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SANGRE LORQUINA EN CASAS VIEJAS por Antonio de Cayetano

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SANGRE LORQUINA EN CASAS VIEJAS 

Hoy 11 de enero, como cualquier otro día del año, es la efeméride de muchos acontecimientos relevantes, unos que afectan al conjunto de la sociedad y otros que solo importan individualmente, permaneciendo para siempre en el recuerdo de estas personas. Siendo el hecho que hoy vamos a recordar, los trágicos sucesos de Casas Viejas, una aldea que entonces era pedanía del municipio gaditano de Medina Sidonia, lugar donde hace 86 años, murieron tres agentes del orden y 22 campesinos.

Una tragedia que a comienzos de 1933 conmocionó a todo el país, siendo el principal detonante de la caída meses después, del gobierno de Manuel Azaña. Unos sucesos que se iniciaron al amanecer de aquel miércoles once de enero, cuando un grupo de anarquistas armados con escopetas, pistolas y hoces, rodearon y tirotearon la casa-cuartel de la Guardia Civil. Un cuartel que estaba ocupado por su sargento-comandante y tres guardias, además de por sus respectivas familias, siendo el sargento y uno de los guardias las primeras víctimas de esos hechos, al ser ambos alcanzados mortalmente en la cabeza por los disparos de aquellos enfurecidos. Unas heridas, que si bien no provocaron su muerte en el acto, sí que lo hicieron días después, falleciendo el sargento Manuel García Álvarez el 13 de enero en el hospital de Cádiz y el guardia el 4 de febrero en el mismo centro sanitario al que había sido trasladado con una gravísima herida que le produjo la pérdida del ojo derecho.

El guardia era Román García Chuecos (primera imagen), tenía 32 años de edad y era natural de Lorca. Un paisano que inició en nuestra ciudad su vida militar, entrando en julio de1921como soldado voluntario en el Regimiento de Infantería de Línea España nº 46, una unidad militar que apenas llevaba año y medio entre nosotros. Un regimiento que procedente de Cartagena, había llegado escalonadamente a nuestra ciudad entre finales de 1919 y marzo de 1920, cumpliendo así la Orden del Ministerio de la Guerra de 17 de agosto de 1918 sobre Organización Divisionaria del Ejército y conforme a lo dispuesto en la Ley de 29 de junio de ese mismo año. Pero un soldado que pronto tuvo que salir de nuestra tierra, ya que semanas después de su ingreso en el ejército, la unidad a la que pertenecía, tuvo que partir de la ciudad por orden de la superioridad, embarcándose en Cartagena con rumbo a Melilla, para combatir en la “Campaña de Marruecos”, la guerra que entonces se mantenía con los rifeños. Siendo la terrible batalla de Annual, la gravísima derrota que sufrió el ejército español el día 22 de julio de aquel año, la que provocó la movilización de unidades hacia el norte de África, zona donde ya había estado combatiendo diez años antes el “España 46”.

Unas tropas que permanecieron allí por espacio de tres años, coincidiendo la vuelta a nuestra ciudad con la terminación del nuevo cuartel Sancho Davila. Un cuartel que fue inaugurado el 21 de junio de 1924, instalándose ya en él las unidades del España 46, el regimiento que hasta entonces ocupaba provisionalmente el antiguo colegio de la Purísima, el convento de la Merced y el pequeño cuartel de la calle del Aire, el conocido como La Zona, por ser allí donde estaba la zona de reclutamiento. Pero un regimiento que solo estuvo algo más de 10 años entre nosotros, pues en 1931, por una nueva reorganización del ejercito, se fusionó con el Regimiento de Infantería nº 38 y pasó a la localidad alicantina de Alcoy. Un regimiento que tras su heroica campaña en África, fue recibido con clamorosa ovación en el puerto de Cartagena y en su llegada a Lorca, donde lo esperaban las autoridades locales y familiares y amigos de los militares, no regresando entre la tropa el soldado García Chuecos, el joven lorquino que se había alistado en el ejército tres años antes.

