Inicio Mi Rinconcico Andrés Martínez Rodríguez EL BARCO, LA ACEQUIA Y EL MAR por Andrés Martinez Rodriguez.

EL BARCO, LA ACEQUIA Y EL MAR por Andrés Martinez Rodriguez.

0
EL BARCO, LA ACEQUIA Y EL MAR por Andrés Martinez Rodriguez.

A menudo se quedaba mirando durante un rato el agua que circulaba por la acequia que pasaba por delante de la casa familiar, le gustaba echar hojas sobre el agua y pensar hasta donde podían llegar. Un día en que se encontraba acostado en el dormitorio pensando en sus cosas, observa como se abre la ventana empujada por el cálido viento de principios de la primavera y oye el rumor del agua pasando por la acequia, sin pensarlo dos veces coge de la estantería el barco que le había regalado el tío Antonio por su cumpleaños y baja deprisa las escaleras, atraviesa el zaguán y se acerca al canal poniendo el barco en el agua. Ve como se aleja rápidamente y lo sigue corriendo, de repente el barco se mete bajo la cubierta abovedada que cubre la acequia y queda fuera de la vista de Miguel Ángel, este sale corriendo junto al canal y cuando llega al primer tramo donde la acequia queda descubierta no lo ve, espera y el barco no llega, enseguida se da cuenta que lo ha perdido.
ACEQUIA VIRGEN DE LAS HUERTASA más de un kilometro de allí, Tomás se dirige a la acequia que circula paralela al camino de acceso a su casa para coger agua para regar la placeta. Cuando echa el cubo dentro del canal, ve parado en las inmediaciones del partidor que se encuentra más abajo, un bonito barco pintado de rojo y blanco, mira hacia todos los lados y ve que no hay nadie, entonces se decide a cogerlo, lo pone dentro del cubo y sale por la vereda hacia su casa.

Cuando acaba de rociar la placeta, pone el barco sobre la mesa, lo mira y lo remira, y cada vez le parece más bonito, lo coge para echar un vistazo en su interior y entonces se da cuenta que dentro hay un papel doblado, lo coge, lo despliega y ve que hay algo escrito. Cuando está doblando de nuevo el papel, entra su padre y se queda mirando el barco. “Hijo, de donde has sacado ese barco”, “padre me lo he encontrado en la acequia y esto estaba dentro”. El padre coge el papel y con dificultad lee en voz alta, “Para mi querido ahijado Miguel Ángel para que disfrute de Salomón el próximo verano en Águilas”. El padre gira el barco y ve que lleva pintado con bonitas letras el nombre de Salomón cerca de la proa, se vuelve hacía su hijo y le dice, “Tomás, tienes que preguntar a los vecinos si han visto por las inmediaciones a un niño jugando con un barco rojo y blanco”.

A partir del día siguiente, todas las tardes después de ayudar a su padre en los trabajos de la huerta, el muchacho cogía el barco e iba por las casas cercanas a la acequia preguntado por Miguel Ángel y enseñando el barco; a los pocos días había recorrido todos los huertos cercanos, así como otros más alejados, no encontrando respuesta.
Pasaron las semanas y empezaron a transitar por el camino cercano a su casa grupos de mujeres, muchachas y muchachos que bajaban por las tardes al santuario a oír misa y ofrecer flores a la Virgen de las Huertas. Un día Tomás oye más murmullo que de costumbre en el camino, se asoma y ve a un grupo de muchachos que ayudan a salir de la acequia a otro chico. Tomás se acerca y al ver al muchacho chorreando, le ofrece al fraile que va con ellos que entren en su casa para que el muchacho se pueda secar. En ese momento sale de la casa la abuela y al escuchar la propuesta de su nieto, se acerca y anima al fraile a aceptar.

