencia y eran las mejores para absorber la humedad.
De pronto se oye la voz de un hombre pidiendo que le pasen la bolsa con los restos de Etiam, a la vez que aparecen unos fuertes brazos por la estrecha abertura. Con mucho respeto entregan el envoltorio y al rato vuelven a aparecer los mismos brazos para recoger un hermoso ramos de flores silvestres que le entrega la mayor de las mujeres. Mientras el pastor está mirando como se afanan las tres mujeres en perfumar con flores secas de lavanda la entrada de la cueva, su perro se pone a ladrar y el grupo se percata de que algo pasa en las proximidades. La más joven de las mujeres que lo ha visto subido en el espolón rocoso, se acerca a las inmediaciones de donde está y le dice, “este lugar es donde enterramos a mis familiares y nadie conoce donde está ubicado. Acabamos de introducir los restos de mi madre y antes de que salgan los hombres del interior de la Cueva Sagrada debes alejarte, si te ven tendrás problemas ya que has visto el lugar prohibido y has roto el respeto a nuestros antepasados”.
El muchacho tras oír la advertencia, sale corriendo ladera abajo, de repente se para, se da la vuelta y gritando le pregunta a la joven, “¡quien era tu madre!”. La joven lo mira desde lejos y con un ademán que denota un gran orgullo, exclama “mi madre era Etiam la mejor tejedora de telas de lino de esta parte del valle”.
Esa tarde cuando el pastor bajaba de la montaña, después de haber pasado todo el día conduciendo el rebaño, se detiene para mirar como la luz del atardecer cae sobre los campos sembrados de cebada y entonces busca los bancales donde crece el lino y recuerda a la bella joven pelirroja de melena rizada, la hija de Etiam, la gran tejedora de lino.