Y es que tras participar con su unidad en los combates de Casabona, Tizza y Sidi Amaran, en el mes de noviembre de 1921, fue destinado al Batallón de Cazadores Llerena nº 11, sirviendo primero en el destacamento de Tetuán y más tarde en el de Uad Lau. Pero tras solicitar el ingresó como guardia 2º de Infantería en la Guardia Civil, en marzo de 1923 fue destinado a la Comandancia de Álava y un mes después al puesto de Maestu, un pequeño pueblo de la montaña alavesa donde conoció a Ignacia López, la mujer con la que se casaría un año después. Un matrimonio que dio lugar a su traslado, ya que en esa época, el régimen de incompatibilidades de la Guardia Civil, impedía estar destinado en la población de la esposa, siendo entonces enviado a la Comandancia de Barcelona. Ya en Cataluña, fue destinado al puesto de Gavá en 1924, al de Berga en 1925 y a Sabadell en 1928, ciudad que abandonó en noviembre de 1930 por ser trasladado a la Comandancia de Cádiz, pasando en el mes de diciembre al puesto de Casas Viejas, una pedanía de 2000 habitantes que con el tiempo se convertiría en el hoy municipio de Benalup-Casas Viejas.

Una zona de Andalucía que como en tantos otros territorios rurales de nuestro país, había grandes desigualdades sociales, con la tierra mal repartida, solo en manos de unos pocos, mientras los jornaleros se veían privados de ella y pasaban hambre cuando faltaba el trabajo, sobre todo durante los meses de invierno, pidiendo por ello un reparto más justo y equitativo de la tierra. Unos campesinos que estaban en una constante agitación social, como constante era también, la miseria en sus humildes hogares. Unos jornaleros a los que se les abrió una puerta de esperanza con la proclamación de la Segunda República, ya que para ellos república era sinónimo de reforma agraria, esperando del nuevo gobierno la solución a sus males, la pretendida redistribución de la propiedad. Pero los políticos no iban a la velocidad que los campesinos querían, y aunque se aprobó la Ley de Reforma Agraria en septiembre de 1932, esta no pudo llevarse a cabo inmediatamente por el coste que ello suponía, como tampoco era cumplida por los dueños de las tierras la Ley de Laboreo Forzoso, la que obligaba al cultivo de las mismas, lo que motivó las desavenencias de jornaleros y caciques, los primeros por no ver cumplidas sus expectativas y los segundos por ver peligrar sus propiedades y posición social.

Una discordia que terminó con huelgas, ocupación de fincas, incendios de cosechas y aperos y lo que fue más grave, con disturbios y enfrentamientos con las fuerzas de orden público. Unas revueltas campesinas que se dieron en diferentes puntos del país, causando gran número de víctimas entre los jornaleros que querían salir de la miseria y el hambre y entre los miembros de la Guardia Civil que pretendían restablecer el orden. Así en Zalamea de la Serena (Badajoz), murieron dos campesinos por disparos de la Guardia Civil, otros dos murieron en Épila (Zaragoza) y cuatro más en Jeresa (Valencia). No quedándose tampoco atrás las víctimas entre las fuerzas del orden, como fue el caso del pueblo de Castiblanco (Badajoz), donde el último día del año 1931, fueron linchados cuatro números de la Guardia Civil por una muchedumbre de jornaleros en paro, asesinándolos salvajemente con palos, piedras y cuchillos. Seis días después, el 5 de enero de 1932, en Arnedo (La Rioja) la matanza fue a la inversa, muriendo once personas y resultando treinta heridas, por los disparos de la Guardia Civil, encontrándose entre las víctimas una madre y su hijo de cuatro años.

También se registraron sucesos donde las víctimas eran mixtas, como fue el caso de la Villa de Don Fadrique en la provincia de Toledo, donde el 8 de julio de 1932, durante los disturbios producidos tras una huelga de siega, murieron un guardia civil, un terrateniente y dos campesinos. Pero el hecho más sangriento fue la masacre de Casas Viejas, el suceso que el 11 de enero de 1933 vistió de luto al pueblo gaditano, alcanzando también a una familia lorquina. Una familia que estando a 500 kilómetros de donde se produjeron los hechos, perdió a uno de los suyos, a un joven que optó por ser un servidor del orden. Un agente de la Guardia Civil que pronto iba a cumplir sus diez años en el cuerpo, llevando apenas dos en aquel destino, sirviendo y ayudando al pueblo y defendiendo la República como era su obligación. Pues todo empezó con la pretensión de un numeroso grupo de campesinos (dos centenares), que querían proclamar por su cuenta, el comunismo libertario y el reparto de las tierras entre los jornaleros. Un grupo de anarquistas que se sublevó en armas contra la legalidad vigente, cortando las comunicaciones del pueblo, incendiando la oficina del Registro de la Propiedad y apoderándose de la alcaldía, haciéndole saber al alcalde pedáneo que ahora eran ellos los que decidían, siendo el siguiente paso, la ocupación de la casa-cuartel de la Guardia Civil.