No hay texto alternativo automático disponible.Cuando el muchacho se ha secado y se está poniendo la ropa que le ha dejado Tomás, mira hacía la ventana donde están asomados sus compañeros y se queda sorprendido al ver en la alacena que había junto a la ventana un barco pintado de rojo y blanco. Cuando entra Tomás a recoger la ropa mojada, lo ve con el barco entre las manos y le pregunta si le gusta, el muchacho le dice que es muy bonito y se caya. En ese momento se oye la voz del padre Anselmo llamando al muchacho, “date prisa Miguel Ángel que nos están esperando”, el muchacho se despide dando las gracias. El padre Anselmo, antes de salir, le dice a la abuela que pasaría al día siguiente a recoger la ropa.
Esa noche, antes de acostarse Tomás le dice a su padre que cree que el dueño del barco es el muchacho que se había caído a la acequia. “Porque no se lo has preguntado”, le dice el padre, “porque me ha dado vergüenza”, contesta el chico. A lo que su padre le replica, “pues tienes que enterarte donde vive para llevárselo”.

Por la tarde del día siguiente, Tomás se dirige hacia la ciudad con un paquete en la mano donde lleva la ropa que ha lavado y planchado la abuela, y una bolsa colgada del otro brazo donde lleva el barco. Antes de dirigirse hacía Lorca, se había acercado al convento franciscano y había preguntado al padre Anselmo la dirección de la casa del muchacho que se había caído a la acequia.
Al cabo de un rato caminando, llega a la puerta de una casa grande situada en la zona de la ciudad llamada La Alberca y cuando está a punto de golpear el picaporte con forma de dragón, aparece en la puerta Miguel Ángel. Hola dice Tomás, “he venido a traer tu ropa y algo que me encontré y que creo te pertenece”. Pasa, le dice Miguel Ángel, “vamos a merendar y hablamos de Salomón”. Tomás se lo piensa antes de aceptar, pero siente gran curiosidad por entrar en el gran caserón. Durante la merienda que les sirve la tata, los jóvenes comienzan una tímida conversación que pronto se anima al recordar el chapuzón de Miguel Ángel en la acequia y la cara contrariada del padre Anselmo. Los muchachos congenian y esa tarde se inicia una buena amistad entre un muchacho de la ciudad y otro de la huerta.
Ese verano Miguel Ángel invita a Tomás a ir un fin de semana a su casa de Águilas, quiere enseñarle como navega Salomón en el mar.
Y ese sábado tan esperado por Tomás llega, su padre le acompaña a la estación y después de abrazarlo y decirle que se porte bien, lo deja subirse solo, es la primera vez que se monta en un tren y se encuentra muy inquieto e ilusionado. Después de más de una hora de viaje, se baja en la estación y ve como Miguel Ángel se acerca risueño con el barco bajo el brazo seguido de la buena de Eulalia.

Cuando llega junto a su amigo, le dice “nos vamos a la playa que hay delante de mi casa para poner el barco en el mar”. Pronto llegan a la orilla del Paseo Parra y cuando la tata Eulalia se retira a la terraza de la casa, Miguel Ángel se descalza y se mete en el mar para poner el barco en el agua, pronto se da cuenta de que Tomás no le acompaña, se da la vuelta y lo llama. Tomás que sigue parado en el mismo lugar en que lo había dejado, tiene los ojos muy abiertos mirando al mar. Miguel Ángel al ver que no le hace caso, sale del agua, se acerca y lo coge del brazo zarandeándolo, es entonces cuando Tomás sale de su ensimismamiento y sin dejar de mirar al mar, le dice con cara de satisfacción y agradecimiento, “es la primera vez que veo el mar y no se nadar”.

Los dos amigos se dan cuenta que Salomón se aleja en dirección hacia el pico del Aguilón, entonces Tomás avistando el horizonte donde se confunde el cielo con el plácido Mediterráneo, dice en voz alta, “que grande y hermoso es el mar y cuanto tiempo he tardado en descubridlo. Muchas gracias querido amigo”.