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UN PELIGRO A EVITAR por Antonio de Cayetano

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UN PELIGRO A EVITAR

Si la pasada semana, repasábamos algunas de las obras que las administraciones local y regional tienen paradas en nuestra ciudad, dejando para otra ocasión la del Palacio de Justicia, una obra que promueve la administración central y que tras ponerse en marcha el pasado mes de julio, tampoco termina de arrancar. El tema de hoy va también sobre obras paralizadas, pero no públicas sino privadas, obras que llevan más de una década en espera de tiempos mejores, de un cambio coyuntural para su terminación. Edificaciones cuya finalización no es trascendental o imprescindible para la población, si exceptuamos a los posibles compradores particulares que invirtieron ahí sus ahorros, pero sí que necesaria por el peligro que conllevan estas construcciones a medio terminar.

Y no me refiero a lo expuesta que queda su estructura a agresiones medioambientales y atmosféricas, una estructura que está concebida para ser envuelta por el resto de la construcción, la cual le protege, sino a las chapas o travesaños metálicos, que como provisional barandilla, se añaden a la obra como elemento de seguridad de los operarios que trabajan en ella. Elementos que una vez paralizada la construcción, continúan en la misma sin cometido alguno, deteriorándose y abandonados a su suerte sin el mínimo control, sin mantenimiento alguno. Piezas que estando expuestas de una forma permanentemente a las inclemencias del tiempo, pueden desprenderse y dar un serio disgusto a cualquiera que pase por la calle, y más durante un temporal de viento, que como todos sabemos sopla más fuerte durante el día, que es cuando más viandantes circulan por los espacios públicos.

El 5 de febrero del pasado año, quizá sea una fecha difícil de olvidar para un lorquino de adopción, para un hombre de 59 años al que le sobrevino encima una chapa cuando caminaba por la carretera de Águilas. Una chapa que aquella ventosa mañana de domingo, salió volada desde el tejado de un concesionario de tractores cercano, impactándole en la parte trasera del cuello y produciéndole una gran brecha de la que tardó más de un año en curar. Una herida que de no ser primeramente atendida por los vecinos del lugar y rápidamente por los servicios sanitarios de emergencias, le hubiese costado la vida. Un percance del que nadie estamos libre, un contratiempo que nos puede sobrevenir en cualquier momento y lugar si no nos tomamos en serio la seguridad y el anclaje de cualquier elemento susceptible de ser arrancado por el viento.
También aquel mismo día, un árbol se desplomó sobre un vehículo en la pedanía de Cazalla, habiendo más incidencias en el resto de la región, como caídas de varios árboles, torres de tendido eléctrico, desprendimiento de fachadas, tejados, chapas, antenas y mobiliario urbano. Un temporal que con vientos de hasta 97 km. hora, se ha repetido varias veces después en nuestra región, azotando en el día de hoy a varias comunidades de la mitad norte de España.

Está muy bien que ante la previsión de fenómenos adversos como el viento, nuestro AyuntaMIENTO se preocupe de cerrar las alamedas como medida de precaución, garantizando de alguna manera la seguridad de los ciudadanos, pero, ¿se hace algo para protegernos también de los peligros que nos puedan sobrevenir de las edificaciones abandonadas, unas construcciones que aparte de afear el paisaje urbano pueden ser una amenaza para la integridad física de las personas? Es frecuente ver en cualquier ciudad, las típicas lonas o mallas que cubren todo un edificio mientras está en obras, lonas que muchas de las veces se utilizan como soporte publicitario, razón por la cual en ciudades como Madrid, se piden falsas licencias de obra con el solo objeto de poder poner una lona publicitaria en la fachada, hecho que ya es motivo de inspección y sanción por parte del ayuntamiento capitalino. Sin embargo aquí, pocas son las lonas que se ven cubriendo las fachadas de una obra, cuando estas lonas de seguridad, deberían de ser obligatorias para todos estos edificios que se encuentran parados como consecuencia de la crisis.

Una crisis de efectos desbastadores provocada por la propia administración, por la Ley del Suelo que aprobó el ejecutivo de Aznar en 1998 y que declaraba todo terreno urbanizable, salvo que se dijese lo contrario. Por la banca que dio barra libre al crédito, ofreciendo una sobrefinanciación excesiva a promotores y compradores, y por un urbanismo desmesurado amparado por las distintas administraciones. Un boom urbanístico donde cabía cualquiera, pasando de la moche a la mañana a ser todos promotores y con unos sueños de grandeza muy lejos de la realidad. Y claro pasó lo que se esperaba, que la burbuja estalló, acabándose el crédito para seguir construyendo, para seguir comprando y lo que fue peor, para terminar lo que estaba iniciado, dejando nuestras ciudades llenas de edificios inacabados, de estructuras, de grandes esqueletos que jamás se terminarán, tal como se encuentra un hotel en La Manga del Mar Menor más de 4 décadas.

Un hotel de 510 habitaciones, que en su día promovió el empresario de la zona Tomas Maestre y que ahora el ayuntamiento de San Javier quiere subastar su derribo, siendo aprovechada su parcela para una nueva construcción y uso público. Pero no hace falta irse tan atrás, también el ayuntamiento de Zaragoza está aprobando órdenes de derribo a las edificaciones que como consecuencia de la crisis del ladrillo se han paralizado, y tras cumplirse la fecha límite de finalización de la obra y la prologa establecida en su caso. Habiendo más ayuntamientos que están modificando sus ordenanzas, con el fin de poder exigir a los promotores que las obras se terminen, subastándose estas en caso contrario, para ser demolidas o reedificadas de nuevo por un tercero.

Desconozco a quien pertenece la propiedad de tres edificaciones abandonadas en el centro de la ciudad, como son las de las calles Alfonso X el Sabio, Santa Paula o Musso Valiente, si continúan siendo de los promotores o por el contrario son del banco, pero en cualquiera de los casos, debería nuestro AyuntaMIENTO exigirles a los propietarios unas condiciones mínimas de seguridad, bien retirando todos los elementos que son susceptibles de desprenderse de la obra, o lo que sería más aconsejable, cubrir estas edificaciones con grandes lonas, lonas que al tiempo que den seguridad, oculten la obra, minimizando de esta forma la fea visualización que estos edificios ofrecen al entorno urbano.