Intenciones que el pedáneo comunicó al sargento comandante de aquel puesto, contestándole el responsable del cuartel, que la Guardia Civil estaba para defender la Ley y el orden así como la República, no aceptando la imposición de ningún otro sistema, saliendo seguidamente al exterior para observar la situación, momento que aprovecharon los revolucionarios para efectuar los primeros disparos sobre el cuartel y sus guardias. Unos disparos que en un principio no alcanzaron a ningún agente, cerrando las puertas de las dependencias y subiéndose el sargento a la planta de arriba para vigilar por las ventanas, siendo alcanzado en la cabeza por uno de los disparos, al igual que le pasó a nuestro paisano que recibió igualmente otro impacto en la cabeza, en uno de sus ojos, mientras que los otros dos guardias fueron también alcanzados, aunque con heridas muy superficiales. Unos guardias que estuvieron defendiendo el cuartel hasta cerca de las dos de la tarde en que llegaron los primeros auxilios, mientras que las mujeres de los agentes, se fueron ocupando de cuidar a los dos heridos graves que necesitaban de forma urgente asistencia sanitaria.

La llegada de los refuerzos al mando de un sargento de la Guardia Civil, provocó la huida de los sublevados y la evacuación de las víctimas, mientras que con la llegada más tarde de fuerzas de la Guardia de Asalto (cuerpo policial creado por la República un año antes), al mando de un teniente y otra unidad de la Guardia Civil al mando de otro oficial, se iniciaron los primeros registros domiciliarios y las primeras detenciones, poniéndole cerco a la choza donde vivía el anarquista Curro Cruz, apodado el “seisdedos”, lugar donde creían se habían atrincherado algunos de los campesinos que habían participado en los hechos. Pero todavía tendrían que venir más refuerzos, pues casualmente se encontraba en la provincia de Cádiz para prevenir incidentes con motivo de las movilizaciones y huelgas que esos días se desarrollaban, otra unidad de la Guardia de Asalto llegada en tren desde Madrid y mandada por el capitán Manuel Rojas, un hombre sin piedad que ejerció sobre la población una violencia innecesaria e inhumana, siendo el responsable de la peor tragedia civil de aquellos años.

Así tras la llegada de este capitán y sus fuerzas, se ordenó entrar en la choza del seisdedos, pero tras acercarse a ella los guardias de asalto, los revolucionarios dispararon desde dentro, alcanzando al guardia Ignacio Sebastián Martín Díaz que resultó muerto, e hiriendo a cuatro guardias más. Acto que enfureció al capitán Rojas, que ordenó disparar contra la choza de barro y paja, a la vez de que se derramara gasolina sobre ella para incendiarla, muriendo acribillados a balazos y calcinados, el anciano “seisdedos”, sus hijos Pedro y Paco, su nuera Josefa y su nieto Francisco, además de Manuel, Jerónimo y Manuela. Pero lo peor aún estaba por venir, ya que tras ir deteniendo a la gente del pueblo, fuesen ancianos o enfermos, vecinos a los que se mataba si se resistían a ser arrestados o no abrían la puerta, decidió el capitán llevar a los detenidos ante el cadáver del guardia de asalto muerto ante la choza, fusilando a quemarropa y con los grilletes puestos a 12 de los detenidos, ya que los dos últimos en llegar que iban sin esposas, los salvó un guardia civil que había estado destinado en el pueblo, dejándolos escapar cuando se percató de lo que les esperaba y saber que estaban al margen de cuanto había sucedido allí, pues de los doce fusilados, solo uno (Fernando Lago Gutiérrez), había participado en la intentona revolucionaria.

Un guardia civil que como conocedor del pueblo y sus vecinos, había ido acompañando a los guardias de asalto en sus registros y detenciones y cuyas declaraciones fueron clave para condenar luego al capitán Rojas. Un capitán que también había ordenado prender fuego a todas las chozas de la aldea, orden que se negó a cumplir el teniente de la Guardia de Asalto Gregorio Fernández que mandaba la otra unidad, por considerarla una medida irracional y desproporcionada. Como también fue una brutalidad lo que presenció Juan Gutiérrez, el guardia civil que liberó a los dos vecinos antes de que fuesen también fusilados. Un guardia que al ser requerido por los de asalto para que quitase los grilletes a los cadáveres y hacer así creer que los habían matado al intentar huir, aplicando la vigente Ley de Fugas, observó como alguno respiraba, hecho que hizo saber a los responsables de la Guardia de Asalto, obteniendo como respuesta una violencia despiadada, ya que de forma inmediata fueron rematados los que aún continuaban con vida. Pero la peor respuesta a su humanidad y buen hacer, fue la recibida años después, ya que él fue una víctima más de aquella violencia, al ser asesinado por un grupo de anarquistas en 1.936.

Un año este, que por el contrario fue generoso para el capitán Rojas, ya que a pesar de haber sido condenado el 28 de mayo de 1934 a 21 años de prisión por el crimen de las12 personas a las que fusiló, una sentencia del Tribunal Supremo fechada en enero de 1936, le redujo la condena a solo tres años, considerando las muertes por homicidio en vez de por asesinato. Y es que mientras que por asesinato eran siete años de cárcel por cada uno de los crímenes, siendo solo el triple de la pena cuando eran varias las víctimas o los delitos, en el caso de homicidio era solo un año por muerte, siendo también la pena máxima el triple de la condena más alta. Por lo que en el mes de marzo de 1936, cuando se cumplieron tres años de haber entrado en prisión, quedo en libertad al tener cumplida toda su condena, estableciéndose en la provincia de Granada de donde era natural, siendo nombrado jefe de milicias de Falange y participando en la detención de Federico García Lorca. Posteriormente se le nombró jefe de la 17ª Batería del Regimiento de Artillería Ligera nº 3, pasando más tarde al Regimiento de Artillería Pesada nº 1 con el que estuvo combatiendo en el frente de Aragón. Lugar que abandonó tras un permiso por la muerte de su madre, no regresando tras el entierro, marchándose a la ciudad de Sevilla donde le gustaba su ambiente nocturno y donde sustrajo un automóvil propiedad del ejercito, vehículo que estaba asignado a un comisario de guerra e interventor de trasportes militares, siendo detenido por ello y condenado a casi dos años de cárcel después.

Un personaje el capitán Rojas, que primero negó los hechos de Casas Viejas de los que se le acusaba, echándole la culpa a sus subordinados que dijo actuaron por su cuenta y luego que cumplía órdenes de sus superiores, incluso del mismo presidente del gobierno Manuel Azaña, que al mismo tiempo era ministro de la Guerra. Pero en el juicio quedó demostrado que mintió a todos, desde al presidente del gobierno al Tribunal que lo juzgó, pasando por la cadena de mando y el juez instructor. Aunque cuando se hizo pública la sentencia y se conoció la verdad, ya se había manchado el brillante cuerpo de la Guardia de Asalto creado por la Segunda República, así como el gobierno de Azaña, incluido el propio presidente que se vio duramente vapuleado por aquel suceso, razón por la cual los anarquistas se abstuvieron en las elecciones generales de noviembre de 1933, dando así la victoria a la derecha. Una derecha que con la ayuda de los periódicos a fines, estuvo durante muchos meses culpando al gobierno de lo sucedido, de que este había dado aquella orden de abrir fuego contra aquellos campesinos desarmados, muchos de ellos esposados.

Unos hechos que conoció el gobierno días después de suceder, ya que la primera versión del capitán Rojas, fue que los hombres a su cargo tuvieron que disparar cuando intentaban huir los detenidos, siendo un redactor de la CNT el que primero desveló la verdad de lo que allí había pasado, el que el miércoles 18 de enero se atrevió a denunciarlo públicamente, siendo ya ese día, una semana después de producirse los hechos, cuando las autoridades reconocieron que efectivamente se habían producido 12 asesinatos por parte de la Guardia de Asalto. El informante fue Miguel Pérez Condón, un joven anarquista de 23 años que conoció los hechos de primera mano, ya que tenía cierta amistad con María Silva Cruz, la que a partir de esos sucesos fue conocida como “La Libertaria”. Una joven de 16 años que era nieta del seisdedos, siendo junto con su primo pequeño, los únicos de la familia que se salvaron de aquel infierno, aunque tras sufrir la represión republicana y haber estado en la cárcel por aquel suceso, el 23 de agosto de 1936 fue torturada y fusilada por los golpistas, dejando un hijo de 13 meses. Un hijo que fue fruto de su matrimonio con Miguel Pérez, el escritor y periodista anarquista que había denunciado la atrocidad cometida.

Un joven que tras promover un comité pro-victimas de Casas Viejas, cuando el 25 de enero llegó al pueblo para entregar la primera colecta, fue detenido por la Guardia Civil y llevado a la cárcel de Medina Sidonia, coincidiendo allí con “La Libertaria” que también estaba presa, surgiendo el amor entre ellos y casándose un tiempo después tras salir ambos en libertad. Miguel y María se trasladaron a Madrid, donde él fue redactor de las publicaciones de la CNT, pero cuando en enero de 1934, el nuevo gobierno de signo contrario suspendió este sindicato obrero, la pareja tuvo que regresar de nuevo a Cádiz, donde estuvieron hasta el comienzo de la Guerra Civil, hasta que fue detenida María mientras Miguel escapaba por el tejado. Una huida que le llevó hasta la ciudad malagueña de Ronda, ciudad de la que fue evacuado hasta Málaga con un brazo herido, marchando a continuación hasta nuestra región, hasta el Hospital Militar de Cartagena donde fue operado y se recuperó de sus heridas. En Cartagena colaboró en diferentes periódicos locales y fundó la Casa de Andalucía, ya que cada vez nos llegaban más refugiados de la vecina región. Luego ingresó en la Escuela Popular de Guerra que se acababa de abrir en Paterna (Valencia), alistándose en la Guardia Nacional Republicana (denominación que tomó la Guardia Civil en nuestra zona), pero por muy poco tiempo, ya que lo dejó para ser corresponsal de guerra, marchando por varios frentes desde donde mandaba sus crónicas.

Cuando la guerra llegaba a su fin, Miguel ya estaba de nuevo en Cartagena, dirigiendo el diario Cartagena Nueva, un periódico del que antes había sido redactor. Un rotativo en el que colaboraba Miguel Peydro Caro, un histórico socialista de Lorca, un lorquino que también se encontraba en Cartagena en ese año, aunque después de la guerra se exilió a Marruecos. Un amigo personal de Miguel con el que compartía profesión e ideología, siendo posiblemente nuestro paisano, uno de los últimos que le vio con vida. Y es que a pesar de haber varias versiones sobre la muerte de Miguel Pérez, la que parece más verosímil, es la que relató Miguel Peydro y la que publicó el 13 de marzo el periódico Cartagena Nueva tras salir de nuevo a la luz. Contaba nuestro paisano, que tras estar juntos el sábado 4 de marzo de 1939, Miguel Pérez se marchó poco después de las once de la noche, siendo detenido aquella misma madrugada por los sublevados, montándolo en un camión donde iban otros antifascistas y trasladándolo hacia el cuartel de Artillería de San Antón. Pero de camino al cuartel, Miguel que llevaba escondida una pistola en el forro de su gabán, la sacó apuntando a sus raptores y saltó del camión intentando escapar, hecho que motivó un intercambio de disparos, detonaciones que fueron oídas por una patrulla militar cercana, que acercándose al lugar dieron muerte a Miguel.

Enterado nuestro paisano de lo que había sucedido y de que su cuerpo llevaba varios días insepulto en el cementerio, informó a la CNT y a las nuevas autoridades de la situación, recibiendo sepultura el día siete de marzo, a los 29 años de edad y lejos de su tierra y de su pequeño hijo Juan. Un hijo que fue creciendo solo sin el calor de sus padres, y que murió hace seis años sin encontrar el lugar donde está enterrada su madre, María Silva “La Libertaria”. La joven de 16 años que aquel 11 de enero fue junto con su primo Manuel de 12, los únicos supervivientes de aquel horror, al aprovechar un momento de indecisión y salir parapetados detrás de una moribunda burra en medio de la oscuridad, escapando así de aquella masacre, de la que no pudieron escapar cinco de sus familiares que murieron calcinados en su modesta choza, la humilde vivienda del “seisdedos”. Un apelativo que hace referencia a una característica de la familia, ya que todos sus miembros nacen con seis dedos en cada una de sus extremidades, aunque los de las manos se los suelen operar.

Y hasta aquí los apuntes de esta tragedia, una tragedia de la que han corrido ríos de tinta. Una tragedia que nació del hambre, de la desesperanza y de las desacertadas pretensiones de cambio de unos campesinos y que continuó con la locura de disparar desde la choza cercada, cuando lo sensato hubiese sido entregarse. Pero una matanza que fue causada por la irresponsabilidad del capitán que mandaba las fuerzas de la Guardia de Asalto, ya que de haber sido otro capitán el responsable de aquella unidad, seguro que la historia que hoy recordamos hubiese sido bien distinta.